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Los clientes del Cabo Rojeño no solo se reúnen a escuchar sino también tocan salsa.CARLOS KLINGER / Extra

Voces de Guayaquil: El Cabo Rojeño celebra su cuarta década de existencia

La reconocida salsoteca celebró en grande sus cuatro décadas. Ni la pandemia, clausuras o inseguridad alejan a su fiel clientela de la pista de baile.

Música, fútbol y cerveza a buen precio es la fórmula del éxito que los hermanos Jorge y Galo Pinargote encontraron hace 40 años al fundar el Cabo Rojeño, uno de los bastiones más reconocidos por los salseros de la ciudad, donde se juntan dos grandes pasiones que unen a los guayaquileños: la salsa y los equipos del Astillero.

Si usted nunca ha ido al Cabo Rojeño, primero déjeme decirle que le falta calle y segundo, que se está perdiendo de una experiencia superguayaca.

Apenas al entrar, los visitantes quedan admirados por su decoración, parecida a una galería de arte, que mezcla fotografías de los equipos del Astillero con cuadros y pinturas de los salseros más sonados y reconocidos de todos los tiempo.

Para alcanzar mesa en el Cabo hay que llegar temprano. La salsoteca abre de lunes a sábado a partir de las 17:00 y apenas unos minutos luego, la clientela frecuente comienza a llenarlo y la cerveza empieza a “zumbar” por doquier. No pasa ni una hora para que todo el sitio esté totalmente copado.

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Ya en ambiente, los grupos de amigos empiezan a armar su propia farra. Un trío de visitantes no demora en sacar timbales, maracas, campana y clave, y así, de un momento a otro, se arma el “show en vivo”.

En la barra, los clientes más “vieja guardia” tiran lengua y biela que da miedo; en la pista de baile, el zapateo no se detiene por nada y los bailarines sacan a relucir sus mejores “pasos prohibidos” al ritmo de los más exitosos temas de Hector Lavoe, Celia Cruz, Rubén Blades, Louie Colón y otros tantos salseros de antaño.

Futbol y salsa, los cimientos del un lugar emblemático

Jorge "yoyo" Pinargote recibió una camiseta con la imagen de él y su hermano, como regalo por los 40 años del Cabo Rojeño.CARLOS KLINGER / Extra

“El fútbol fue una de las pasiones que me unió a mi hermano para abrir el Cabo. En la familia dicen que soy la ‘oveja negra’ porque soy barcelonista y todos en casa son azules.

Con mi hermano siempre llevamos la rivalidad con mucho cariño y respeto, y así la plasmamos en el bar”, recordó Jorge con una mezcla agridulce de sentimientos, ya que de los dos fundadores solo queda él, su hermano falleció en 2020 durante la pandemia de Covid-19.

Como recuerdo de esta sana rivalidad, una de las paredes del bar tiene reservado un espacio privilegiado para una fotografía de ambos, Jorge de amarillo, Galo de azul, plasmados en un saludo eterno.

Wilson Flores, quien se considera cliente fundador, pues este es su lugar de farra predilecto desde que abrió en el año 1983, recordó que antes el bar estaba en la calle Zaruma y Rumichaca, el vecindario donde creció “peloteando” con Jorge, y que a medida que se fue haciendo famoso, el local quedó pequeño y tuvo que mudarse al actual espacio en Rumichaca y Luis Urdaneta.

“La gente es fiel al Cabo, cuando se trasladó todos nos movimos con él. Aquí siempre encuentra gente mayor que, como yo, llevan más de treinta años viniendo a bailar. Yo he traído a mi esposa y ahora también a mi hija. El Cabo se podría decir que se convirtió en una tradición guayaquileña”, sostuvo Carlos Barriga, cliente desde hace 34 años.

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Este rincón de la identidad guayaca, que ha vivido presentaciones memorables de artistas de calibre mundial como Lavoe, Ismael Rivera, José Bello y Henry Fiol, celebró el miércoles 12 de julio su cuarta década de fundación. Shows en vivo y baile toda la noche fue la propuesta que durante cuatro días tuvo a reventar la discoteca, y esto solo fue el abrebocas de una celebración que seguirá durante las fiestas Julianas.

Pablo Aníbal Vela, asiduo visitante señaló que “es este ambiente salsero, este sabor especial, que no lo tiene ningún otro lugar, el que distingue al Cabo Rojeño”.

Vela se siente tan en confianza que no teme en pedir el micrófono para animar la noche. Hacen falta una pocas palabras con la invitación a la pista para que todas las parejas salgan a demostrar su clase. Giros, pasos laterales y agarres son los pasos más aplaudidos por los clientes.

Un club de panas fieles

Muchos de los clientes habituales han forjado amistad al son de la música y la cerveza.CARLOS KLINGER

Cuando Jorge llega al Cabo se vive como el arribo de una celebridad o artista. Todos quieren saludarlo, todos quieren abrazarlo, todos quieren compartirle un trago y “Yoyo”, como le dicen cariñosamente sus amigos, nunca dice que no.

“El Cabo Rojeño fue pensando como un bar para los amigos, para gente de todos los estratos que disfruta escuchar y bailar salsa, aquí puedes venir en pantaloneta y nadie te juzga, todos son bienvenidos siempre y cuando se porten bien”, resaltó.

Yoyo recordó que durante la pandemia tuvo que vender cerveza desde la ventana de su casa para subsistir y eran los mismos clientes del Cabo quienes le compraban. Ni el covid, ni los intentos de clausura o el aumento de la inseguridad los espantó. Apenas reabrió el bar, volvieron de inmediato.

Los clientes habituales están convencidos que al Cabo le quedan 100 años más de vida; que mientras haya quienes gusten de la salsa, las mesas, la barra y la pista de baile seguirán rebosadas de amigos y la biela seguirá zumbando.

Cuando uno de los visitantes que va de salida escucha que se le pregunta a Yoyo si la salsa sigue vigente, no teme interrumpir: “Como dijo el puertorriqueño Louie Colón: ‘más salsa que pescado, chico’. La salsa es para siempre”, sentenció.

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