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Orly Klinger vive en un ancianato. Hace tres años sufrió la amputación de su pierna izquierda.CORTESÍA

Alargues y penales del Zapatón Klinger

Hace 43 años, Orly Klinger, con un zurdazo, derrotó a Paraguay, camino a España 82. Hace poco le amputaron esa pierna. Tiene el amor de sus hermanos

Domingo 17 de mayo de 1981. Ecuador-Paraguay, eliminatorias al mundial España 82. Cincuenta mil almas quieren gloria en el Estadio Modelo de Guayaquil. Minuto 49. Córner. Polo Carrera sirve una pelota para que centre Maravilla Tenorio.

La zaga da un rebote, cerca al punto penal. Zapatón acude, resopla y descarga el zurdazo, con su botín Pichurca, talla 45; hecho a pedido. El balón cruza una línea de 5. Ever Hugo Almeida se lanza el planchazo.

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“Me dije: compita, esto es gol”, no olvida Orly. La pelota se clava en la esquina inferior derecha. “Se caía la general norte. Escuchaba gol, gol. Me abrazaron toditos. Lupo Quiñónez, tapadote todo el partido por el Colorado Ayshpur, lloraba. Yo quería que ese momento, no se acabara nunca, jamás”.

Esmeraldas, barrio Margarita Cortez. En casa de los Klinger, el jolgorio estalla. A un ladito de la tele, mamá Gumerzinda Ortiz sufre un desvanecimiento. Llanto, mareo. Es su Orly el que marca el gol. Es la esperanza de que regrese con platita: llenar la refri, arreglar el ventilador, pagar la luz, los fiados de la tienda, el de la costurera.

“Gritábamos, metimos rumba. Los del barrio, desde la puerta: ¡Zapatón! ¡Zapatón! Pero mamá lloraba. Él que asomaba en la tele y ella que le daba bendiciones”, recuerda Danny, su hermana menor.

Orly Klinger (segundo arriba a la derecha) formó parte de la Tri en el camino a España 82 y México 86.ARCHIVO / EXTRA

“Cuando pasó por el 9 de Octubre, Manta, Liga de Portoviejo, Filanbanco, Aucas, nos llamaba para que mamá reciba algo. A mí siempre me daba mi cualquier cosita. Estudie ñañita, estudie, me decía”, cuenta esta profesional de la enfermería. Y se ríe. “Me enseñó a boxear, a que me defienda sola”.

Las visitas de Orly eran motivo de fiesta. Una vez volvió con buen billete. “Nos llevó a comprar una tele y un equipo de sonido, una vajillita. Éramos felices: él en cancha, nosotras en casa”.

UN CENTRAL BRAVO Y APLICADO

Jacinto Bonilla, experto periodista deportivo, lo recuerda. “Un central serio, riguroso, aplicado. Hombre de pocas palabras, callado; ausente”. Por arriba, impasable: puntual como la muerte. Mamá: “No cabecees tanto. Te hará daño. Te vas a volver loco”. Zapatón: “La pelota fuera del área, ese es mi trabajo”.

Alguna vez me contó del petardo que tuvo con Carlos Caszely, goleador chileno. “Todo el partido me trató de gorila negro, viene a pecharme. Me dice que nunca vio negro tan feo, me dejó helado. En un córner me le prendí del bigote y le arreé como a muchacho. Le dije que me respete. Ya no asomó el gordo”.

El severo central conserva recuerdos felices. “Una vez le tapé a Enzo Francescoli: le respiraba, le hostigaba”. Y de los otros. “Eder, el brasileño, ese sí nos jodió a toditos. No había forma”.

TODO PASA, TODO QUEDA

Cuarenta y tres años más tarde, Danny y Flavio son la única barra que alienta a Zapatón. Desde mediados de los 90 él recibe una pensión vitalicia que -cuenta Danny- hoy bordea los quinientos dólares mensuales.

El pago del Asilo de Ancianos Esposos Vichara le cuesta cuatrocientos: quedan cien. “Le cuido cada dolarito. Ya le compré, ya tiene su huequito”, dice Danny, de su última morada. “Toca pensar en los funerales”.

