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Estero Salado de Guayaquil: Nostalgia y recuerdos entre los vecinos del brazo de mar
Muchos guayaquileños disfrutaron de las aguas de este brazo de mar. Allí varios nadaron y capturaban camarones, pescados
“Esos años pasados” es la frase con la que todos los guayaquileños, nuestros adultos mayores, recuerdan con nostalgia las épocas donde podían hacer de todo. Sí, caminar a altas horas de la noche, por el malecón o por cualquier barrio del sur de Guayaquil.
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Pero no solo es que gozaban de la libertad de movilidad, también de disfrutar de la naturaleza. De que los amigos del barrio griten afuera de la casa: “¡Ítalo, vámonos a bañar!”, recuerda con alegría y entre risas Ítalo Murillo, de 77 años. Eran días de vacaciones y el recrearse en cualquier ramal del estero “era algo hermoso”.
Cuenta que una de sus tías vivía en Portete y la Octava, en el suroeste de la urbe, y cuando sus padres decidían ir a visitarla, era como ir a la playa. “Era un gusto, porque eso era bellísimo”. Gusto que los guayaquileños más jóvenes no saben, porque les tocó vivir en el declive y ocaso del estero Salado.
Franklin Ormaza, oceanógrafo, docente e investigador de la Escuela Superior Politécnica del Litoral, desde su juventud le ha venido tomando el pulso a este brazo de mar y fue quien, junto con un equipo de científicos, tuvo que declararlo: ¡muerto! Para él fue un dolor, sintió que se le partió el corazón, comenta.
Fue en uno de los ramales, el que está a la altura del puente 5 de Junio, en el que le declaró su amor a su esposa Dafne Vera, quien también es oceanógrafa y experta en lenguas. En los años ochenta, ellos paseaban en bote. Ormaza vivió, en su juventud, en los bordes del estero Salado, en la calle 40 y El Oro, desde 1965. “El estero era parte de nosotros”, asegura. Luego se mudó a la calle 25 y Bolivia y allí capturaba jaibas, cangrejos y muchas veces esa era la comida del día.
Los recuerdos del Estero Salado
Benigno Chang, de 77 años, también añora esos días. Él hace 50 años vive cerca de un ramal del estero, en Miraflores, al norte de la urbe porteña. Recuerda que junto con su familia capturaba camarones y peces, luego se los comía. No puede creer que “con el tiempo esto se haya convertido en una cloaca”, expresa indignado.
Como él, Sonia Argüello se regocija al recordar su juventud. “Era tan bello, porque uno podía ir al Salado y nadar”, pues las aguas eran cristalinas.
Recuerda cuando su padre la llevaba al puente 5 de Junio y nadaba junto con su familia o practicaban actividades deportivas, como el remo. Confiesa que muchas veces bebía de esa agua y “nunca nos hizo daño”. Ahora no lo haría. ¡Ni loca!
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#EXTRAActualidad | Luego de años en agonía, de sufrimiento y de ser ignorado, el estero Salado, ícono de Guayaquil, ha muerto. Hasta que le llegó la fecha de decir, no respira más: en abril de 2022. ¿Quién es el responsable de esta tragedia?
— Diario Extra (@DiarioExtraEc) July 16, 2024
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En el estero Salado muchos guayaquileños aprendieron a nadar. Entre ellos Ormaza y Murillo. Hoy, allí nadan solo intrépidos jóvenes que desde el puente de la 17 se lanzan al agua, sin saber el riesgo que corren.
Desde los años 80, el estero Salado ya estaba padeciendo y nadie hizo nada. Estudios biogeoquímicos de 1985 manifestaron que este brazo de mar ya era entre leve a severamente eutrófico en áreas cercanas a los puentes Miraflores y 5 de Junio; pero durante las mareas bajas no tenía casi oxígeno disuelto en el agua. En esta investigación participaron 10 investigadores, encabezados por Walter Ayarza.
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