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El conmovedor testimonio de un predicador en Guayaquil
Relata que su vida estuvo marcada desde antes de nacer. Cayó en el bajo mundo. Ahora comparte la palabra de Dios
En las riberas del estero Salado, en el corazón del barrio Cristo del Consuelo, en Guayaquil, Jonathan Lenín Gómez Angulo comenzó su lucha por la existencia. Nació el 23 de julio de 1987 en una familia de escasos recursos. Fue el último de cinco hermanos y a su padre no lo conoce. Los dejó antes que él naciera.
Su madre, enfrentando la desolación y el despecho, contempló terminar con su embarazo, pero Jonathan se aferró con tenacidad a este mundo. Sin el afecto paternal, en su infancia enfrentó el rechazo y severidad de una madre sobrecargada por la responsabilidad de criar sola a ocho hijos. Tras el abandono de su esposo, la señora se volvió a casar y tuvo tres hijos más.
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Las ausencias de amor y comprensión marcaron profundamente la niñez de Jonathan, llevándolo a buscar refugio en las calles porteñas. “Nunca tuve o sentí un afecto de mis padres, aunque mi madre estaba ahí, no lo sentía”, asegura Jonathan, quien ahora recorre el país enseñando la palabra de Dios.
Antes de cumplir 8 años, Jonathan escapó de su hogar. Las calles se convirtieron en su refugio y su ‘escuela’, donde aprendió a sobrevivir pidiendo dinero y recolectando más de lo que un niño de su edad podría imaginar. En las noches dormía fuera del estadio Capwell o en los parques.
La rebeldía se convirtió en su compañera, y a pesar de los intentos de su madre por reintegrarlo al hogar, Jonathan eligió las calles. A los 9, su vida tomó un giro oscuro cuando se adentró en el alcohol. “Empecé a sentir inclinación, desde pequeño, por las personas de mi mismo sexo. Yo era un niño problema, no obedecía, solo quería estar en la calle”, cuenta.
Por eso su mamá decidió enviarlo a la provincia de Esmeraldas, donde una tía, quien lo llevó a vivir al campo. Pero en lugar de mejorar su conducta, terminó por destrozarlo emocionalmente porque sentía que su mamá no lo quería.
Pocos meses después, Jonathan no aguantó la disciplina de su tía y la vida del campo, por lo que un día escapó y regresó a Guayaquil, a sus calles, al alcohol y marihuana.
- EN EL MUNDO DEL HAMPA
Ya con 14 años, Jonathan conoció a un grupo que lo invitó a ir a Quito. Se fue en busca de una nueva vida. Se involucró en el mundo del hampa, en la venta de drogas y el robo.
Por la venta de droga cayó preso y estuvo seis meses en el Centro de Adolescentes Infractores (correccional), pero un día se escapó y volvió a Guayaquil para continuar con su vida de excesos y libertinaje.
“Mi vida dio un giro cuando me fui a Quito. Por como vivía, era para que yo no esté aquí ahora. Estoy vivo por la gracia de Dios”, remarca Jonathan. Se unió a una banda conocida como ‘Los mata de por gusto’, que sembraba el terror en las calles.
La tragedia alcanzó su clímax cuando el líder del grupo fue asesinado con un machetazo en Esmeraldas. El cráneo ‘fileteado’ del caído fue un recordatorio sombrío de lo que le acechaba.
Todo iba mal. Una época se vistió de mujer. Eso ocurrió, asegura, a causa de un demonio que entró en su cuerpo después de sufrir la traición de su novia. “Fue un espíritu de error y confusión que ya venía trabajando en mí desde pequeño, pero que tras la traición de mi novia se empezó a manifestar más fuerte”, relata Jonathan, quien también practicaba brujería.
Perseguido por fuerzas oscuras, sobrevivió a intentos de asesinato y traiciones. Su fe se puso a prueba en las calles de Chile, a donde emigró, en 2012. Estuvo un año y retornó luego que una puñalada casi le cuesta la vida.
- PROFETA LE TRANSMITIÓ MENSAJE
En un relato que desafía los límites entre lo divino y lo terrenal, Jonathan dice que su vida tomó un giro inesperado al visitar una iglesia chilena. Allí, un profeta le transmitió un mensaje divino: había sido elegido, antes de la creación del mundo, para cumplir grandes propósitos.
Él tomó estas palabras como un mandato celestial. También recordó que en su niñez tuvo un sueño: el cielo se abrió ante él y vio a Dios Padre, majestuoso en un trono, extendiendo su mano, invitándolo. Aquella vez, su mamá lo despertó e interrumpió el sueño. Jonathan asoció las palabras proféticas con aquella visión.
A pesar de las luchas con vicios y adicciones, las palabras divinas resonaron en su interior, impulsándolo a declarar su fe. Cansado de un estilo de vida que le pesaba en el alma, en 2018 Jonathan decidió buscar un cambio radical.
Tras recibir un diagnóstico de ser portador de VIH (virus de la inmunodeficiencia humana) tuvo un punto de inflexión. “Si voy a morir, voy a morir con Cristo”, se dijo, y desde ese día decidió acercarse a Dios.
No fue fácil. A pesar de los errores y las fallas, encontró fuerza y guía. Por misericordia divina, se levantó como evangelista misionero, llevando mensaje de fe y esperanza a Panamá, Colombia, Perú, Chile, Bolivia y Brasil. Su misión continúa.
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