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¡La farra continúa en terapia intensiva!
Se termina el estado de excepción, pero los bares y discotecas en Quito y Guayaquil no pueden funcionar aún.
Nostalgia. Dolor. Pérdidas. Esperanza. Son palabras que se repiten en los testimonios de quienes fueron testigos de la ‘caída en picada’ de las zonas rosas de Quito y Guayaquil debido a la pandemia. La agonía de la farra, el cierre de bares y discotecas y el despido de personal marcan un pasado –no tan distante– sombrío. Y cuando el fin del estado de excepción –hoy– parecía ser un ‘salvavidas’, solo augura un futuro incierto.
Sí, el toque de queda y la ley seca no van más. Pero en la capital, por ejemplo, hay suspensión temporal de las licencias de actividades económicas para bares y discotecas, según el Municipio. Y no podrán funcionar hasta quién sabe cuándo. Los restaurantes sí tienen permitido atender a clientes hasta con el 50 % máximo de aforo. Un respiro al menos.
Son las 17:30 del miércoles en la Plaza Foch, el epicentro de la fiesta en el centro-norte de Quito. No se escucha la música. Apenas hay un par de carameleros de esos que abundaban en cada esquina. Una pantalla que llenaba de color a la plazoleta está apagada. Hay letreros de ‘se vende’ en los locales enormes que atendían sin parar a los oficinistas y universitarios. Luce gris.
En un restaurante que está abierto y rodeado por los ‘restos’ de dos bares opacos y apagados encontramos a César Palacios. Es el administrador de Chelsea, el que era ‘punto de encuentro’ de cientos de quiteños cada viernes antes de la emergencia sanitaria. Cuenta que en junio abrió nuevamente el lugar. Eso sí, dice, cumpliendo a rajatabla con las medidas de bioseguridad.
Se pone nostálgico al recordar que ‘la plaza’ –como muchos la conocen– se llenaba de turistas y farreros. Que tenía ingresos de hasta 40.000 dólares al mes. Que en su local entraban unas 190 personas a la vez. Que los parlantes ‘reventaban’ con reguetón. Que la gente caminaba libre... ahora “tienen temor de la enfermedad”.
Chelsea tuvo suerte. Hubo otros que no resistieron los últimos meses y quebraron porque, según César, mantener un local en la Foch es carísimo. Los arriendos van de 2.000 a 5.000 dólares mensuales. Y en el tiempo que las personas se confinaron no hubo ingresos. Sí deudas. Además, para abrir otra vez el negocio, un gasto extra: las adecuaciones. Que las mesas no se topen, que el desinfectante esté listo al ingreso, que el gel, que el alcohol, que la alfombra...
Aun con todas las pérdidas, César no se ha dado por vencido y piensa que el fin del estado de excepción es el primer paso de un nuevo comienzo.
Génesis Acosta es mesera del Hi Lounge Bar (restaurante) que está en la otra esquina. Asegura que han reforzado las medidas de bioseguridad para que los clientes puedan sentirse más cómodos y, sobre todo, protegidos del virus. El local donde trabaja abrió en agosto. Cuando estuvo cerrado ella debió dedicarse a vender overoles, mascarillas. “Fue duro”, asiente. Por ahora hay una luz, aunque tenue, que les devuelve la esperanza para seguir.
Con los bares y discotecas todavía el futuro es gris. Pero... Aníbal Palacios, administrador de la ‘disco’ Maddox y representante de varios dueños de negocios, habla de un plan para La Mariscal –donde se ubica la Foch– con miras a la reactivación. Considera que una asociación de asesores turísticos puede ser un enganche para salir de la crisis. Estaría conformada por los promotores, cuya labor ahora mismo está prohibida por una ordenanza.
Antes de la pandemia eran unos 176. El 50 % de ellos, asegura Aníbal, se han marchado a sus países, pues en su mayoría eran extranjeros.
Con este proyecto, además de atraer clientes, hay una regulación e ingresos para el Estado, dice Aníbal, quien comenta que en la zona había hasta antes de la emergencia sanitaria unos 187 bares y discotecas. Y no hay un número exacto de cuántos han cerrado definitivamente. Más de diez quizás. “Es doloroso”, relata. Pero siente que es un “empezar desde cero”. Y hay retos:mejorar la calidad y el servicio, implementar mayor seguridad con la ayuda del Municipio y de la Policía, hacer obras benéficas.
Si recibieran luz verde para arrancar con sus negocios nuevamente, Aníbal calcula que en seis meses estarían de pie. Y que las fiestas de Quito, a inicios de diciembre, serían un trampolín para la economía de la zona.
Pero... Juan Zapata, director del ECU-911, señala que no se ha planteado la reapertura de bares y discotecas “porque no garantizan el distanciamiento social”. Por lo que las autoridades de salud no creen que sea oportuno abrirlos.
