Exclusivo
Deportes
¡La calle frente al camal se convierte en el ring de niños boxeadores en Guayaquil!
José ‘Karate’ Loor, excampeón ecuatoriano y de América, los entrena en plena calle. Tiene un ring guardado, pero no hay dónde ponerlo.
Jairo Panezo Charcopa le da puñete sin piedad a la mascota. El ‘pelado’ es bravo y tiene una parada que, de buenas a primera, muestra la pinta de un buen pegador. De contextura gruesa, a sus 8 años, este pibe ha peleado ya en varios torneos y ha salido campeón en algunos interbarriales.
“Otra vez, otra vez… ¡fuerte, fuerte!… primero con el cuatro… ¡pega fuerte!”, le grita su tío Daniel Panezo, quien lleva las mascotas o almohadillas de entrenamiento, mientras Jairo lanza su descarga.
Bajo un fuerte sol, a pocos pasos de ellos, José ‘Karate’ Loor observa a sus muchachos y, de cuando en cuando, les da instrucciones sobre ciertos movimientos. “Sube el brazo un poco al golpear y mete la cadera”, corrige con energía.
Karate Loor, un excampeón nacional y latinoamericano, es quien los entrena. “Fui cuarto en el mundo en el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y décimo en la Asociación Mundial de Boxeo (AMB)”, recuerda sobre sus logros.
Hoy, a sus 62 años y luego de levantar cabeza después de haber caído muy bajo en el mundo de las drogas por casi 35 años, quiere inculcar en los jóvenes esa pasión por el boxeo.
“Que sepan manejar los triunfos y los éxitos tanto como las derrotas. Porque fácil es llegar, pero hay que saber mantenerse para no caer envuelto por la fama”, asegura.
Por eso, tiene a su cargo más de 80 alumnos (45 hombres y 35 chicas) que ven en el boxeo no solo una manera de mantenerse activos en el deporte, sino una posibilidad de vida para triunfar.
Los Panezo, tío y sobrino, son solo dos de ellos que ese día, cerca de las 11:30, se enfundaron los guantes para entrenar. “Jairo es ágil, rápido y arrollador. Su fuerte es la derecha. Él ya ha quedado campeón en algunos torneos y tiene mucho futuro”, dice Loor sobre su pupilo, quien se ubica en la categoría grillo.
En tanto que Daniel, de 17 años y quien llevó a su sobrino a este mundo del boxeo, llegó ahí hace dos años, cuando se fugó de la casa para meterle con todo al deporte de los ‘quiños’. Al ver su potencial, el excampeón fue a hablar con sus padres y así obtuvo su respaldo para sacar lo mejor de él.
El joven ha ganado varios torneos, entre estos Guantes de Oro y Mis Primeros Guantes, y ahora es preseleccionado nacional en su categoría, ligero junior, 75 kilos. Estudia en las mañanas vía Zoom, hace deberes temprano y enseguida se va para la zona del camal para ponerse ‘papelito’.
A los dos se suma Ariel Cortez, de 19 años y quien vive en la cooperativa Pablo Neruda, “más al fondo todavía” del lugar al que llega a entrenar, cuenta.
Él le ‘cogió el gustito’ al deporte de los puños a los 14 años, cuando en el colegio donde estudiaba llegaron a promocionar esta actividad. Admite que “subirse al ring siempre da nervios, por la presión que se vive, pero cuando suena la campana, uno se convierte. Hay que estar listo para dejar todo en el cuadrilátero”.
A Karate Loor le ha costado de su bolsillo impulsar a estos pelados en el box. Muchos ahí dan fe de eso y cuentan que cuando no tienen para el pasaje del bus o para el almuerzo, él los apoya. Además, hay gente del camal o comerciantes de la zona que suelen ayudarlo económicamente.
Y cómo olvidar a María Dominga Batioja, la compañera de vida de Karate Loor, con quien lleva 40 años de unión y que le ha dado seis hijos.
Ella es una de sus más firmes admiradoras y dice que a su esposo en “campaña electoral hay políticos que se le acercan y le dicen: ‘Karate, ven para acá, apóyanos’, ‘Karate, trae a tu gente’, ‘Karate, vente’... y después nada, se olvidan”.
Así, entre promesas incumplidas y la ilusión de sus muchachos, el camal sigue siendo el ring donde, a punta de puñete, ellos forjan sus sueños.
El 'papá' del boxeo en la zona
“Yo soy el papá del boxeo en el camal”, dice orgulloso de sí mismo Karate Loor, mientras se saluda con quienes pasan por su ‘ring de la calle’.
Y analizando su trayectoria, aunque sus palabras lleguen a sonar muy alabanciosas, quizá queden hasta cortas para describir su trayectoria y logros. Entre las décadas de los 70 y 80 llegó a ser campeón nacional en las categorías minimosca, mosca y súper gallo; vicecampeón intercontinental, campeón de América (peso minimosca), cuarto en el ranking mundial del CMB y décimo en la AMB.
Loor llegó bien ‘peladito’ al sector de lo que hoy es el camal. Para ser más exactos, al llamado Callejón de la Muerte. Su nombre habla por sí solo de lo peligroso del lugar.
Tenía solo ocho años cuando su mamá, quien se había puesto un negocio en la zona, lo mandó a comprar hielo. Entonces un ladrón lo sorprendió y le quiso robar, pero “yo le pegué un patazo en los testículos y lo dejé soñado. Ahí nació Karate Loor”, comenta sobre el sobrenombre con el que desde entonces lo conocen.
Viendo que era ‘sabido’, lo llevaron a entrenar. “La primera vez me bajaron del ring porque era muy chico para mi rival, pero el entrenador habló y ‘me garantizó’. Y ahí empezó todo”, recuerda.
A los 14, el ojo del español Richard Lyaño lo puso a otro nivel. Él lo llevó a debutar como profesional y de ahí al éxito, con su cosecha de títulos nacionales e internacionales. Y aparecieron esos ‘amigos’ que la fama sirve en bandeja de plata.
“En los años 70, por el barrio Centenario conocí a un montón de pelucones que me buscaban para que yo sacara la cara por ellos”, recuerda el excampeón. Fueron sus años de gloria.
Pero así como fulgurante fue su subida a la fama, donde encontró ‘amistades’, lujos y promesas, igual fue su caída a la desgracia, cuando esos ‘amigos’ lo dejaron solo, pasó necesidades y se hundió en el lodo. Todo porque cayó presa de la droga.
“En los años 70, por el barrio Centenario conocí a un montón de pelucones que me buscaban para que yo sacara la cara por ellos”, recuerda el excampeón. Fueron sus años de gloria.
Pero así como fulgurante fue su subida a la fama, donde encontró ‘amistades’, lujos y promesas, igual fue su caída a la desgracia, cuando esos ‘amigos’ lo dejaron solo, pasó necesidades y se hundió en el lodo. Todo porque cayó presa de la droga.