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Los caseritos
Entre reses y escamas un par de esposos le ponen la chispa en el Mercado Oeste
Jacinto Arias no comercializa lengua, sino mariscos, pero con su labia conquista a sus clientes y a su 'ñora', quien es carnicera en el centro de abastos
‘Abogado’, ‘doctor’, ‘ingeniero’. Así llama a sus clientes Jacinto Arias Flores (60 años), más conocido en el mundo de la ‘coquetería’, según él, como Don Cañón, vendedor de mariscos en el Mercado Oeste, ubicado en las calles 10 de Agosto y Babahoyo, centro de Guayaquil.
“Primero les veo la ‘pinta’ a los compradores. A veces ‘doy en el clavo’, pero si no tienen esas profesiones, les doy estilo para llamar la atención de ellos. Así les ‘prendo la radio’, los engancho”, cuenta el hombre oriundo de Posorja.
Otra forma de llamar a la ‘pípol’ es voceando: “Venga, a dólar la libra de robado”. “La gente se acerca y me dice: ‘Deme el de dólar’. Y yo respondo: ‘El robado se acabó, lo que hay es robalo y ese está a $ 3,50 la libra’”. Así hace que se acerquen hasta su puesto.
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Don Jacinto es todo un ‘cañón’ en las ventas y cuando puede promociona los productos de su esposa, Elena Álvarez Miguez, quien también es vendedora en el centro de abastos. Su negocio (una carnicería) está diagonal al de su Cañoncito, con quien tiene 35 años juntos. “Ella me secuestró”, menciona entre risas Jacinto.
En ese ‘rapto’ procrearon tres hijos. Pasan todo el día juntos y ninguno se hostiga del otro. Con su labia no solo la conquistó, también la entretiene.
“Nosotros estamos pegaditos, nos acostamos apretaditos, nos levantamos y pasamos todo el tiempo en pareja”, asegura Jacinto, quien pasa rodeado de los productos del mar y, aunque no es pescador, logró ‘pescar’ a su sirenita, su esposa, quien sabe que él es bromista y se lanza sus ‘perlas’.
- Bromas a sus compañeras
En el mercado hay unas compañeras que venden bollos y él las molesta. “Yo les digo: ‘Queremos tu bollo’, pero el de la que tiene más edad ha de estar más rico”, se carcajea.
“‘Le voy a pegar a tu marido’, me dice una compañera. Yo le contesto: ‘Tócalo y vas a ver, te topas conmigo’”, manifiesta doña Elena con una sonrisa, pues sabe que su hombre es ‘pura boca’.
Asimismo, confiesa que una vez se topó con una de sus compañeras en el mercado de la Caraguay (sur porteño) y le expresó lo siguiente: “ Vámonos al río". "Estás loco", me contestó la señora. Yo le insistí bromeando: "Nadie nos ve, mi esposa está en el carro, muévete, no te hagas", se vuelve a carcajear frente a su 'ñora'.
Sin embargo, la mujer, de 61 años, cuenta que en temas serios ella le exige lo mismo, sino... ‘se lo filetea’, dice ‘pelando los dientes’ otra vez.
Jacinto empezó trabajando en la carnicería de su suegro (fallecido), luego tuvo la oportunidad de tener su propio puesto.
Elena reemplazó a su padre cuando él enfermó. Tuvo que convencerlo de que ella estaba lista para tomar su lugar. La vendedora indica que aprendió con solo ver ‘camellar’ a su progenitor. Al principio sí se ‘arrancó el pedazo’, pero siguió adelante y con orgullo grita que es carnicera, aunque sostiene que quien se llevó la mejor carne fue su esposo, refiriéndose a sí misma.
- 'Despachando' solidaridad
No solo disfrutan de vender, también de ayudar al prójimo. Ella vende 50 centavos de carne a abuelitas de escasos recursos y les da ‘yapa’; mientras que él les regala cabezas de pescado a los ‘hacheritos’. Son ‘cañones’ para la solidaridad y lo hacen para agradecer a Dios por todas sus bendiciones.
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