Guerra avisada no mata gente. Esta frase cae como anillo al dedo en Quito, donde últimamente se han reportado talas de árboles en las laderas de El Panecillo, una práctica indiscriminada que no solo pone en riesgo el ecosistema de la capital, sino que también amenaza la seguridad de las comunidades cercanas.

Para quienes piensan que la tala de árboles es solo una cuestión de pérdida de belleza natural, están equivocados. Los árboles desempeñan un papel crucial en la estabilidad del terreno de El Panecillo, actuando como una barrera natural contra la erosión del suelo y previniendo deslizamientos que pueden ser devastadores durante las épocas lluviosas. Ejemplos de tragedias hay muchos; solo basta con recordar lo que sucedió en junio pasado en una pequeña localidad de Tungurahua, donde fallecieron sepultadas 10 personas, arrasando con un barrio entero.

El Estado y el Cabildo tienen la responsabilidad de actuar con urgencia para proteger El Panecillo y sus alrededores. Se necesitan medidas más estrictas contra la tala ilegal y que se fortalezcan las regulaciones para la preservación de los espacios públicos. Pero la comunidad también debe poner de su parte y ser los primeros vigilantes y protectores de estos espacios. ¡No nos quejemos luego!

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