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La Sambita de Urdesa, una dulce mujer que vende girasoles a pesar de su avanzada edad

La mujer, de 79 años, ha laborado en el mismo sitio por más de tres décadas. Su dulzura y sonrisa conquistan a los clientes que se encariñan con ella

La Sambita hace de la calle su espacio para venta.Christian Vinueza / EXTRA

Ella no es Van Gogh, pero logra ‘pintar’ de amarillo el día de quienes transitan por la intersección de la avenida Otto Arosemena y Víctor Emilio Estrada, en Urdesa, al norte de Guayaquil.

Con la mano apoyada en su bastón metálico, cuyo mango está recubierto por una pequeña toalla beige, y con su mano derecha sosteniendo entre cuatro y cinco girasoles, durante gran parte de las mañanas y tardes, Felícita Orozco, de 79 años, camina por esa esquina de Urdesa. A pesar de su edad y de sus enfermedades, está allí para vender girasoles y rosas.

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No importa si hace sol o si el día tiene ‘cara de aguacero’, ella -asegura- lo hace para ganar dinero por su cuenta y para sentirse “viva”.

Con pasos lentos, avanza algunos metros en búsqueda de clientes. Su ‘oficina’ está junto a un árbol de esa esquina, donde se protege del sol y se sienta cada cierto tiempo para descansar.

Con su sonrisa tierna y su cabello completamente blanco, por el paso de los años, la Sambita de Urdesa, como asegura que la conocen, sabe cómo ganarse la confianza de los conductores que paran allí por la luz roja del semáforo.

Ella se apoya en su bastón debido a complicaciones en su salud. La artrosis no le permite que se movilice fácilmente.Christian Vinueza / EXTRA

“Buenas tardes, mi estimada señorita. Le ofrezco estas hermosas flores porque usted se las merece y le complementarían su belleza”, suelen ser sus primeras palabras para acercarse y tener un ‘cariñito’ de la gente. Con que le presten su atención ella se queda contenta. Y si no, pues lo sigue intentando sin dejar de lado su buena actitud.

“Trabajo en este mismo lugar desde hace más de 30 años. Ahora, ya lo hago porque no quiero ser carga para mis hijos y porque ‘no me hallo’ en mi casa”, relata la Sambita, quien afirma que sus hijos casi que le ruegan para que se quede en casa. “No hay que robarle el día a Dios, tengo que hacer algo para ganarme mi pan del día”, les responde ella.

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Hasta vender todo

Felícita llega hasta Urdesa desde Durán en un taxi que le cobra a diario 6 dólares. Desde las 08:15, luego de una hora de ‘viaje’, se instala en Urdesa Central. Llega bien ‘papeadita’ para aguantar parcialmente la jornada que le espera. El tiempo pasa, vende sus primeras flores amarillas y la hora del almuerzo aparece de la ‘nada’.

La Sambita no se preocupa por eso, pues desde su hogar lleva su bandeja preparada con algún alimento. Se sienta en su banquito de plástico y se sirve su potaje. Luego descansa otro rato porque “va a su ritmo” y se levanta para continuar vendiendo. “Aquí me quedo hasta que termine de vender lo que he comprado para el día”, sentencia.

El arte de cómo preparar las flores para la venta lo aprendió de otras mujeres mientras laboraba en una florería. “Me habían contratado para hacer la limpieza de ese local y me interesó. Veía a estas señoras cómo hacían y luego ellas mismas me daban ciertas indicaciones, hasta que aprendí a hacerlo sola”, cuenta con alegría, la misma que parece contagiar a todo el que pase a su lado.

Felícita asegura que aunque “llueve, truene o relampaguee” seguiría vendiendo sus amadas flores.

Calidad antes que venta

La mujer, además de mostrarse con buena actitud siempre, reconoce que los productos que ofrece son los mejores. “A veces viene alguno que otro con un pétalo caído y para mí esa flor ya no sirve. Yo soy muy cuidadosa en esa parte”, asegura.

A cada girasol, aparte de la funda transparente con filo rojo que usa para decorar, le añade unas cuantas ramas de paniculata, también conocido como velo de novia. “A mí me encanta verlas bonitas, así como a mis clientes, por eso siempre los trato con cariño”, finaliza.

La Sambita de Urdesa, como la llaman, contagia su alegría a todos los clientes. Los trata bonito, piropea a las señoritas y convence a las parejas para que compren una flor.Christian Vinueza

No todo es color girasol

Aunque el amarillo de las flores que vende simboliza alegría y energía positiva, no todo es así para Felícita. Ella sufre de hipertensión y artrosis, esta última enfermedad le dificulta caminar. “Yo no veo esto imposible. Sí, me duele mucho hacer movimiento, pero me hace sentir contenta estar aquí”, dice con cierta resignación.

Actualmente, según Felícita, el negocio no ha ido bien. Las épocas en las que los clientes buscan comprarle su producto suelen ser las fechas especiales para las mujeres, como el 8 de marzo y el Día de las Madres.

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