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El muy tacaño vendía las entradas
En la Columna de la ex... salen a relucir todas las verdades.
Pepe siempre fue tacaño, desde cuando éramos enamorados. Podría decir que la roñosería era su debilidad, tanto que los 14 de febrero se hacía el desentendido, como que no sabía qué se celebra ese día. Todo con tal de no gastar ni un centavo.
En el plano futbolístico llegó a jugar en primera categoría y en un elenco del Astillero. Pero su tacañería rebasó los límites al final del primer año como jugador profesional.
Resulta que mi familia y yo (su esposa) queríamos ir al estadio para ver los partidos, pero él nos ponía pretextos. Creo que en el primer año fui dos veces y eso porque me compré los boletos con los vueltitos que me quedaban, porque él nunca no dijo que le regalaban las entradas.
Mi papá, que era un enfermo del fútbol, siempre me decía que quería ir a ver a su yerno y mi familia hasta se enojaba porque nunca la invitábamos a un partido, ni a los más turritos siquiera.
Durante 11 meses él nos tuvo sin decir que cada que el equipo jugaba aquí, tenía entradas disponibles. Hasta que un día, en un centro comercial de Guayaquil alguien se le acercó para saludarlo y le dijo: “Pilas, mi llave, el viernes me da esas 6 entradas para vendérselas”.
¡No podía creer lo que escuchaba! Enseguida se armó el ‘pito’, solito había sido descubierto en su gran mentira.
El muy tacaño se quedaba con las entradas y se las daba a los revendedores; es más, nos llegamos a enterar de que era el único del equipo que hacía eso.
Según él, ese dinero que le quedaba cada 15 días era para pagar la gasolina. Yo no me ‘tragué’ ese cuento y de lo único que estoy segura es que se pasó de miserable.
Al año siguiente todo cambió. Las entradas ahora eran para la familia, él solo se reía y decía que le había hecho perder un ‘buen negocio’. ¡Tacaño!