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Personaje
Diana Armijos: La reina de la salsa y de la fe
Le cortaron su pierna izquierda, no su sonrisa ni sus metas. Su prótesis no la sostiene, sino su confianza en Dios. Un cáncer de hueso y una malformación uterina que le impediría ser mamá no pararon su andar
Desde niña amó el deporte; si no estaba en una cancha de fútbol, entrenaba en una pista de atletismo como velocista.
A los 18 años, Diana Armijos jugaba un partido de balompié con sus compañeros de la Universidad de Guayaquil. En dicho encuentro sufrió una caída, debido al dolor acudió a una doctora, quien le dijo que era una afectación muscular.
Al ver que el “malestar” no pasaba, ella fue a su natal cantón de La Concordia (Santo Domingo). Recurrió a un médico naturista, quien le aplicó acupuntura, lo que hizo que el tumor se reprodujera más rápido. Un conocido de su mamá, Marina Bone, le recomendó ir a una clínica en la capital Tsáchila.
Allí le diagnosticaron osteosarcoma en su pierna izquierda, cáncer de hueso. Eso no fue todo; estaba en un tercer grado, el penúltimo para la etapa final. Tenía dos opciones: la amputación o vivir con su extremidad hasta seis meses, como máximo.
“Me querían hacer trasplante de hueso, pero me informaron que ya no tenía, el cáncer se lo había comido”, recuerda Diana, de 35 años.
“Quería morirme. Le dije a la psicóloga: ‘A usted no es a quien van a cortar la pierna’. Nada me motivaba”. Es más, eliminó todas sus redes sociales, no quería que nadie la viera.
Su despertar
Su madre conoció en un hospital de Quito a una niña de 12 años, quien pasaba por una prueba similar.
“Eres una cobarde, ella es más pequeña y está luchando por vivir. Tú que tenías metas, estás dejando que la vida se te acabe”, le dijo Mariana.
Para Diana fue un puñetazo, pero la hizo reaccionar. “Firmé la autorización de la amputación y me operaron el 27 de noviembre de 2017”.
El médico le dijo que era un milagro, pues por lo general ese tipo de cáncer sube en la extremidad, pero el de ella bajaba; el corte fue por encima de la rodilla.
Ha pasado por tres cirugías. “En todas me he encomendado a Dios, que se haga su voluntad”.
Al iniciar el tratamiento con las quimioterapias, decidiría si continuar o dejar todo botado. La primera fue en Navidad.
Diana no quería volver a La Concordia. “Me van a ver así. Le dije a mi mamá que no volvería; ella me dejó para un mes de arriendo y comida; me indicó que si en ese tiempo no hacía nada, retornaba”.
Sus quimios costaban $ 500 y se las realizaba cada 21 días.
“Tienes una semana para llorar, luego vengo para buscar universidad y trabajo”, le dijo un amigo. Diana estaba sin cabello y con muletas. La llevó con el director de la universidad Og Mandino de Quito. Después fue contratada como cajera en un cine.
Aisha, su regalo
Su camino no ha sido fácil y no es porque no se haya adaptado a las muletas o prótesis, sino porque ha recibido diagnósticos negativos.
A los 15 años le dijeron que tenía una malformación uterina, un desarrollo insuficiente del órgano reproductor encargado de gestar: el útero. No sería madre.
En 2012 tuvo una recaída de cáncer y se le pasó por la cabeza quitarse la vida, pero afirma que Dios le dio la oportunidad de ser mamá.
“Me diagnosticaron cáncer al pulmón izquierdo y en los exámenes se dieron cuenta de que tenía dos meses de gestación, pero me sugirieron un legrado. Me dijeron que no podía tener al bebé, pues uno de los dos moriría, y había la posibilidad de que el embarazo llegara hasta los siete meses”.
En 2013 nació Aisha, nombre árabe que significa ‘viva’. Cuando ella tenía seis meses, Diana fue para su control y regresar al tratamiento. El doctor le reveló que sus pulmones no tenían nada, que estaban limpios. Otro milagro.
