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Desde el sur de Guayaquil, el hombre de los 4.000 gallos continúa su legado
Ramón Villavicencio ha recorrido todo el Ecuador haciendo que peleen sus 'soldados'. No entrena gallo ajeno, solo los propios.
Creció oyendo cacarear gallos. Para Ramón Oswaldo Villavicencio Cruz, ese ‘kikiriki’ es una pasión que lleva en la sangre. Una muestra de su fascinación es que durante toda su vida ha tenido, aproximadamente, 4.000 de estos animales. Los entrena, apapacha y cuida. Es un gallero ‘pepa’ y de vocación.
El fortín de este hombre, de 68 años, es su vivienda, en Las Malvinas, al sur de Guayaquil. Allí actualmente habitan más gallitos que personas. Hay 15 ejemplares, todos bien ‘jameados’ y atendidos como reyes.
Los ‘soldados’ con alas entrenan dos veces por semana. Y así quedan preparados para los combates que tienen que ‘frentear’ los fines de semana.
Una parte del adiestramiento consiste en que se topen, como si fueran a pelear. Además, los hacen correr.
El abuelo y el papá de Villavicencio también tenían esa pasión. Él, de ‘peladito’, los miraba sorprendido. No le enseñaron la técnica, sino que la aprendió de ellos al observarlos.
“Al principio no me dejaban acercármeles. Cuando ya trabajé con ellos fue porque ya tenía los míos”, relata riendo, al recordar esos momentos.
Cuando cumplió 16 le regalaron sus dos primeras crías y él poco a poco empezó a hacer que se reproduzcan.
Su dedicación a estos animalitos no es ‘cuento’. Le han entregado tres placas de reconocimiento por su trayectoria como gallero.
El hombre aclara que esta actividad es un pasatiempo y no vive de esto. Así como gana billete en las peleas, también pierde y gasta. Por ejemplo, al mes compra dos quintales de maíz para dar de comer a sus ‘bebés’. Adquiere espuelas, medicinas y un largo etcétera de cosas para mantenerlos sanos.
SOLO A LOS SUYOS
Villavicencio solo se dedica a sus engreídos. Nunca entrena gallos ajenos. Dice que no lo hace porque hay unos sabidos que luego no le dan ni las gracias, pero sí aprovechan para obtener plata sin sudar nadita.
En cambio, varios muchachos le han pedido que les enseñe sus secretos. Él no ha sido mezquino. Los instruyó por un tiempo desinteresadamente.
Lo bacán es que algunos no han sido malagradecidos, pues posteriormente le han obsequiado crías con buena ‘madera’. Uno de sus ‘discípulos’ le hizo envíos desde Esmeraldas.
“Les enseño para que aprendan porque veo que tienen vocación. No todo muchacho está apto para entrenar gallos”, explica.
SE VAN ‘PAPEADOS’
En un día de pelea, la jornada para Villavicencio se inicia alrededor de las 05:30. Se levanta y da a sus campeones su porción de alimento. En aquella tarea se suele tardar hasta las 08:00.
Luego, los gallos se mantienen en descanso. Pasado el mediodía los deja limpiecitos y por la tarde se dirigen al lugar del combate.
Para trasladarlos utiliza unas maletas especiales, elaboradas precisamente para ello, con orificios para que entre el aire. En cada mochila caben tres animales.
“Tengo hora de salida, pero no de regreso. A veces me cogen las 02:00, 03:00, porque me tocan peleas en partes lejanas”, conversa.
En los 52 años que se ha dedicado a esta afición, dice que prácticamente ha recorrido todo el país. Le ha tocado competir en todas las provincias a escala nacional.
Precisamente el 2 de octubre tendrá una competición en una gallera de Pueblo Nuevo, en la provincia de Los Ríos. Esa será una nueva oportunidad para experimentar nuevamente el sabor de la victoria, como premio a su esfuerzo diario.