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Personaje
Guayaquil: Se tatuó el dibujo de su hija para dejar de consumir cocaína
La ausencia de su padre y el ser abusado sexualmente lo llevaron al vicio. Cayó en robos y estafas. Su primogénita lo vio drogarse y en su inocencia, lo dibujó ‘prendidote’. Ese gráfico cambió su vida
Juan (nombre protegido) fue salvado por un dibujo tan simple como profundo, lleno de inocencia y de amor. Su autora, su hija mayor. Un gráfico ‘prendidote’ terminó por sacarlo del infierno en el que vivía, el consumo de drogas.
Y es que no crecer con su padre marcó la vida de Juan. Su madre, por mantenerlo, trabajó sin parar y dejó a su pequeño al cuidado de su progenitora y la pareja de ella, quien tenía un negocio de máquinas de juegos, sitio soñado para un niño.
Por eso, pasaba metido en el local de videojuegos, y fue allí donde un cliente adulto abusó sexualmente de él. Tenía solo ocho años. Ya a los 13 años, un día, seis compañeros del colegio se reunieron para probar la marihuana. Todos fumaron.
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“De los seis, yo fui el único que se quedó enganchado. Al año siguiente probé la cocaína y dije: ‘Esto es lo mío’. Dejé la inseguridad, timidez y baja autoestima, apareció el falso amor propio que me brindó la droga”, relata el hombre de 26 años.
Al inicio consumía solo los sábados, después los fines de semana, hasta que terminó inhalando a diario. Primero una funda de tres gramos, hasta llegar a raspar una piedra de coca de 12 gramos. Se volvió paranoico y padecía de alucinaciones, pasaba varios días y noches sin dormir.
- Se gastó el billete de la 'U'
En la universidad se inclinó por la terapia física. Una madrina le pagaba los estudios. Cada mes le daba $ 700 para cubrir las pensiones, pero Juan se los gastaba en el vicio.
Cuando lo descubrieron, su madrina le quitó su apoyo. “Me dijo que la había defraudado. No me importó. Solo sabía que hasta allí me llegó la ‘teta’. Tenía que vérmelas para sostener mi consumo. Vendí cosas”.
Juan perdió hasta la vergüenza y le suplicaba a su madre que le diera dinero. “Le decía que no quería robar y ella me respondía: ‘Te irás preso, pero no te voy a dar un centavo’. Le decía que me acompañara para que vea lo que compraba. Nunca accedió”.
A los 20 años se enteró de que su madre había sido violada por su padrastro y que su abuela tenía conocimiento de aquello. Otro suceso que lo tomó como un dolor propio y que lo llevó a justificar su “refugio” en la coca.
Su madre, quien según Juan tenía un ‘sexto sentido’, sabía cuándo él, su único hijo, iba a consumir cocaína. Lo regañaba, pero también dialogaba con él.
“Me pidió perdón por haberme criado sin padre. Me dijo que ella no sabía que eso iba a ser un martirio para mí. Yo le manifestaba que esa situación hacía que me diera más tristeza y por esto a su vez me daban ganas de meterme más droga”.
- Robos y estafas
Para sostener su vicio empezó a robar y esa ‘maña’ se fue haciendo progresiva. Primero lo hacía en casa, cogiéndose los vueltos de su madre. Intentó reciclar botellas y venderlas, pero por un saco solo le daban 25 centavos, recuerda.
Por tres ocasiones asaltó en la calle. “Tenía un perfume de mujer, que es de un tacón y simula la forma de un arma. Uno lo escondía en el bolsillo del abrigo y asustaba a la gente. También terminé estafando con tarjetas de crédito por medio de páginas en internet”.
- La caída de mamá
Su madre tenía osteoporosis crónica y fibromialgia. También le apareció un tumor benigno en el cráneo, el cual le causó vértigo. Se cayó y se fracturó la cadera. Desde entonces se quedó postrada en una cama. “Me dolió muchísimo, no estuve allí en ese momento porque estaba consumiendo”.
En 2017, Juan se convirtió en padre. Nació su primogénita, Agustina. Él estaba recluido, por primera vez, en una clínica de rehabilitación. “Voy a rehacer mi vida, me dije. Después volví a caer en lo mismo”.
- Horario de trabajo y vicio
Empezó a hacer carreras como taxista en el carro de su mamá. Salía a las 12:00 y regresaba a la 01:00. Consumía a partir de las 19:00, pero poco, para que no le afecte en su trabajo. Luego, a las 24:00 solo se dedicaba a drogarse.
