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Las mochilas y los tubos con grifos son característicos para que identifiquen sus servicios.GUSTAVO GUAMAN

Quito: Hombres sacan sus herramientas para buscar empleo en la calle

Obreros de la construcción se toman dos veredas de Quito a la espera de que alguien los contrate. Están a la ‘pelea’ por cualquier trabajito

Avenidas Morán Valverde y Mariscal Sucre. Siete de la mañana. El sol quiteño comienza a calentar a unos 50 hombres entre los 40 y 70 años. Todos madrugan para buscar dinero, por lo menos para el almuerzo del día.

Este bulevar, ubicado en el sur de Quito, que la gente llama ‘el caballito de Chillogallo’ –allí había un monumento al Mariscal Sucre montado en su caballo, pero le cogieron más cariño al animal de metal que al mismo mariscal– se convirtió en la ‘agencia’ de empleo de los obreros de la construcción.

Desde hace unos dos años, los ‘maestros’ –como la mayoría los llama– se paran en la acera a la espera de que alguien llegue y los contrate. Sucede cada vez menos. “A veces toca trabajar más barato, aunque la construcción sea un oficio muy fuerte”, dice Javier Pallasco, un ‘inquilino’ del subempleo.

Ellos son parte del 20,3 % de la población ecuatoriana que está en el subempleo, según los datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), de octubre a diciembre de 2023. Javier estuvo empleado en una construcción hasta la segunda semana de enero. Un día solo le dijeron que “se acabó la plata”.

Nunca ha gozado de seguro social y menos de un seguro privado. “Si uno lo pide dicen que esas son las condiciones y ya”, afirma.

Este quiteño aprendió el oficio de albañil y plomero desde los 15 años. Ahora, con 47, renta un cuarto pequeño en Guamaní, en el sur, desde donde sale todos los días a las 06:00 para ‘cazar’ algún trabajo, por pequeño que sea. “No crea que nos gusta estar aquí chupando sol o lluvia. La necesidad nos obliga”, justifica.

Poco a poco aparecen más maestros. En cuanto llega una persona a preguntar por los precios se amontonan a su alrededor. “¡A mí!”, “¿A dónde hay que ir?”, repiten casi al unísono. La desesperación es tal que prácticamente persiguen al posible cliente, que termina eligiendo a uno. “A veces nos vamos con los bolsillos vacíos”, comenta Patricio Valencia, un pintor de 52 años.

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  • PESADAS MOCHILAS

Para mostrar sus habilidades cada uno lleva una herramienta en la mano, una brocha o un tubo con grifo. “Es para que vean que uno sabe”, murmura Jorge Chicaiza, un albañil. Él no terminó la escuela porque fue abandonado por sus padres.

Aún así, cuenta que sabe leer planos de construcción perfectamente, porque los años de experiencia avalan sus conocimientos. “Como vienen a llevarnos, debemos estar listos y tener todo a la mano”, dice Javier. Él ofrece sus servicios con o sin material.

En sus mochilas llevan las herramientas necesarias para sus oficios.GUSTAVO GUAMAN

A pesar de que la presencia de los maestros ha aumentado en los últimos años, Quito está en el cuarto lugar en la tasa de subempleo, con el 10,4 % a nivel nacional. Ciudades como Machala, Ambato y Guayaquil le anteceden con el 21,9, el 18,5 y el 15,9 respectivamente.

Patricio Valencia ha optado por diversificarse: ya no ofrece solo sus servicios, sino que revende artículos. “Depende del día, cuando hace mucho sol me pongo a vender sandía. No hay trabajo y nos toca hacer cualquier cosa”, comenta.

  • UNA TRADICIÓN

Esta escena se repite en la esquina de las avenidas Granados y Seis de Diciembre, norte de Quito, desde hace unos 40 años. José –no quiere decir su apellido ni que le tomen fotos– logró educar a sus tres hijos con su trabajo de albañil. “Aquí, antes se peleaban los clientes por nosotros, ahora nosotros nos peleamos por los clientes”, cuenta.

El subempleo se ubicó en el 21,2% en diciembre de 2023, es decir, 1,8 puntos porcentuales más que en diciembre de 2022, cuando estaba en 19,4%. Quienes está en el subempleo perciben menos de un salario básico al mes o trabajan menos de 40 horas a la semana.

Con él están unos 15 obreros más. Buscan sombra para huir del sol quiteño y se quitan las chaquetas. La temperatura llega a los 23 grados. Humberto Quimbiulco se arrima a la columna de un edificio para descansar, aunque no suelta su rodillo. “Yo soy chauchero desde que era jovencito”, dice.

Él cobra un dólar por cada metro de pintura en paredes. Con ello no llega ni al sueldo básico cada mes, pero no tiene otra opción porque la competencia es fuerte.

Estos hombres primero ocupaban una parte del parque La Carolina, luego fueron removidos hacia los exteriores del estadio Olímpico Atahualpa y finalmente se quedaron en esa esquina en la que, a veces, son confundidos con bebedores. “No somos nosotros. Los fumadores se toman la vereda de más arriba y creen que son de los nuestros. Nos perjudican”, reclama José.

Se trata de cuatro sujetos que juegan con una baraja mientras consumen drogas y alcohol. “Creo que eso también ha hecho que la demanda baje. Aunque la principal razón es que contratan mano de obra más barata con personas extranjeras”, asevera.

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Las teorías son variadas. Unos culpan a los gobiernos, otros a los empresarios que no respetan los derechos laborales al no contratarlos con los beneficios de ley. Otros, como Humberto, se resignan a pensar que la vida es así y que no todos los días hay. “Ya no me desespero. No gano nada”, dice.

Sus tarifas iban sobre los 25 dólares el día, pero con la poca demanda han tenido que bajarse hasta a los 15.

Patricio, en cambio, confiesa que su hijos pequeños son las razones por las que no se va a Estados Unidos a trabajar, tal como lo hizo un sobrino suyo la semana pasada. “Se fue caminando por el Darién (selva limítrofe entre Colombia y Panamá). Yo no me atrevo porque están chiquitos y no les quiero dejar”, relata.

Ninguno de los hombres entrevistados ha tenido un trabajo formal en el transcurso de su vida. Con la edad que tienen ahora, tampoco aspiran a uno. “Hay ancianos aquí y nosotros les ayudamos. Son buenos maestros, pero ya no los contratan. Los demás vamos por el mismo camino”, concluye Patricio.

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