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Crónica
Noches desoladoras en la zona cero de la Calle 8 tras bombazo mortal
Moradores se quejan de que los policías solo chatean y los militares “desfilan” un rato y se van. Duermen con miedo. Usan tablas y muebles para ‘asegurar’ sus puertas. El ‘pacheco’ entra por huecos en paredes y techos.
Duermen con un ojo cerrado y otro abierto. Incluso unos, en las noches, hasta hacen guardias con los miembros de su familia: uno ‘vigila’ a cierta hora y luego ‘ruquea’ cuando el pariente lo releva. También improvisaron sus propias mallas, las cuales fueron prestadas por un vecino.
Estas y otras medidas de seguridad han implementado los moradores de la popular Calle 8 del Cristo del Consuelo, suroeste de Guayaquil, cuyos residentes, la madrugada del 14 de agosto, fueron víctimas de un explosivo ataque que produjo cinco muertos y más de 20 heridos y afectó las estructuras de cerca de 10 viviendas.
Un equipo de EXTRA estuvo en el sitio, este jueves 18 de agosto, para constatar cómo son las noches en la zona cero, cómo duermen los vecinos y si se aplica el debido resguardo policial y militar, pues luego del atentado el presidente de la República, Guillermo Lasso, declaró el estado de excepción en la urbe porteña.
Esperanza derrumbada
“Lo que nosotros vivimos es un estado de decepción. Nos sentimos desprotegidos. Este miércoles (17 de agosto) nos dejaron sin los cercos policiales. ¿Y qué nos tocó hacer? Prestar unas mallas a un vecino. Nos dejaron botados. Cómo me voy a ir de mi casa si ni la policía nos cuida. Cualquiera puede entrar y robarnos nuestras pertenencias”, manifestó con indignación Leida Guerrero.
Su esposo, Abraham Góngora, tuvo que martillar las dos puertas metálicas de su domicilio. A una la amarró con alambres para que cierre. A la otra la empuja con su peso, todas las noches, para que el picaporte cierre, pero la parte inferior queda entreabierta.
En la ventana, cuyos vidrios explotaron (varios les cayeron encima), él coloca una plancha de plywood que luego cubre con una sábana, y para asegurarla le tranca un trozo de madera. Y se encomiendan a Cristo para que los consuele y proteja.
No tiene a donde ir
Su vecino, Ángel Simisterra, también hace malabares para cerrar la puerta de su ‘caleta’. Incluso le cruza un mueble. El área del comedor es el dormitorio de su madre, ñaña, sobrina y suyo. Sus cuartos estaban en el segundo piso, que está inhabitable.
“La casa es vieja y con un viento fuerte se caen pedacitos de cemento. No quiero imaginarme qué pasaría con un temblor”, expresó el joven de 26 años, quien dijo que no puede llevar a otro lugar a sus familiares, pues está desempleado y lo poco que gana su madre (odontóloga) solo le alcanza para pagar los $ 150 del alquiler.
‘Mosca’ con los ‘choros’
Las penurias que viven los habitantes de la zona cero los han unido. La tarde del 18 de agosto ayudaban a los allegados de Roxana Montaño (víctima mortal del ataque, la única residente fallecida) a sacar de los escombros las cosas de valor.
“Éramos varias personas dándoles una mano y eso fue aprovechado por unos hacheritos, quienes se colaron e intentaron robarse algo. Aquí nos conocemos entre todos. Esos no eran del barrio. Les hicimos relajo y les avisamos que a la siguiente los quemamos”, contó Doris Guerrero, sobrina de Leida, quien tuvo que abandonar la vivienda, pues ella se encuentra en estado de gestación.
'Desfile' de 15 minutos
“Mírelos, si parece que estuviéramos en las fiestas octubrinas. Usted se dio cuenta: vinieron, desfilaron, se quedaron plantados unos minutos y luego se fueron. ¿No va a dar coraje?”, se desahogó Leida, molesta por la corta visita (unos 15 minutos) de aproximadamente 20 militares.
Su esposo Abraham hizo hincapié en el auto policial que estaba parqueado en la calle H la noche del jueves, a las 20:00. El carro estaba vacío y sin agentes en su interior ni fuera del vehículo. Solo estaba una camioneta de la Agencia de Tránsito y Movilidad (ATM), con personal de la institución.
“Uno en vela y ellos pasan durmiendo en sus carros o chateando. Eso hacen los ‘pacos’”, se quejó Abraham, quien reveló que el miércoles 17 de agosto se llevaron las mallas policiales.
“Nos dijeron que su trabajo allí había terminado y que era una orden superior”, añadió Leida, mientras se abrigaba por el frío del estero Salado (vecino que le dio la naturaleza), el cual se confunde con el escalofrío del miedo que vive, pues teme que ocurra otro ataque y estén desprotegidos.