Exclusivo
Especial
¡A Guayaquil no la tumba nada!
Llamar a su gente ‘madera de guerrero’ no es en vano. Y es que esta ciudad no solo se ha enfrentado al dominio español, también ha encarado afecciones que no la han tumbado.
La situación geográfica de la urbe la hacen única, pero en la Guayaquil antigua esta característica la hacía blanco de las lluvias y formación de pantanos, grandes caldos de cultivo para la proliferación de mosquitos. A esto hay que añadirle el hacinamiento, desaseo e inexistencia del alcantarillado.
Asimismo, el río Guayas era el principal proveedor del líquido vital y este servía de vertedero de las aguas servidas. Además, el Hospital Civil estaba al pie del caudal por lo que la sangre, cuerpos mutilados y desechos iban a sus aguas, en las que también se lavaban cueros y arrojaban animales muertos. Ese entorno era propenso para la incubación de enfermedades, sostiene el doctor Gustavo Cáceres Castro.
Sus ‘fármacos’, las plantas
La medicina para aquella época era tan rudimentaria como el tiempo de la colonia. Al principio el tratamiento era vegetariano, pues la penicilina fue descubierta en 1920, pero 20 años después se la emplea en infecciones.
Por tal razón recurrían a la medicina herbolaria. Se utilizaban plantas históricas como la zarzaparrilla y cascarilla, también consumían romero, orégano, tomillo, laurel, cola de caballo, entre otras.
“La medicación que se usaba era sintomática. Como hoy con el coronavirus, no se ha descubierto la vacuna, por lo cual no se trata el agente causal, sino los síntomas”, afirma el galeno.
Gustavo Garcés Castro, médico