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Barreto (de gorra) ahora enseña el deporte que practica desde los 19 años. Tiene 37.Álex Lima / EXTRA

¡A una 'latita' el deporte en Guayaquil!

Instructores de fútbol y kick boxing imparten sus conocimientos por una tarifa económica. Sus clases son al aire libre y ayudan al que no puede pagar.

Hay 43 años de diferencia entre Ramón Barreto y Rodolfo Castañeda. Sus áreas de trabajo, en Guayaquil, están separadas por 14,3 kilómetros. Al uno lo cobija el sol en su ‘chamba’; al otro, la luna y las estrellas. No se conocen, pero coinciden por el amor al deporte, un don para calar en las juventudes y esa ‘latita’ diaria que cobran por sus clases.

Rodolfo ‘respira’ fútbol. Desde chico jugaba pelota como marcador izquierdo y al crecer formó parte de clubes como Patria y Everest. Dice con orgullo ser el ñaño de Gonzalo ‘Pachaco’ Castañeda, goleador ecuatoriano que pasó por Emelec, Deportivo Cuenca, Liga de Quito y demás equipos.

A sus 80 años, Rodolfo por las tardes enseña a un grupo de 25 niños las tácticas básicas con el balón, en un parque de la manzana 68 de la ciudadela Las Orquídeas, al norte de la urbe porteña. Ese reducto se ha convertido, desde hace seis meses, en un fortín donde los chicos alimentan el sueño de ser jugadores de Primera Categoría en unos años.

Rodolfo Castañeda (izquierda) supervisa el entrenamiento de los pequeños todas las tardes.Álex Lima / EXTRA

En esa tarea lo ayudan dos instructores: su hijo, John Castañeda, y Peter Posligua.

Las sesiones con los pequeños son de lunes a viernes, de 16:00 a 18:00. Los sábados y domingos suelen participar en campeonatos infantiles.

La mayoría de ‘peladitos’ no pasan de 11 años. Desbordan energía. Ni el ambiente pesado por el calor que se percibe al iniciar la jornada los detiene. El sudor que emana de su rostro parece que les diera una dosis extra de ñeque, en vez de ser un signo de cansancio.

CANAS ‘ENCAUZADORAS’

El dinamismo de los pequeñines es el patrimonio más importante de aquella escuela que se va gestando en la zona.

Ahí, por el peso del tiempo en su agilidad física, Rodolfo trabaja más con el ‘mate’. Él es quien define las estrategias de ataque y defensa. John y Peter, los dos instructores, aplican los conceptos y dirigen las jugadas.

Rodolfo supervisa todo, pero también cumple el rol de complementar el aprendizaje deportivo con lo humano.

Sus manos bailan por los aires con indicaciones hacia los ‘peques’. Las junta horizontalmente a la altura del pecho. Luego las baja hasta la cintura, en señal de que ‘peloteen’ despacio, sin hacerse daño entre sí.

“No... Cuidado... Sin pelear...”, se lo escucha advertirles a un costado de la cancha, mientras da pasitos a los lados para ver con más detalles los cruces de sus pupilos.

Seis meses lleva la escuela de fútbol de Castañeda.

TARIFA SOLIDARIA

Cuando a Rodolfo se le pregunta por plata, responde sereno. Tiene clarito como el agua que con su proyecto para la niñez no se llenará los bolsillos. Cada ‘pelado’ paga un dólar por entrenamiento. La idea es que les resulte accesible formarse en lo que les apasiona, sin que el billete sea un impedimento.

“Aquí no se recoge al día más de $12. Hay chicos que pasan necesidades y no siempre tienen cómo pagar, pero igual se les da la clase. Lo importante es que ocupen bien su tiempo libre y no se les pegue la vagancia”, argumenta.

Generalmente, lo que se recauda alcanza ‘más o menos’ para pagar los 70 dólares semanales que ganan los ‘profes’. Pero también se gasta frecuentemente en balones, conos plásticos y demás material de práctica, además de apoyar con la compra de los uniformes a quienes no tienen.

Al final de cada práctica, una oración refuerza el espíritu y la hermandad.Álex Lima / EXTRA

Pero el octogenario tiene a sus ‘ángeles’ que le aportan plata de vez en cuando. Son parientes que, cuando pueden, le envían algo de dinero desde Italia y Bélgica para ayudarlo.