“Siempre digo que uno tiene un ángel, pero al mío le ha tocado duro el trabajo de cuidarme, pero lo hace muy bien”.
Aisha, de 10 años, ha aprendido el lenguaje inclusivo, sabe cuáles son los términos para tratar a una persona con discapacidad y tiene sensibilidad para ayudar a los demás.
“Caminó rápido porque le tocó, la mamá no podía cargarla siempre, antes del año lo hizo”.
¡Adiós, camuflaje!
Cuando Diana andaba con su prótesis, igual usaba un bastón. Admite que aún no aceptaba su amputación y ocultaba su ‘falsa pierna’, usaba pantalones, faldas, botas, pero en 2018 la exhibió y fue gracias al baile.
Ella era parte de la fundación ‘Jóvenes contra el cáncer’ y allí recibía clases de bailoterapia. Su maestra le contó de una competencia de academias de danza y quería que ella participara. Era en Guayaquil.
Entrenó un mes y medio, todos los días, de dos a tres horas. “Mi protesista me ayudó a conseguir una pieza para el taco, para añadirla al zapato. Era la única persona con discapacidad, pero fui calificada como todos los demás”.
Confiesa que su ‘pierna buena’ le temblaba, pero cuando terminó de bailar salsa (el género que le apasiona), el público se paró a aplaudir. Quedó en segundo lugar, pero la experiencia le hizo ver la importancia del arte para las personas con discapacidad y decidió crear la fundación Cienpiés.
¿Por qué ese nombre? Una amiga de Diana tenía amputada la pierna derecha y ella le decía que si se unían podrían caminar. Falleció hace siete años, pero su mensaje le sirvió como misión de su organización: trabajo unido, en equipo.
Reinado y liderazgo
Reconoce que no le gustaban los reinados, pero en 2020, una amiga le comentó de uno. “Me dijo que estaban buscando todo tipo de mujer”.
Su amiga, a escondidas, llamó a la directora del certamen, quien la visitó en su casa y le hizo la propuesta, logrando convencerla.
“Yo era la única persona con discapacidad en el Mrs. International Global Ecuador, que se realizó en Quito”, manifiesta Diana, quien se coronó como la soberana del evento de belleza.
Ella iba a representar a Ecuador en Malasia, pero no consiguió costear el pasaje, que por su discapacidad se reducía a la mitad, unos $ 2.000.
Ser reina implica belleza, pero también liderazgo. En 2019 fue becada en la Escuela de Líderes para el Futuro, graduándose como la mejor estudiante de su promoción. Viajó a República Dominicana, Perú y México para seguir preparándose.
Por la pandemia tuvo que cerrar la fundación por falta de recursos, perdió becas y viajes que le servirían para conseguir aliados que apadrinen a sus chicos de la fundación y conseguirles sus prótesis.
No se considera una supermujer, reconoce que es de carne y hueso. “Por más que trate de tener fuerza, me rindo, me desmorono, hay días en los que lloro en silencio”. Es que esa fragilidad es parte de su género.
Pero de esos momentos obtiene una enseñanza. Ella no tuvo una pérdida, al contrario, lo que le ha tocado vivir es ganancia, pues varios siguen sus pisadas. Los límites están en la mente.
Discriminación, ¿hay tratamiento?
Diana asegura que no solo lucha contra el cáncer, también contra la discriminación. Eso le duele más que cargar todo el día la prótesis.
Revela que en varias ocasiones a ella y a algunos compañeros con discapacidad no les quieren vender los boletos en las terminales terrestres.
¿El motivo? Porque pagan menos en el valor del pasaje.
“Recién me fui a la ciudad de Tulcán, en la noche y en la Cooperativa de Transporte Pullman pedí dos boletos y me dijeron que sí tenían asientos, pero cuando les expresé que eran dos medios pasajes, me respondieron que no vendían. Vulneraron nuestros derechos. Todavía existe eso en nuestro tiempo”, precisa.
Un pasaje entero cuesta $ 7,50, pero los trabajadores de la cooperativa antes mencionada no quisieron “perder” los 3,75 dólares, la mitad de su precio, que le correspondía cancelar a Diana y su acompañante.