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En antaño, los jinetes recorrían los páramos. En la foto se aprecia la zona de El Pedregal.Cortesía

El castigo de los jinetes

Cuenta la leyenda que en Machachi un duende sancionó la ambición de los hombres que pretendían apropiarse de sus ovejas. Llevarían zamarro para recordar que deben respetar la naturaleza.

La leyenda dice que hace muchos años, una mañana de junio, pasó por Machachi, en el cantón Mejía, al suroriente de Quito, una manada de caballos a todo galope.

Ninguno había sido marcado, por lo que los habitantes del poblado asumieron que eran animales salvajes y decidieron seguirlos. Sus huellas los condujeron hasta el páramo, donde perdieron el rastro de los equinos.

Avanzaron unos metros hasta que se toparon con una especie de isla, rodeada de un millar de ovejas y trataron de llevárselas. “Cuando empezaron a arrearlas se levantó una ola del lago y apareció un pequeño hombrecito cubierto con musgo y les increpó”, escribió José Chimbote, encargado de recopilar aquel relato que pertenece a la identidad cultural de Machachi.

Aquel personaje de cuento no quería que se llevaran a sus animales, pero su reclamo causó la burla de los jinetes. En ese instante, el hombrecito sacó una vara larga y conjuró: “Desde este momento serán mitad hombre y mitad oveja”.

Asustados y hechizados, los jinetes cayeron al piso y huyeron de la isla, seguidos por el duendecillo.

Ya en casa, las esposas de los hombres se reunieron y decidieron hablar con el duende para interceder por sus parejas.

Tras oír el pedido de ellas, el hombrecito de musgo aceptó transformarlos. Pero, a cambio, quería la larga cabellera de las damas del poblado. “Y cuando sus hombres monten a caballo deben usar una zamarra hecha de lana de oveja para que les recuerde mi poder”, cuenta el relato.

Con otro toque de su vara, el duende convirtió el cabello en un elegante traje para él y a los jinetes les quitó las patas de oveja.

La lección

El sociólogo y especialista en estudios históricos, Antonio Morales Molina, detalla la importancia de este tipo de cuentos para mantener la tradición oral de un pueblo. Él es oriundo de Machachi y recuerda con añoranza la vida antes de 1983, cuando era un sitio en el que todos se conocían y primaba el respeto a la tierra que los alimentaba. “En la leyenda se habla del duende como un sincretismo y es asimilado como la representación de la naturaleza. El dueño del rebaño infunde respeto y tiene un mensaje de que el hombre no debe hacer incursiones que dañen a la Madre Tierra”, dice.

Para el sociólogo, esa no es la única leyenda de ese tipo que se escucha en Mejía. Cuenta otra narración que unos cazadores habían matado a una cierva que estaba preñada. Mientras cargaban la presa, el bulto cada vez se hacía más pesado. Cuando regresaban a Machachi su auto se dañó por lo que tuvieron que pedir posada a un viejito.

Pasaron la noche en el lugar y a la mañana siguiente cuando abrieron el bulto no había rastro de la cierva. Todo lo que encontraron fue un montón de piedras. 

“El señor era el espíritu de la naturaleza para darles una lección de que nunca se mata a una hembra preñada”.

La narración tiene como escenario el páramo de Mejía

Para Liliana Gutiérrez, especialista en Turismo, el escenario que se describe en la leyenda de los caballos es similar al que se presenta en el Parque Nacional Cotopaxi, sobre todo por la cantidad de lagunas que existen en esa área.

“Me parece que es en El Mudadero hacia donde cabalgan los jinetes. Luego llegan a la Laguna de Santo Domingo”, precisa.

Gutiérrez describe estas narraciones como parte de la memoria histórica de los pueblos y considera importante compartirlas con los visitantes para hacer de la experiencia turística algo más integral.

Menciona que en el relato se habla de un personaje que para la cosmovisión andina representa el miedo y el respeto: el duende.

“Se molesta con los jinetes porque siente que ellos irrumpen un lugar sagrado”.

El atuendo de los chagras también está descrito en el cuento, incluso como una consecuencia a su actuar. “Ese podría ser el origen del zamarro. Los hacen de oveja, de borrego y hasta de puma”, manifiesta.