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Opinión
Se acabó la luna de miel
Ya se estaban demorando. Parece que la aparente luna de miel entre el Gobierno y los medios de comunicación terminó, pero no en los mejores términos. Hace unos días, el consejero presidencial, Santiago Cuesta, llamó “retrasada mental” a una periodista no identificada que le habría cuestionado sobre la construcción del Tren Playero. Ocurrió durante una entrevista en una radio de Quito, mientras el funcionario intentaba explicar que el proyecto sería financiado por la empresa privada y no por el Estado. Por supuesto que semejante grosería no podía pasar desapercibida y en las redes sociales le dieron palo al asesor por aquel atrevimiento. Luego llegaron las disculpas de Cuesta con la sociedad y “con las personas con discapacidad y sus familias”, pero no dijo una sola palabra acerca de los periodistas. Sí, aquella profesión que un día el mandatario prometió hacer respetar, pero que todavía no lo logra. Y no solamente por el exabrupto de Cuesta, que también ya tuvo un pito con las amas de casa cuando le dijo a la asambleísta Ana Galarza que no sabía “ni un pepino” sobre economía, sino porque el desprecio por los comunicadores aún está enquistado en el poder desde los tiempos del monarca y su corte. Todavía se escucha la famosa frase “prensa corrupta” cuando se publica algo que no les gusta, porque para ellos solo somos buenos y aliados cuando les hacemos relaciones públicas. De lo contrario defienden leyes para controlar la palabra y así blindarse de la crítica. El problema, señores, es que el poder es una droga peligrosa que los llega a enloquecer.