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Los habitantes de calle deambulan por el Centro Histórico en busca de comida, la que no consiguen por el encierro.Karina Defas

Quito: ¡El hambre no se confina!

Quienes no tienen hogar resultan más vulnerables en el toque de queda. En Quito no abrieron restaurantes ni tiendas donde recibían comida.

Amanece en medio del toque de queda por el COVID-19 en Quito. De los recovecos del Centro Histórico empiezan a emerger ‘figuras’ que se mueven en busca de comida. Son los habitantes de calle que en este nuevo confinamiento por el coronavirus están en mayor vulnerabilidad que de costumbre.

Así lo aseguran funcionarios del patronato San José encargados de acercarse a ellos para convencerlos que vayan a un albergue, al menos, durante el encierro de fin de semana.

En su recorrido ven que cuatro hombres caminan por la Plaza Grande. Uno de ellos, de casi 30 años, se tambalea. “Desde el viernes no comemos”,  comenta.

En la calle no hay ‘ni un alma’ -como se dice popularmente- que les dé algo para saciar el hambre. Todo está cerrado. “En días de cuarentena ellos no tienen ni la comida que les regalan en los restaurantes o las tiendas”, dice Sergio Jurado, psicólogo del Patronato, quien se encarga también de velar por la salud mental y física de estas personas.

Y al no hallar nada, la gente sin techo empieza a deambular por las veredas vacías, sin tapabocas, sin gel antibacterial ni las manos lavadas, exponiéndose al contagio que se agravaría por su precaria nutrición.

Pese a que no hay datos exactos, el centro capitalino es la zona que más registra su presencia, por ser un corredor turístico. Le siguen la zona Eloy Alfaro y La Mariscal.

No todos quieren ayuda

Aquellos cuatro hombres cuentan a los trabajadores del Patronato que pasan la noche en el portal de un edificio de Santa Prisca, también en el centro. Y un vecino de ellos tiene su misma situación.

Es don Manuel, un adulto mayor que aparece sentado en las gradas de La Catedral con un pedazo de pan que comparte con una tórtola. Pese a su condición, se niega a ir con los trabajadores del Patronato a un albergue.

Sandy Campaña, administradora de la Zona Centro, lo conoce. Cuenta que él vive solo en un cuartito en La Tola, pero que todos los días sale a buscar comida sobre todo cerca de las iglesias. “Antes, las comerciantes le pagaban por vender velas, pero les dijimos que eso es explotación”, agrega.

Aunque don Manuel no quiere ir al Hogar de Paz, los miembros del Patronato no pierden la esperanza de convencer a alguno.

Pasa de todo

En una furgoneta blanca se dirigen a la Plaza San Francisco, más hacia el centro de la ciudad. Por allí caminan Paulino –a quien le dicen El soldado– junto a dos amigos.

El hombre tiene el rostro lastimado y con moretones. Se los hizo “por estar chumado”, asegura. Pero en las calles puede suceder cualquier cosa y más con el actual toque de queda decretado en Pichincha y otras 15 provincias más.

“A veces hay delincuentes que se hacen pasar por mendigos y hay riñas. Terminan hasta muertos”, espeta Campaña. Por eso, Paulino dice que se cuidan entre todos.

Y no van solos. Dos perros mestizos les siguen los pasos. “A veces comen mejor que uno”, bromea El soldado, quien aceptó ir al albergue con sus panas siempre y cuando los acompañen sus canes.

Unas personas aceptaron ir con los funcionarios siempre y cuando les reciban con sus perritos.Karina Defas

Ellos no fueron los únicos. Luego de tres horas de recorrido, 35 personas aceptaron dormir bajo techo. En total, 100 lograron tomar una ducha caliente y tener tres comidas al día, al menos mientras pasa el confinamiento.