Las calles de Guayaquil suelen ser un campo de batalla, en el que todos luchan por sobrevivir. Peatones y choferes de todo tipo se enfrentan en un escenario caótico en el que priman el abuso, la ira y el descontrol a todo nivel. Cruzan sin precaución, insultan, pitan y se pasan por el forro cada señal de tránsito que ven. “No vire a la izquierda”, y lo hacen; “no haga doble columna”, y la forman de una manera alevosa, sin que nada ni nadie lo pueda evitar. Las motos se abren paso como sea entre los carros, que pugnan por salir del trancón, mientras los vigilantes hacen lo que pueden desde sus respectivas ubicaciones.

La semana que termina se difundió en redes sociales el vídeo en el que se ve a un motociclista destrozando con el puño uno de los espejos laterales de un vehículo conducido por una mujer que le increpa, mientras lo graba con su teléfono, porque supuestamente la chocó. Tras romperle el accesorio, el sujeto acelera su vehículo y se pierde en el pesado tránsito de una avenida porteña.

Por si fuera poco, en estos días circuló la versión del presidente de un gremio de motoristas, quien pide cárcel para “una tipa que debe pagar su intento de asesinato”, con lo que se infiere que ella habría sido la causante del altercado.

Sea como fuere, el problema sigue siendo la falta de respeto al que los ciudadanos estamos expuestos por conductores que no tienen Dios ni ley, mucho menos la intención de colaborar para que la ciudad sea cada día un mejor lugar para vivir. ¿Y los controles, pa’ cuándo?