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Fantasma de La Recoleta encontró la luz
Durante una sesión con la oiuja, dos investigadores paranormales invocaron el espíritu de una trabajadora sexual y la liberaron.
Visten de negro. Ricardo Mera y Bryan Albán dicen que ese color aísla las malas energías y protege a la persona. Son dos investigadores paranormales que pretenden salvar a las almas en pena de una casa abandonada de La Recoleta, en el centro de Quito. Y el espíritu de una trabajadora sexual los espera...
Son las 17:00. Es lunes y el cielo de la capital está nublado. El viento sopla fuerte. Parece que va a llover. Mera y Albán ingresan por una puerta de madera desgastada por los años. Cruzan un espacio lleno de montículos de hierba y entran en una especie de casa, de la cual solo quedan las paredes de ladrillo y las estructuras de madera que sostienen el techo metálico.
Los moradores dicen que ahí funcionaban bodegas de los militares hace muchos años. En la actualidad hay un letrero en la entrada principal con la frase ‘Se vende’.
Ambos investigadores recorren el lugar por unos minutos antes de iniciar el ritual. Mera dice que siente un peso en su cuerpo. “Hay presencia de espíritus aquí y debemos medir la energía”, suelta.
Saca un péndulo conformado por una cadena de metal de unos 30 centímetros de largo, la misma que está anclada a una bola de cristal de roca de dos centímetros de diámetro.
Lo sostiene con los dedos pulgar e índice de su mano derecha y espera por un momento. De pronto, la esfera empieza a moverse de forma circular hacia la izquierda y Mera se detiene: “Aquí hay espíritus negativos”, dice.
En ese momento, Albán saca dos varillas de cobre en forma de L. Agarra con cada mano la base de las mismas y deja que la parte más larga de ambas se mueva como brújula. Los fierros giran y en un momento se cruzan. “Esto comprueba que hay entes malignos”, replica Albán.
Mera, quien también es parapsicólogo, añade que cuando las varillas se abren y el péndulo gira hacia la izquierda significa que las energías son buenas. En este caso no es así.
Él siente un ligero dolor de cabeza, mientras que Albán tiene ganas de vomitar. “Es normal cuando hay entes negativos”, insiste.
Salvando el alma de una mujer
Los investigadores utilizan nuevamente los artefactos para que los guiaran al lugar donde hay más presencia energética, y el péndulo y las varillas señalan un montículo de tierra con restos de hierba y piedras.
Esperaron a que los objetos se quedaran quietos y Mera pregunta: “¿Hay alguna entidad que quiera contactarse con nosotros?”. Las varillas y el péndulo se mueven de un lado a otro, drásticamente. Es hora de utilizar la ‘ouija’...
Mera saca un tablero de madera rectangular y lo coloca con cuidado encima del tronco de un árbol ubicado en el montículo de tierra. Luego, él y Albán cierran los ojos y dicen: “Pedimos a los espíritus que nos cuidan que no permitan que ninguna entidad maligna pueda ingresar y hacer daño a los presentes. Ni seguirlos”.
Los investigadores colocan los dedos índice de su mano derecha encima del ‘móvil’. Este es un pequeño pedazo de madera que tiene un hueco en el medio donde supuestamente se mostrarán las letras. Las frases que se formen con las mismas es lo que el espíritu querrá transmitir.
“¿Quién eres?, ¿Cómo te llamas?”, pregunta en tono fuerte Mera. La plancha empieza a moverse lentamente y a marcar las letras: L-A-U-N-I-C-... En ese momento se queda paralizado el pedazo de madera. Mera y Albán se miran entre sí y la madera continúa: LA ÚNICA Y P-R-I-M-E-R-A.
Los expertos explican que puede ser un alma en pena que quiere cruzar desde el mundo de los vivos hacia la eternidad.
Mera retoma la conversación: “¿Necesitas algo?”.
El espíritu responde: “¿Yo nada? ¿Tú?”...
El ambiente se torna tenso y un viento frío se siente en el interior de la casa abandonada. Al fondo, varios perros ladran. De repente, el ‘móvil’ se mueve de lado a lado de manera drástica, como si alguien lo manipulara desde el más allá.
“¿Quién eres?”, le pregunta Albán. “Put... fui”, responde. Al parecer, era una trabajadora sexual.
Nuevamente el ‘móvil’ se comporta extraño y rápidamente forma la frase: “También los necesitan los muertos”.
Mera entiende que el alma quiere cruzar el mundo de los vivos y junto a Albán susurran un par de rezos. Oran.
Conversan con una ‘amiga fantasma’, se despiden de los espíritus y cierran la sesión de la ‘ouija’. ¡Libre! Un perro se mete a la casa abandonada, huele. Mira a los presentes y se marcha.
Detrás de los espíritus
Fabián Villa, morador del sector, comenta que en esa casa abandonada solían dormir los indigentes y la utilizaban para consumir estupefacientes. Era refugio de ladrones. “Cerca de ahí personas en situación de calle construían cuevas para vivir. Pasaron muchas cosas”, añade.
La dueña de una tienda frente al Ministerio de Defensa, en el sector, cuenta que hace más de 40 años allí funcionaban bodegas de los militares, luego una farmacia y después fue convertida en una cooperativa.
Francisco Guerrero, otro morador, añade que a ese lugar también solían bajar las trabajadoras sexuales cuando funcionaba la Terminal Terrestre en Cumandá. “Era como una hueca para su diversión”.
Un sacerdote católico, quien prefirió no identificarse, indicó que la Iglesia también maneja el principio de las almas buenas y malas. Las primeras, según él, son aquellas que encontraron la salvación “porque obraron bien en su vida”. Añade que a los espíritus que no vivieron en gracia de Dios se les hace muy difícil dejar el mundo terrenal. “Existe el bien y la fuerza maligna del demonio”.
Enfatiza que la ‘ouija’ es un medio peligroso con la que solo se invoca a entes del mal. “Es como abrir una puerta espiritual en la que no podemos saber quién entraría por ahí”. Según el sacerdote, puede ingresar algo demoníaco y hacer daño...
Al terminar la sesión, Albán se despide y nota que le sale sangre de la mano. “Me corté el dedo y no sé cómo”.
Asomó un espíritu conocido
Mientras el dúo ‘cazador de almas’ estaba hablando con el espíritu también apareció supuestamente un fantasma que es amiga de ellos. Mera contó que ella suele acompañarlos cuando hacen una sesión con la ‘ouija’. Se llama Anita y la conocieron en un cementerio.