El mundo, al parecer, les ha quedado grande, muy grande, a los humanos. Nos decimos pensantes, inteligentes, con capacidad para discernir entre el bien y el mal, capaces de comprender, de amar y crear relaciones como solo nosotros podemos hacerlo. Y es cierto, pero lástima que eso quede solo en discurso. Lástima que en lugar de aplicar todo aquello para el bien, lo usemos para destruirnos.

Y es que parece que cada acción, cada paso que damos, va destinado a demostrar que un país es mejor que otro, que unos grupos sociales merecen más que otros, que ciertas culturas se crean superioras a otras.

A nivel interno, en Ecuador lo vivimos con la violencia criminal, que tiene sometido a todo el país de rodillas. La delincuencia manda y hace lo que le da la gana a vista y paciencia de una policía corroída por la corrupción, y que ante la falta de inversión en vehículos y armamento no encuentra la manera de enfrentar esa ola de violencia.

Y a nivel internacional, si ya la guerra entre Rusia y Ucrania demostraba la intolerancia y la barbarie humana, lo que ocurre ahora entre Israel y el grupo islamista palestino Hamás es realmente penoso. La vida no vale nada para algunos. Y ante eso, la venganza. Y más muertes, más sangre... ¡una barbarie inhumana!