KICK BOXING AL AIRE LIBRE

En el centro de Guayaquil, Ramón Barreto también tiene sus clases solidarias. Al frente de un grupo de jóvenes en la práctica del kick boxing, él ‘se la busca’ junto a sus alumnos para que puedan participar en torneos de esa disciplina.

Este es un deporte de combate de origen japonés, en el cual se mezclan las técnicas del boxeo con patadas heredadas del karate y las artes marciales.

Son aproximadamente 50 muchachos, cuyas edades rondan entre los 15 y los 30 años, aunque también hay algo más de 12 niños y un padre de familia de 57. Entrenan al aire libre, en un parque aledaño al estadio de béisbol Yeyo Úraga (el único que quedó en pie luego de la remodelación), en Tungurahua y Capitán Nájera.

A diferencia de Rodolfo y su camada vespertina, allí las sesiones son de 19:00 a 21:30, de lunes a viernes. Ese ambiente nocturno se ajusta más a las realidades de los asistentes. La mayoría estudia o trabaja, o ambas cosas, y se les facilita más asistir al finalizar la tarde.

La similitud está en el precio: a un dolarito la instrucción por día. “Baratito, para mantenerse en forma y alejado de todo vicio”, dice Ramón. Él también demuestra estar dotado de abundante solidaridad, pues igualmente permite que los suyos asistan gratuitamente si en alguna ocasión andan ‘chiros’.

19 kilómetros de trote a veces se suman a la rutina física del kick boxing.

Últimamente ha demostrado su generosidad con chicos que, como él, dejaron atrás su natal Venezuela, obligados por la necesidad de subsistir.

CREATIVIDAD AUSTERA

Ramón y sus aprendices no reciben donaciones, pero se están organizando para realizar rifas que les permitan generar ingresos con los que puedan costearse sus implementos.

El poco material con el que cuentan es el que Ramón pudo traerse de su país, que abandonó hace 10 años. Otros equipos han sido comprados por los estudiantes que cuentan con recursos para hacerlo. Pero aún no tienen todo lo que necesitan.

Una jornada de entrenamiento es un ejemplo de cómo enfrentar ingeniosamente las adversidades. Como no tienen tatami (tapiz, generalmente de caucho, para combates), les toca practicar sobre el duro piso adoquinado del parque.

Los alumnos de Barreto ya han ganado medallas y trofeos en el corto tiempo de clases.Álex Lima / EXTRA

Tampoco cuentan con un ring. Por eso, en cada pelea, Ramón se mueve cerca de ellos para indicarles hasta dónde se pueden extender, según su cálculo al ojo de las dimensiones de un cuadrilátero profesional.

Como no hay camerinos, se cambian en los baños de un gimnasio aledaño que les prestan. Las bancas del sitio las usan para los estiramientos. En fin, tratan de transformar las debilidades en fortalezas.

A pesar de esas limitadas condiciones, lo que les sobra es motivación. Aprovechan la complicidad de la fresca brisa nocturna como aire acondicionado ‘grateche’, para ‘frentear’ el agotamiento.

El horario les permite estar ligeramente más relajados. A medida que transcurren los minutos de sus clases, pasan menos buses por la zona y toma más protagonismo el ruido de sus pisadas al trotar alrededor del parque para entrar en calor.

"Yo vendía pollos y pasaba por el parque. Entonces pensé que podría entrenar aquí. Llevo 18 meses dando clases”.Ramón Barreto, instructor de kick boxing.

Luego se unen, como en sinfonía, el sonido de los golpes chocando sobre los guantes y protectores craneales de plástico. Dependiendo de la fuerza del puñete o de la patada, se oye con intensidad el ‘push’ de este tipo de material amortiguando cada impacto.

Esos detalles sonoros van a la par del ‘bailecito’ entre contrincantes. No es que dancen, precisamente; pero cuando quieren golpear al oponente avanzan hasta tres pasos adelante mientras el otro retrocede. Después se intercambia el movimiento. Es como ver un vals en vertical.

Al finalizar una contienda, chocan suavemente los guantes en señal de respeto y se inclinan hacia delante. Porque como dice Ramón, “el deporte es disciplina y el cuerpo siempre va a rendir, pero hay que motivarlo”.