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"Vivimos una tortura" por secuelas de una explosión
El hecho se registró en Los Cóndores, en el sur de Quito, cuando madre e hijo inflaban globos con helio. Ahora, las víctimas claman por ayuda.
Para María Figueroa y su hijo Arbel Salas, intentar pararse es un suplicio. Ambos fueron víctimas de una explosión de un tanque de helio en Los Cóndores, sur de Quito.
Ella, 53 años y entristecida, casi pierde su pierna izquierda y ahora usa una silla de ruedas. Él, 33 años y angustiado, tuvo peor suerte: su miembro izquierdo fue mutilado de la rodilla para abajo.
Son venezolanos y se dedicaban a la venta de globos para subsistir... hasta el 2 de febrero. Ese día, en la terraza de la vivienda que arrendaban inflaban las bombas cuando el cilindro de gas reventó.
Arbel dice que aquel tanque debió tener un desperfecto porque, por esa ocasión, no lo compraron al proveedor al que acostumbraban. La Unidad de Investigación de Incendios del Cuerpo de Bomberos detalló ese entonces que la presión de los cilindros causó la tragedia.
Según la entidad, desde marzo de 2020 hasta mayo de este año han ocurrido 68 explosiones de tanques de gas en la capital. “Sin embargo, no se conoce exactamente cuántas personas adquirieron una discapacidad por estos hechos”, detallan.
Sin plata para nada
Tras el hecho, Arbel se resignó a que no volvería a ser el mismo. “Cuando me llevaron al hospital, supe que sería imposible que me la reimplantaran (su pierna)”. Fue así que su hermana llevó el miembro a una funeraria para que lo cremaran.
A la extremidad de su madre María, en cambio, solo la sostenía un ‘hilo’ de piel. Al llegar a la casa de salud, los médicos la intervinieron rápidamente para salvarla.
El extranjero –que ahora avanza en un par de muletas– estuvo internado 14 días. Mientras que la mujer, quien tuvo una infección sumamente fuerte, tuvo que esperar hasta el 14 de mayo para que le dieran el alta.
“Me pusieron unas platinas. Están sostenidas con una faja y debo permanecer inmóvil, al menos, de dos a tres años”, lamenta María, quien era peluquera en Venezuela.
Una vez fuera del hospital, no tuvieron más alternativa que ir a la casa que alquila la hija de María en el sur de la ciudad. Allí, ambos prácticamente permanecen sin hacer nada debido a su discapacidad.
“No hemos tenido la colaboración de ninguna autoridad”, lamentan los dos parientes. Arbel cuenta que necesita de suma urgencia una prótesis, pero el valor bordea los 3.000 dólares, dinero que no tiene.
María requiere de medicamentos para calmar el dolor. “Dormir es imposible. Lo que estamos viviendo es una tortura”, afirma mientras mira por la ventana, quizás en busca de alguna señal de esperanza que acabe con su desgracia.