“Me desaparecía de mi hogar hasta las 05:00. Le decía a mi esposa que me habían cogido preso por el automóvil, porque no tengo licencia. O inventaba cualquier excusa”.
Cuenta que con las carreras reunía cada día entre semana 50 o 60 dólares. De ese valor, separaba $ 25 para su consumo y el resto lo destinaba para la casa. Si los fines de semana hacía más, guardaba unos 10 o 20 dólares extras.
- Su hija lo liberó
En 2021, un amigo lo ubicó para que le consiga ‘perica’. “Como consumía mucho y era buen cliente, los que me vendían droga me dieron la parte de mi amigo y la mía salió gratis. Llegué a mi casa con siete fundas, eran unos 20 gramos de coca”.
La ‘merca’ la escondía en el escritorio de un cuarto desocupado. Sobre la superficie del inmobiliario hacía las líneas de coca que inhalaba con un sorbete. Un día, su hija Agustina entró de repente a la habitación, mientras él se daba un ‘jalón’.
La pequeña, de cuatro años, lo vio con el sorbete en la mano. “Me preguntó que cuál era el jugo que estaba tomando, pues tenía los ojos como loco, como si se me salieran del rostro”, confiesa Juan.
“La reté y le dije que salga del cuarto. Le falté el respeto a mi hija dejando que me viera drogado. Cambié el amor de mi niña por las drogas, cambié una funda de pañales por una de coca. Salí de la habitación y Agustina, en lugar de estar llorando o molesta, me entregó un dibujo y me dijo lo mucho que me amaba”.
En toda la inocencia de su pequeña, los trazos hechos a lápiz en una hoja de papel lo representaban a él después de tomar su ‘jugo’. Ojos desorbitados, pero con una sonrisa, así lo dibujó su primogénita.
“Allí me derrumbé, vi su pureza y su amor por mí. Guardé ese papel y lo llevé al tatuador para que me lo haga en una parte donde yo lo pueda ver y me frenara cuando quisiera consumir”. Se lo hizo en el brazo ‘malo’, el izquierdo. Sin ser zurdo, con esa extremidad tomaba, fumaba e inhalaba.
Aquellos trazos sencillos marcaron su piel y su corazón. Desde entonces está limpio y con certeza afirma que tiene tatuada una palabra en su cerebro: “inrecaíble”.
- ‘Atrapado’ en un frasco
No solo tiene el tatuaje inspirado en el dibujo de Agustina, también otros como las iniciales del nombre de su madre y la fecha de su nacimiento. Los nombres de sus hijas con sus respectivas coronas de princesas. Un gráfico de su familia (esposa y nenitas abrazadas a él).
Asimismo, tiene otro curioso arte: un frasco cerrado con un sticker que dice “muy lejos” y el universo en su interior. Este significa que él por las drogas se sentía atrapado, pero ahora ha visto su potencial y sabe hasta dónde puede llegar. Hoy tiene su título de enfermero y es terapista del programa ‘Por un futuro sin drogas’ del Municipio de Guayaquil.
Tiene también el tatuaje de una mano cadavérica que sostiene un cerillo prendido. La mano es su padre ausente, quien dejó un fósforo inflamado, Juan. Actualmente, él ‘enciende’ la esperanza en otras personas que luchan contra sus adicciones.
- Se tatuó con su madre
Cuando Juan fue con el tatuador para que le haga su ‘autorretrato’, le comentó a su madre. Ella le confesó que quería hacerse uno. Él se lo pagó y se fueron juntos a marcarse. La mujer, de 54 años, se puso una frase: “El frío del alma no conoce abrigo”. Esa oración no era por su hijo Juan y su vicio de 13 años.
Ella quiso resumir así su propia vida de dolores y abusos. Su progenitora murió por COVID-19 en el año 2021, pero se fue feliz de ver a su vástago graduado, trabajando y rehabilitado.
- Su vida, un guion para película
En Juan solo hay gratitud y ganas de ayudar a otros con sus problemas de consumo, por eso quiere hacer un filme con su historia, con la cual quiere comunicar que se puede caer cien veces, pero no se sabe en qué recaída se puede parar.
Ya tiene escrito el guion, que quizá no gane un Óscar, pero sí muchos abrazos y besos de Agustina y Emilia, sus hijas, sus princesas.