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¡Un cucurucho de 4 patas!
Jeimy Hernández llegó a la procesión con su mascota. La caminata fue una ofrenda para que le vaya bien en un viaje.
Jeimy Hernández envolvió a su perro Scott en telas color púrpura. Esas mismas que usó su madre Elizabeth Cadena, hace 16 años, para el bonete de cucurucho con el que peregrinó por primera vez.
“Le armamos el traje para que (el perrito) nos acompañara”, contó la joven. Ella y su familia se unieron a la procesión de Jesús del Gran Poder como una ofrenda. El Viernes Santo recorrieron la calles del Centro Histórico de Quito, para pedirle al Nazareno que llevara a Jeimy “con bien” hasta la ‘Yoni’. Allí estudiará y trabajará. “Ella es la adoración de Scott. Sin ella no puede vivir, así que se va también”, describió Cadena.
La mascota fue el único animal que se unió a los feligreses. Airoso movía su cola. El bonete se le iba de lado. Jeimy aprovechaba cada parada para arreglárselo. Llevan cuatro años juntos. Una allegada se lo regaló. Desde ese día son inseparables, rememoró.
Lo cuida como a un hijo. Tal es su devoción por el ‘peludo’ que a pocas cuadras de iniciada la caminata -en la que 2.500 peregrinos expiaban sus culpas- lo tomó entre los brazos. Y siguió.
A un par de cuadras, la imagen de Cristo iba rodeada de rosas rojas. Una docena de policías la custodiaba.
Fue la última en dejar la iglesia de San Francisco. Cada año, allí se juntan los devotos para iniciar el viacrucis que recorre por las calles Venezuela Vargas, Riofrío, Manabí y García Moreno.
Las plegarias
Antes de las ocho, Dayana Murillo llegó a la Unidad Educativa San Andrés. En ese punto aguardaban los cucuruchos, romanos y verónicas hasta que se inicie el recorrido que abarcaba 3,3 kilómetros.
Es su cuarto año. Cada nudo de la soga que le ceñía la cintura es el recuerdo de las procesiones en las que ha estado. Lo hace por la salud de su hijo, de seis años. Tiene epilepsia y autismo, contó. También por el bienestar de su madre, a quien le detectaron un tumor cerebral. “Vengo sola. Para mí es un acto muy íntimo... Mis zapatos son tan delgados que son parte de la penitencia”, contó.
A pocos metros, Byron Larco preparaba su traje violeta. Desde hace cuatro años peregrina por la salud de su familia. En el torso llevaba tatuado un feto con alas. Le recuerda una historia cercana. “Solo Dios puede juzgarme”, decía bajo el dibujo. Al otro lado, sobre las costillas, tiene el rostro de su padre. Murió hace poco. Así que también camina por él. Abajo de la cara de su progenitor plasmó con tinta una pistola. “Cuando uno es joven hace cosas... pero va aprendiendo”, relató.
Resarcir sus culpas es el motor que mueve a muchos. Hasta que ven la imagen de ese Cristo, coronado con espinas. Algunos aplauden. Otros lloran. Y unos solo esperan el milagro por el que caminaron más de cuatro horas.
Seguridad
654 policías, 389 agentes de Control Metropolitano, 300 de Tránsito, 37 bomberos y 62 personas de Cruz Roja apoyaron durante la procesión.
Asistentes
Se tenía prevista la llegada de 250 mil asistentes. Estuvo suspendida por dos años debido a la pandemia.