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Depresión y pesadillas de un joven quiteño, tras un encuentro concertado por Tinder
El chico conoció a su agresor por esa red social. Luego de beber una cerveza perdió la voluntad y le robaron hasta los documentos de su trabajo
Fraguar la venganza no le pareció una idea tan descabellada. Cristhian (nombre protegido) pensó en la posibilidad de crear otro perfil de Tinder y así contactar a la persona que el 10 de agosto de 2020 lo drogó para apoderarse de sus cosas. Pero luego desistió del desquite. Su salud emocional estaba en juego y hoy todo lo que busca es cerrar ese difícil capítulo de su vida.
Días antes a ese nefasto lunes, el muchacho, de 24 años, había intercambiado mensajes con una persona a la que conoció por redes sociales. Javier fue el nombre que usó el sujeto con el que hablaba Cristhian. Después de conversar por un tiempo, la hoy víctima accedió a un encuentro.
Al lugar acordado, en el norte de Quito, Javier llegó en un auto con una mujer a la que presentó como su prima. “Era un Hyundai plomizo, tenía un choque en el lado derecho que se podía ver desde atrás. Un carro grande de dos asientos y manual”, describe Cristhian.
Pero ni con todos esos datos le fue posible asentar la denuncia en la Policía y Fiscalía. Esto pese a que también cuenta con el número de placas del auto. Al no tratarse de un hecho flagrante y con detenidos, desde esa unidad lo redireccionaron hacia la Casa de Justicia de Carcelén, en el norte de la ciudad. Allí tampoco pudieron ayudarlo. “Me dicen que sólo a tiene de casos de violencia intrafamiliar o de ese tipo. Hoy (18 de agosto) voy a ir a la Policía Judicial”, añade el afectado.
Lo drogaron
Pese a que la aparición de Javier con su supuesta prima le produjo a Cristhian algo de desconfianza, la conversación se fue tornando familiar, así que el chico bajó la guardia. Tiempo después, y en el vehículo de los sospechosos, llegaron hasta una tienda en la que Javier compró un six pack de cerveza.
No hubo una botella para la víctima. Sus acompañantes pusieron el contenido de frasco en un vaso y se lo dieron. Desde ese instante no recordó más. Tiempo después y sin ninguna de sus pertenencias, el joven fue abandonado en una calle del sector de El Condado, en el norte de Quito.
“Caminé hasta que me encontré con un motorizado, esos que reparten comida y le pedí el celular para llamar a mi mamá”, refiere.
Aunque al principio, su progenitora pensó que Cristhian había bebido, bastaron unos minutos para entender que lo habían asaltado. A la mañana siguiente lo llevo a una clínica.
En esa casa de salud, los médicos confirmaron que había escopolamina en su organismo. “Me dijeron que los efectos pueden durar unos 10 días, pero hay otros casos que pasan después de un mes... Me siento un poco depresivo porque la droga elimina la serotonina (neurotransmisor que genera sensación de bienestar) de mi cuerpo”, aclara el joven quien regresó de Estados Unidos en septiembre pasado.
En Quito, se graduó de la universidad y encontró un buen empleo. Sin embargo, después del incidente la vida ha cambiado para él. “No entiendo porqué no se hace justicia, porqué no me escuchan. Allá (en EEUU) con las placas del carro ya los hubieran atrapado”.
Las secuelas
Cristhian recuerda poco de lo que ocurrió después de tomar el vaso de cerveza. “No se si me golpearon o los moretones son de cuando me botaron del auto”, menciona. De lo que está seguro es de que ese indigente ha dejado secuelas importantes en su vida.
Durante el atraco, los sospechosos le quitaron los lentes, la chaqueta, la billetera, el celular, una maleta y documentos de su trabajo. Por esta razón, además de la pérdida económica, la víctima se quedó sin trabajo. “Se llevaron unos documentos de contabilidad de la empresa. El jefe se molestó conmigo por eso”, precisa.
Otra situación que lo atormenta son las pesadillas recurrentes que sufre. “Lo veo frente a frente y le digo que me devuelva mis cosas. En otras ocasiones sueño que le digo que no me entregue nada, pero que se aleje”, describe.
Esa incertidumbre lo llevó hasta la tienda de ropa en la que supuestamente trabajaba Javier, dentro de un centro comercial del norte de la urbe. Sin embargo, allí le confirmaron que no existía nadie con ese nombre. “Creo que ahora me voy a concentrar en salir adelante y preocuparme de mi salud mental”, concluye.