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La voz de ultratumba de una niña: "Siempre te vas a acordar de mí"
EXTRA, junto al equipo de investigación de Las puertas del terror, caminó por el cementerio de El Tejar, en Quito.
La grabación dura 40 minutos. Dos segundos son escalofriantes. Se escucha la voz de una niña. Tiene un mensaje. Habla desde el más allá...
Viernes, 21:30. Ocho personas entran al cementerio de El Tejar, en el Centro Histórico de Quito. Algunos llevan chompas en las que se lee el grupo al que pertenecen: Las puertas del terror.
Por 22 años, ellos han investigado eventos paranormales. Y esta noche serán el nexo entre los muertos y vivos.
Montan su centro logístico dentro del edificio de las catacumbas, donde héroes de la Batalla del Pichincha (24 de mayo de 1822) están sepultados. Christian Cevallos, fundador del grupo, dirigirá la ‘expedición’ entre los nichos.
De una maleta rectangular negra saca una cámara de video y de fotos, una computadora portátil, trípodes... Luego, todos salen y forman un círculo para recibir instrucciones.
“Lo que vamos a pedir es que los espíritus nos permitan hacer esta investigación”, replica Harold Hernández, psicoterapeuta existencial que ha acompañado durante 15 años a Cevallos, quien también es conocido como Rayoman. Y hacen la oración.
Cazando a los fantasmas
Los ocho cierran sus ojos. Bajan sus cabezas y Hernández reza. “Dios, enséñanos a mantener la calma, la serenidad y la prudencia en nuestro trabajo para respetar a cada uno de los espíritus que, esperamos, darán su testimonio”.
Termina. Cevallos pide a su esposa Érika Plúa que le dé otra cámara para llevarla en su frente.
Caminan hasta una tumba que tiene una calavera esculpida en la piedra. Plúa enciende la videograbadora. Enfoca a su marido y a Hernández; los investigadores principales están sentados en el suelo.
Prenden velas y cargan una imagen que simboliza a la muerte. “Es una cábala”, asiente Cevallos -alto y con lentes-. Los demás miran.
Hernández explica, para la filmación, que harán cuatro procedimientos: captar fantasmas con la cámara de video, fotografías para identificar espectros -bombas luminosas que aparecen en las imágenes-. También rastrearán presencias del inframundo con un medidor de flujos y psicofonías.
Estas últimas son grabaciones de audio que revelan si una presencia del más allá desea comunicarse. Aterrador.
Espectros y apariciones
Todo está oscuro. El equipo de investigadores camina despacio, intuyendo cada paso. Nadie quiere andar solo por temor a tropezarse con una piedra o... con algún fantasma.
La primera parada es el mausoleo de los niños. Plúa, Cevallos y Hernández entran. Bajan unas gradas a las tumbas que forman un estrecho corredor. Las paredes blancas se iluminan con la cámara que carga la mujer. Adelante, camina su esposo y el psicoterapeuta.
De repente, la luz alumbra un nicho abierto. Adentro hay un pequeño féretro color violeta cuya tapa aplasta unos huesos. Son tan viejos que de ellos no se desprende ningún olor. “Parecen de una niña”, especulan los tres, sorprendidos por el hallazgo. No hay nombre. O fecha.
Cevallos toma el medidor de flujos y escanea el lugar con una especie de antena conectada a un aparato. En él, hay una aguja que se mueve incesante como el velocímetro de un auto.
Según los investigadores, hay presencias sobrenaturales. Y es perfecto para una psicofonía.
“La computadora grabará el ambiente aquí adentro. Nos iremos y volveremos en 20 o 30 minutos”, dice Cevallos. Para eso, deja en el piso la portátil y junto a sus compañeros van en busca de otros eventos paranormales.
Cevallos encabeza la comitiva de ‘cazafantasmas’. Carga la cámara, que también la usa como linterna, y se abre paso entre los corredores flanqueados por la infinidad de nichos. Avanza hacia la parte alta del cementerio, en donde hay tumbas que años antes se quemaron, pero en el trayecto se detiene. Nervioso, llama a sus compañeros y les muestra su descubrimiento: un hombre metiéndose entre los nichos. Se esconde. Cuando lo buscan, no hay nadie.
La voz del más allá...
Miran la imagen una y otra vez. Comprueban que no sea algún miembro del equipo. No. Sí hubo esa aparición. Los ocho aplacan sus temores. Hay que seguir.
Hernández coge la cámara de fotos y ‘dispara’ al azar, sobre los viejos sepulcros. Las lápidas se ‘encienden’ por el flash y al mirar el resultado, hay más hallazgos. En las imágenes se observan las bombitas luminosas -conocidas como orbes-. El psicoterapeuta dice que es producto de la presencia de espectros. Almas cuyos cuerpos reposan cerca.
Es hora de regresar al mausoleo de los niños. El equipo camina presuroso. Llegan a las bóvedas, bajan las gradas y todos se acomodan en el corredor estrecho.
Cevallos recoge la computadora y detiene la grabación. Pide silencio. Sube el volumen y se oyen ladridos. El investigador adelanta el audio hasta que se escucha el llanto de un niño. “Estamos confirmando lo que nos decían: que se evidencia algo así”.
El audio sigue su curso y, de repente... pasos. Pareciera que alguien, con zapatos de taco, caminara y se acercara a la computadora. Se queja. Intenta decir algo. Luego, es como si ese ente golpeara el micrófono. Después, otra vez los ladridos.
Así avanza hasta los 18 minutos. La frecuencia cambia, al igual que una emisora de radio cuando sale del aire. “Es extraño”, afirman los dos investigadores. El audio -pintado de verde sobre la pantalla de la laptop- avanza 17 segundos y se escucha algo.
Es una frase de dos segundos. Dos. No más. Inentendible para casi todos, menos para Plúa. Ella logra descifrar. Pálida, asegura que esa voz tiene un mensaje clarísimo: “Siempre te vas a acordar de mí”. Incrédulos, todos hacen silencio para que Cevallos retroceda el audio, suba el volumen y nuevamente se pueda escuchar. Es verdad. Es una niña. Llora. Es una suerte de advertencia.
El miedo invade a cada uno de los presentes.
Pronto se imaginan que aquella voz posiblemente sea de la dueña de aquellos huesos viejos depositados en la tumba abierta. Esos que estaban en el féretro violeta. Especulan que podría ser una adolescente por el tono. Sí están seguros de que las puertas hacia al más allá están abiertas y que no van a cerrarse.