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Francisco Rivera aprendió el oficio de su padre, quien fundó la marmolería en el centro de Guayaquil hace más de cuatro décadas.JUAN FAUSTOS / EXTRA

Trasnochando por las lápidas

En las marmolerías del centro de Guayaquil, el café, las agüitas aromáticas y la música son la compañía ideal cuando tienen más pedidos por entregar

Durante los 22 años que lleva elaborando lápidas, Sandra Murillo se acostumbró a trabajar también por las noches cuando tiene muchos pedidos. Un caldito ‘pepa’ es la fórmula para aguantar una jornada así, de más de 12 horas.

Tiene su local en la avenida Machala y Manuel Galecio, en el centro de Guayaquil, una zona donde los comercios de este tipo son comunes por su cercanía con el Cementerio Patrimonial de la ciudad.

Le siguió los pasos a su suegro, quien fue el fundador del negocio, pero falleció hace ocho años. Y ahora ella y su esposo están al frente del taller. Generalmente suelen laborar hasta las 19:00, pero hay épocas en que les toca quedarse, incluso, hasta la medianoche.

Sandra limpia los modelos de mármol póstumos que exhibe en su negocio. La mujer aprendió cómo trabajar este material gracias a su suegro, quien murió hace ocho años.JUAN FAUSTOS / EXTRA

Las temporadas en las que tienen harto ‘camello’ son las vísperas del Día de la Madre, del Padre y de los Difuntos, porque los clientes renuevan las lápidas de sus parientes.

AGÜITAS Y SOPAS

Sandra es cuencana de nacimiento, pero lleva más de la mitad de su vida residiendo en el Puerto Principal. Aún así en su memoria perduran los recuerdos de la típica gastronomía morlaca. “Preparo un locro de papa o de lenteja”, dice. Esos son sus platos preferidos.

Ella empieza a hacer la merienda alrededor de las 17:00, en una pequeña cocineta que tiene a un costado del local. Acompaña la comida con algún té de horchata o con agua de valeriana.

Las maratónicas jornadas transcurren entre una mezcla de ruidos. Por ejemplo, un pequeño ventilador que cuelga del techo parece conformar una sinfonía con el rugir de los carros que pasan al pie de la avenida Machala.

A modo de relajación, Sandra enciende una radio gris alzada en una repisa de madera, y sintoniza una emisora que emite mensajes de paz y música cristiana.

Hay ratos en que el escandaloso exterior la aturde y baja a la mitad las puertas enrollables para disipar el bullicio. “Recién como a las once de la noche se silencia un poco la zona”.

Quienes elaboran lápidas, en ocasiones, deben ir al cementerio a medir el nicho donde deben ir puestas. Prefieren hacerlo en el día para evitar algún riesgo de inseguridad.

Sandra realiza una parte de toda la elaboración de lápidas; el pulido y el grabado. El tallado lo efectúan tres colaboradores desde Cuenca, quienes envían el mármol a la urbe porteña para que le den el acabado.

'ORQUESTA' DE MÁQUINAS

En el taller de Francisco Rivera Lara, ubicado a la vuelta del de Sandra, del lado de la calle Piedrahíta, casi llegando a Antepara, sí cortan las piezas de mármol. Esto implica que los trabajos vayan tomando forma con sus sonidos característicos, parecidos a los de las carpinterías cuando trozan madera.

En su negocio también hay una radio. Francisco, en cambio, se desestresa de sus pedidos oyendo a ‘JJ’, Alci Acosta o a algún baladista del recuerdo. También conversa con un colega con quien trabaja. Y entre canciones, charlas y café pasan las horas.

Francisco 'camella' con música cuando tiene demasiadas lápidas por entregar.JUAN FAUSTOS / EXTRA

Al pie del lugar circulan varias líneas de buses que vienen desde la avenida Pedro Menéndez para tomar Antepara. Los faros de las unidades con sus luces iluminan los cabellos de los marmoleros.

De una de las paredes cuelga una foto de su padre, quien falleció en 2015 y del que heredó este oficio. Una actividad que lentamente se extingue con el uso de tecnologías que reemplazan la mano humana.