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Los familiares piden que la vivienda sea reconocida como patrimonio cultural.Alex Lima

La casa más angosta de Guayaquil

La vivienda, de 2,50 metros de ancho y 30 de profundidad, no tiene herederos. Unos sobrinos quieren venderla y otros familiares piden que sea patrimonio cultural. 

Cada tarde, durante 90 años, Isabella Quinto Aspiazu se sentaba entre dos gigantes para cuidar sus flores, mientras miraba la gente pasar a través de sus grandes vitrales.

Si giraba su cabeza hacia la derecha, el primer gigante con el que se topaba era el Hotel Vélez, de ocho pisos. Si volteaba a la izquierda, tenía que elevar su mirada hacia el cielo y chocaba con otra edificación de cinco plantas.

Es como si ambos edificios hubieran hecho un pacto tácito para estrujar la vivienda de tres pisos, dejándole un espacio de 2,50 metros de ancho y 30 de profundidad para habitar, en Vélez, entre la Avenida Quito y Pedro Moncayo.

Esa vivienda quedó atrapada en el tiempo, no solo por la estructura vinceña de antaño, con grandes vitrales de marcos amarillos y una fachada aguamarina.

En este lugar, pese a que Isabella murió en 2019, su recuerdo sigue habitando. Liz Choez, una de las vecinas del sector, la recuerda como un sueño lejano.

“Era fiel cliente de nuestro local de comida. Fue una fina dama que se ganó el respeto de quienes la trataban y también la nostalgia de quienes quedamos aquí”, asegura.

Desde hace algunos años la casa está deshabitada. Alex Lima

Las puertas dejaron de estar abiertas para los curiosos que se preguntaban cómo se vivía en un espacio tan angosto y los transeúntes solo se pueden limitar a pararse frente a la vivienda unos segundos para contemplarla y seguir su rumbo.

Ahora, en ese mismo portón de madera que hace de puerta, hay un candado que selló el acceso a la vivienda. Tampoco existen las flores y, hasta en el sentido literal, el color se fue perdiendo.

La madera se ha ido mojando con el paso de los años y algunas partes han quedado huecas. En el interior solo hay oscuridad y los vitrales, que antes eran tapados por unas cortinas blancas, tampoco existen y lo único que puede divisarse son unos costales olvidados.

El letrero de ‘Tienda Marianita’, que antes funcionaba en la primera planta de la casa, también quedó abandonado en una esquina, con el que algunos habitantes de calle aprovechan para hacer de este su cama en las noches.

Lo único que corre en el interior de la casa más angosta de Guayaquil son los roedores, que de vez en cuando se escapan de ahí a medianoche y les pegan un buen susto a los moradores y vigilantes del Hotel Vélez.

Patrimonio cultural

Isabelita, como la recuerdan sus familiares Mercedes Muirragui y Dolores Sánchez, deslumbraba por su manera de caminar, como si se tratara de una reina de belleza, pese a que medía 1,55.

Sus cortos pasos eran lentos; hablaba como una oradora, con una voz gruesa pero afable, gesticulaba cada frase como si estuviera en teatro y encantaba a cada persona con sus ojos color miel y tintes verdes.

El cabello le llegaba hasta el mentón y los delicados rasgos hacían de Isabelita una de las vecinas más queridas.

Nunca tuvo esposo, ni tampoco hijos. “En ese tiempo no existía lo de las mujeres empoderadas, pero ella lo fue. Nunca necesitó de un hombre”, dice Dolores, recordando a su tía-abuela.

Sin embargo, la casa ha quedado en una especie de ‘abandono’, dado que desde la muerte de Isabella, no hay ningún heredero.

Una parte de los sobrinos la tomó para venderla en $ 10.000. A mediados del año pasado, encontraron un cliente, el cual iba a demoler el lugar, pero Dolores acudió para expresar que no se encuentra a la venta.

“Queremos que esta sea la casa Isabelita y la tome el municipio para que la gente pueda recorrer la casa más angosta de Guayaquil y aquí se exponga arte, en su memoria. Queremos que sea patrimonio cultural”, dice Dolores.

La vida de la casa más angosta de Guayaquil se apagó cuando partió Isabella. Es imposible para los moradores rememorar la vivienda sin Isabella y a ella sin su hogar, como si las cosas pudieran personificarse y existir ligadas a alguien.

Si un extraterrestre aterrizara por estos días en la Avenida Quito y Pedro Moncayo, solo podría ver una casa decolorada, con la madera pudriéndose y una que otra rata escapando de ella.

Pero jamás podrían imaginarse que ahí dentro, en aquellos ventanales, había una mujer que se esmeraba por cuidar sus plantas y ver a la gente pasar por la acera; que su voz encantaba a cualquiera y que, cada día, estaba atrapada entre dos gigantes, de los cuales su recuerdo aún no ha podido escapar.