En Guayaquil
La situación es parecida en el Puerto Principal. Desde el Municipio se ha indicado que los bares y discotecas tampoco pueden abrir. Sí hay la posibilidad de que funcionen como restaurantes. Y eso ha hecho Nicolás Vasco con la reconocida discoteca H2O, situada en las calles Rocafuerte y Padre Aguirre, centro de la urbe, en donde ahora se vende comida.
Parece un lunar entre tantos locales de juerga cerrados. Aquella intersección y sus alrededores siempre impusieron la huella de algarabía allí, al punto de ser denominada la zona rosa ‘guayaca’. Nicolás dice que su negocio y otros tres son los únicos del sector que han reabierto sus puertas bajo este esquema de transformación. Es decir, el de llenar las pistas de baile con sillas y mesas para recibir a comensales y ya no a quienes iban a ‘mover el esqueleto’ antes de la pandemia. Una metamorfosis que también implica el construir una cocina con extractores de aire y, aparte, contratar a cocineros y saloneros.
En las readecuaciones de infraestructura Vasco invirtió 2.500 dólares. Un billete difícil de reunir al haber estado ‘parado’ desde el 13 de marzo (día en que dejaron de funcionar los centros de diversión por disposición gubernamental) hasta hace tres semanas, cuando reanudó la atención al público bajo el nuevo servicio: ofrecer comida, ‘piqueos’, jugos, colas y bebidas alcohólicas.
“El Municipio nos dio una prórroga, en la cual cumpliendo con protocolos de bioseguridad nos comprometemos a trabajar solo como restaurantes”, explica el empresario. Una posibilidad que no todos sus camaradas pueden afrontar por falta de dinero.
“Tuve la suerte de que me bajaron el arriendo estos meses (de $ 1.500 a $ 750), pero hay compañeros que no pueden seguir y tendrán que entregar el local. Somos 33 locales en la zona rosa y por lo menos se va la mitad (van a cerrar)”, calcula Vasco.
Dice que atiende de 15:00 a 22:30. Sin embargo, no es sino hasta las 19:00 cuando empiezan a llegar los clientes en mayor cantidad. Esto implica que de toda su jornada, algo más de tres horas son de una afluencia aceptable. Por eso cree que el horario le ‘juega en contra’. Además, cita que en la época de discoteca buena parte de los ingresos provenía de las ‘heladitas’, pero ahora está limitado. No puede venderlas por separado, sino únicamente para acompañar los aperitivos.
Juan Paredes, quien tenía su ‘disco’ a la vuelta de H2O, está pensando en habilitar el espacio bajo la misma modalidad que ha aplicado Vasco. Pero en una época en que los bolsillos están vacíos, las deudas agobian y hay que buscar otras fuentes de ingreso para comer, es duro obtener financiamiento. Él quiso hacer un préstamo, pero se lo negaron.
“Estoy tratando de conseguir liquidez con amigos. Necesitaría alrededor de 2.000 dólares para los cambios”, dice. Mientras tanto, su local está vacío. Él sacó gran parte de los muebles que tenía dentro para que no se llenen de polvo. El espacio lo ocupa para guardar jabas vacías de cervezas y su motocicleta.
Patricio Pareja, presidente de la Asociación de Centros Nocturnos del Guayas, informa que de los 400 establecimientos agremiados en Guayaquil, 50 pasaron a ser restaurantes, otros 20 tienen la misma intención a través de un programa de inversión con una empresa privada, y 25 han cerrado. El resto solo espera.
Pareja tiene dos discotecas en otras zonas de la urbe. Una la reconvirtió y volvió a atender hace menos de un mes; mientras que la otra, en cambio, sigue cerrada. “Cuando paso por mi otro local (el que no está abierto), el corazón me salta. Es una angustia saber todo lo que tendré que pagar en deudas”, lamenta.
Según el dirigente, muchos dueños no cuentan con el espacio para adecuar una cocina y para poner mesas y sillas, garantizando el distanciamiento social.
En toda crisis siempre hay quienes, de una u otra forma, se benefician en la adversidad. Es el caso de Luis Chalén, un chef que se quedó sin ‘camello’ a causa de la pandemia, pero logró obtener empleo en el negocio de Vasco. Dice que esta es una oportunidad para profesionales como él, que poco a poco son tomados en cuenta en este giro de actividad comercial.
En la urbe porteña, el COE cantonal mantiene prohibida la apertura de bares y discotecas. Salones de eventos y hoteles pueden funcionar a un 30 % de su capacidad, con medidas de bioseguridad y distanciamiento social. En el caso de superar las 50 personas, el COE debe aprobar el evento. Debe adjuntarse un plan de contingencia.