Klinger (c) destacó por su estatura, fuerza y orden en la zaga de Liga de Portoviejo.ARCHIVO / EXTRA

El sábado de visita, a Orly se le vuelve de gloria. “Se alegra. Sabe estar listito, en su sillita de ruedas, peinadito, con sus gafas, esperando que lleguemos”. -Es mi ‘sister’, llegó mi ‘sister’- cuenta ella, que Zapatón se alegra ante los otros viejitos, compañeros de soledad.

La enfermera Klinger habla del dolor como de un viejo conocido. Y se lo dribla. “En su último cumpleaños le bailé esa salsa de Joe Arroyo, la de “no me pegue a la negra”. Y reía, aplaudía. Le gusta su baile, su calle, la guitarra”.

EL PRINCIPIO DEL FIN

La página 123, tomo tres de la historia de Aucas, del Dr. Ramiro Montenegro, registra el principio del fin. Domingo 8 de septiembre de 1991, Aucas 3 - LDU de Portoviejo 0, en el fortín del sur. Orly entra a romper a Juan Carlos Salinas, goleador indio. Roja directa: el juez Medardo Martínez lo expulsa. Y sí, se volvió loco: enterró sus dedos en los ojos del árbitro.

Ya en Manta, por la radio, se entera de que le sancionaron con un año calendario. Deprimido, se va de tragos. En esas, otro plomazo: su hija Ana, la niña de sus ojos, está muerta, ahogada en El Murciélago.

Orly en su viacrucis. Va por un último trago. Se refugia en el cuarto de su departamento. La irrupción de su hermano Flavio fue providencial. Cuando de un patazo abrió la puerta, Zapatón tenía una cuerda colgando de una viga: estaba listo para ahorcarse.

SOLEDAD, YO SOY TU AMIGO

Hace tres años, estalla una úlcera varicosa en su pierna izquierda: no se cuidó. “No avisó, creo que tenía vergüenza”, dice Danny. Ese día, el sol desparramaba candela. Los dos salen a la calle y Orly se desploma.

Los vecinos acuden, lo trasladan al hospital Delfina Torres. Las venas dejaron de funcionar, los coágulos atacan, la edad conspira. Ante lo avanzado del daño, el médico dispone amputar su pierna.

Una prótesis cuesta como seis mil dólares. El drama toma proporciones devastadoras. Orly vivía solo, en el barrio Margarita Cortez, donde sus hermanos adaptaron unos tubos para que logre ir al baño. “Él ama su pisito, los vecinos”. Danny lo convenció de vivir juntos, en Guayaquil.

Hace año y medio es interno en el ancianato, vía San Mateo, como a una hora de Esmeraldas. A veces, Danny llega antes de lo acordado para ver cómo vive su hermano. “Llora. Llora mucho, suspira”. Pero le avisan que la visita llegó y Zapatón se pone guapo: acomoda sus gafas, el cuello de la vieja camisa.

“Le damos vitaminas y sonríe”. Le hacen ejercicios para la memoria: le ponen su música y él acierta con el cantante. “Ese es de Leonardo Favio, esa de Daniel Santos; Rodolfo. Ponga una de Tito Cortés, de Rolando Laserie”.

El Zapatón Klinger en su paso por Filanbanco.ARCHIVO / EXTRA

La música lo sana, lo anima, cuenta Danny. “Aprovecho: Zapa, tienes que comer o te vas a morir. ¿Quieres morirte?”, le pregunta. Y Zapatón, con su largo dedo índice, responde que no. “Yo quiero vivir”.

Junto a sus hermanos, don Zapa toma aire, aún pelea. “Me abraza, pregunta por mamá, que venga a bendecirle pide. No olvido cuando me llevó a Quito a verlo en Aucas; me regaló una cajita de maquillaje”, suspira ella.

Y cuando los hermanos se van, Zapatón solo levanta su mano izquierda. “Yo estoy que me quiebro. Pero me aguanto la lloradera. Ya cuando me voy, cruzo la puerta, me arrimo a la pared. Ahí sí lloro, lloro full”, sufre Danny.

Hace unos diez años, una tarde Orly llegó a un ensayo de sus vecinos, Los Chigualeros. Me dijo que pida a su director, el guitarrista Segundo Quinteros, que le acompañe Jefry Arroyo, el conguero.

Su voz poderosa largó la letra de “Hola soledad”, de Rolando Laserie. Hola soledad, no me extraña tu presencia, casi siempre estás conmigo… Cantó un par de estrofas, agradeció, pidió permiso. Y se fue.

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