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De los animales, Fausto ha aprendido la lealtad e incondicionalidad del amor que dan.extra

¡Faneth, la perrita salvavidas!

El artesano guayaquileño, que buscó refugio para sus penas del alma en Montañita, encontró el amor en dos perritas adoptadas. Luego de décadas de drogadicción y alcohol logró rehabilitarse.

Montañita, donde el desenfreno le chupa el alma a los farreros y sus noches camuflan los estados de euforia y alegría excesiva, para Fausto Sarmiento fue ‘muerte’ y resurrección. Aquí encontró el amor por la vida en forma de cuatro patas y se alejó de su tóxico amor: las drogas.

La primera vez que un cigarrillo de marihuana tocó los labios de Fausto fue a los 13 años. En ese entonces se escapó de su casa en Guayaquil por problemas con su padre. “Una vez llegué con una libreta mala del colegio y mi padre me pegó con un cable de luz, tanto que me dejó tirado en el suelo. La segunda vez me dijo: “vas a ver lo que te espera”. En ese momento tomé algo de dinero y me fui hasta Bucay y luego a Ambato”, dijo el artesano.

La policía lo agarró en Ambato, cuando estaba dormido en una banca de un parque. Sus padres fueron a recogerlo al cuarto día para regresar a su casa, en el barrio Francisco de Marco y Guaranda. “Mi padre cambió. Se volvió más agresivo y las cosas empeoraron”, recordó.

Fausto no pudo ser quien quería. Ese fue su primer punto de inflexión, la primera caída. No supo aterrizar y tampoco tenía dónde. Solo cayó de frente a la realidad y las sustancias alucinógenas lo comieron.

"La droga me despedazó la vida, es progresiva. Comienzas con un porro y luego te metes en más cosas”.

“La droga me despedazó la vida, es progresiva. Comienzas con un ‘porro’ y luego te metes en otras cosas”, aseguró tras acomodar sus lentes.

Su vida en Guayaquil, a partir de entonces, fue un calvario. Recorría las calles buscando droga como refugio para enfrentar su realidad. La nube en la que flotaba no era más que un denso humo que cada vez lo enceguecía más.

El amor tampoco fue su salvación, solo le asestó un golpe más. Cuando tenía 17 años tuvo su primera novia, la cual quedó en embarazo y perdió al bebé a los tres meses de gestación. Sin embargo, decidieron casarse, pese a que ya no existía esa “responsabilidad”, como la llama Sarmiento.

Durante los 18 años siguientes, Fausto tuvo, entre comillas, una vida que no era la que pensaba, pero sí una similar a la que había querido. Terminó el colegio y se especializó como acuicultor en el sector camaronero, y tuvo a Juan Carlos Sarmiento, su primer hijo.

Faneth, hace algunas semanas, parió ocho cachorros, los cuales están bien de salud.cortesía

Tiempo después abandonó su hogar y consiguió una novia más joven. En ese entonces su hijo Juan Carlos tenía una edad similar a su expareja.

“Vi algo extraño porque uno no es bobo. Los ojos te delatan. Un día se fueron de la casa y no supe por qué. Luego me enteré de que me engañó con mi hijo”, rememora.

El crack, golpe casi definitivo

Enterarse de que su mujer se marchó con su hijo fue el golpe definitivo. Cayó en el abismo como lo hace una hoja de un árbol en otoño, aceptando la gravedad y sus cicatrices.

“Me perdí en el crack y el alcohol. Me olvidaba de todo cuando lo hacía. Eso te vuelve paranoico” dice mientras sostiene un cigarrillo sobre su mano derecha. Ese estilo de vida cambió cuando fue con su madre al oftalmólogo porque no podía ver.

El especialista le recomendó unos lentes que le costaron 75 dólares y que solo duraron pocas horas en sus manos. “Esa noche me las fumé. Por los lentes, el vendedor de drogas me dio dos paquetes de 5 dólares de crack. Me quedé ciego por el vicio”.

En 2012 Fausto decidió emprender una nueva vida. Decidió mudarse a Montañita, el balneario del desenfreno, para lograr ese cambio tan anhelado.

Una salvación

Faneth se acerca cuidadosamente donde está Fausto. Lo acecha. El guayaco, sentado cerca de la playa, llora por sus recuerdos. La perrita, que parió ocho cachorros hace unas semanas, le salta por la espalda del hombre y lo consuela a lengüetazos.

-Papá está bien-, dice mientras recibe lamidos en su rostro que le limpian las lágrimas. -Ella me siente, sabe cuándo papá está mal y viene a consolarme-.

Su hija, como la reconoce Sarmiento, llegó el 29 de septiembre de 2021, dos semanas después de haber terminado una relación de nueve años con una colombiana que conoció en Montañita.

Fausto trabajó en las recepciones de algunos hoteles, dejó la droga y una noche, luego de su jornada laboral, encontró en la playa a Nohelia Acenth Mogollón. Ella llevaba una vida entre la cocaína y el licor.

Lo que iba a ser una aventura de una noche se convirtió en una relación de nueve años, en la que juntos superaron las adicciones de ambos a las drogas y el alcohol. “Nos separamos porque el amor en ella se acabó, pero si pudiera regresar a un momento feliz de mi vida sería esa noche que la conocí en la playa”, comentó.

Dos semanas después de la ruptura llegó Faneth. Su nombre es un juego de palabras entre Fausto y Acenth. Esta cachorra, de poco más de un año, fue lanzada desde un carro en la madrugada de septiembre de 2021. Cuando la recogió, ella tenía una pata rota, de su cabeza emanaba sangre por el golpe y, además, se enterró un fierro en el pecho.

Un veterinario amigo le dijo al artesano que le daba seis días de vida, pero la profecía no se cumplió. Al séptimo Faneth ladró y los oídos de Sarmiento se llenaron de vida. Jessica, su otra perrita, también la recibió y ahora son inseparables.

Desde ese entonces la reconoce como su estrella. Antes de su embarazo trabajaban juntos vendiendo manillas y artesanías. En ese momento, Sarmiento comprendió que no fue él quien salvó a Faneth, sino que ella lo rescató de su soledad. “Solo tengo el amor de mis hijas y de mi madre”, concluyó.