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A este altar de la Santa Muerte, ubicado dentro de una de las casa de La Mena 2, acuden a diario decenas de personas a pedir favores.Cortesía

La Vela Mágica: el santuario de la Santa Muerte que atrae miles de fieles en Quito

Funcionarios públicos, criminales, políticos y hasta famosos rinden culto a la Blanquita. Cada día, los fieles piden protección, dinero o venganza.

A las espaldas de la Virgen de El Panecillo, casi buscando ocultarse de su mirada de aluminio, se esconde el culto a la Santa Muerte. El lugar casi pasa desapercibido entre las casas de La Mena 2, que se han apoderado del Parque Metropolitano Chilibulo.

Un cartel de color café, desgastado, adorna una anticuada casa de un piso, con ventanas cubiertas por cortinas y cuya entrada permanece cerrada. Sin ningún tipo de aviso, nos encontramos a las afueras del altar a la Santa Muerte llamado La Vela Mágica, en el sur de Quito.

Aquellos que quieren rendirle culto a la Blanquita, como le dicen sus fieles, solo golpean la puerta, siempre de 10:00 a 12:00 y de 15:00 a 17:00, pues la fe también respeta horarios.

La entrada metálica se abre e inmediatamente un penetrante olor a incienso y rosas intenta escapar, pero el perfume pasa a segundo plano cuando cientos de figuras posan sus ojos sobre los visitantes.

La casa se divide en dos partes. La primera, que nos recibe desde el mundo exterior a través de un estrecho pasillo, sirve como hogar de cientos de duendes, que son ‘educados’ por las sacerdotisas del culto.

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Esta zona también funciona como tienda. Se exhiben inciensos, velas, criaturas ‘mágicas’ del bosque y otros productos que traen desde Colombia o Perú para financiar el templo y quizás potenciar las oraciones de los fieles.

Su devoción se remonta a la época de la colonia en México. Esta práctica estaba dedicada a ofrecer a los enfermos una muerte en paz, simbolizada con una figura esquelética.

El techo es de aluminio y el suelo está adornado con unos cuantos baldes para contener las múltiples goteras.

La estructura es laberíntica. Hay varias salas, cada una para un ‘ídolo’ diferente. Caminar es complicado, hay que evitar mesas de distintos tamaños, llenas de ofrendas. En todas hay alcohol, en unas cuantas dulces, en otras perfumes caros o tabacos. Cada ‘santo’ tiene sus gustitos y los fieles los buscan a cambio de bendiciones.

Libia, fundadora y sacerdotisa del lugar, explica que llevar regalos no es indispensable. “Lo importante es la fe”.

La luz apenas entra por un ventanal que conecta con un descuidado jardín que sirve como puente hacia la segunda zona, que atrae a más de dos mil devotos, según los cálculos de Libia.

Cada pared es de un color distinto, pero esto apenas se puede ver por las grandes gigantografías y cuadros que cuelgan de ellas. “Todo esto se lo regalan a la Blanquita. Ella les cumple y ellos dejan esto como agradecimiento”, explica Libia, llena de orgullo, como si hablara de una amiga o un familiar, no de la muerte.

Las paredes de este ‘templo’ están decoradas con figuras cadavéricas y gigantografías de la imagen, muchas de las cuales han sido obsequiadas por devotos.Cortesía

"Mi hija le ama muchísimo”

Por el lugar, una niña corre. Juega. Se divierte entre cientos de calaveras. Ella viene con su madre; las invocaciones se han convertido en un plan familiar recurrente. “¿Qué le va a tener miedo la guagua?”, dice su mamá, casi molesta por tener que justificar algo aparentemente tan obvio. “Mi Blanquita nos ha cuidado bastante. Mi hija le ama muchísimo por todas las bendiciones”.

En un comienzo, la mujer, de unos 30 años, se presenta como vendedora de frutas. Dice estar en el santuario para que le paguen una deuda. “Las personas me temen. Creen que soy satánica y que les voy a hacer brujerías”.

Ella cuenta que todos los días pide por dinero, salud y hoy para “dejar de ser tan brava”.

Reza sola. Con la cabeza baja. Siempre en silencio. Trae unas cuantas ofrendas “para mimar” a la Blanquita. Sus plegarias solo se interrumpen para ver a su hija y tomar una foto con su celular a la estatua cadavérica que la observa.

Las calles de este popular barrio del sur de Quito esconden un santuario de La Blanquita, conocido como La Vela Mágica.Gustavo Guamán

Conversa con las sacerdotisas del lugar y deja de lado su fachada de vendedora de frutas. Les confía, sin ningún tipo de vergüenza o miedo, pero buscando mantener el secreto, que se dedica al chulco.

“Yo no hago nada malo. Les presto plata a personas que nunca podrían tener un crédito. Mi riesgo es bien alto, por eso cobro intereses más grandes”, argumenta la mujer.

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Este santuario es visitado por personas de todo tipo, según Libia. “Llegan famosos, políticos y narcotraficantes”. Esto se comprueba con un carné de la Asamblea Nacional que cuelga del cuello de una de las estatuas de la Blanquita.

La figura de la Santa Muerte está fuertemente ligada al crimen. Libia explica que esto se da por la “fuerte protección” que ofrece.

12 millones de personas en el mundo practican este culto, según Andrew Chesnut, profesor de Estudios Religiosos de la Universidad de la Commonwealth de Virginia.

En Ecuador, se han encontrado múltiples altares a la Blanquita dentro de cárceles y casas incautadas a narcotraficantes o delincuentes. Según la sacerdotisa, esto se da porque “la niña no hace división de bien o mal, ella solo cumple”.

Su imagen, la calavera, hace referencia a eso. Nos recuerda que todos somos iguales. “Todos somos un esqueleto”, dice Libia, intentando cambiar de tema.

Ella les pide a las personas que no recen por cosas malas y que siempre busquen “la luz”. Aun así, gran parte de los fieles llegan con intenciones oscuras.

“Aquí han venido choneros, gente de todo lado. Yo no juzgo. Yo ayudo. Me piden protección. Yo les protejo. ¿Quiénes somos para juzgar?”, comenta sin reparo. Incluso comenta que muchas veces tiene que hacer sesiones privadas para garantizar la seguridad de los fieles. “Me llaman de una banda y obvio me toca cerrar. Figúrese que se topen con sus rivales”.

"Aquí han venido choneros, gente de todo lado. Yo no juzgo. Yo ayudo. Me piden protección. Yo les protejo. ¿Quiénes somos para juzgar?”Libia, sacerdotisa del altar

El ritual

Dentro del ritual, al cual llaman invocación, los fieles expresan en voz alta sus plegarias. Un hombre de cabello largo y alrededor de 50 años, vestido con una camiseta de la Santa Muerte, pide venganza. Cuenta que le robaron la camioneta a su sobrino. No la quiere de vuelta, quiere que las personas que la robaron “paguen por sus acciones”. No lo dice de manera directa, pero busca la justicia que las autoridades no le pueden dar.

A diferencia de una misa católica, este ritual se centra en el dinero y el poder. Los visitantes se sientan en círculo. Beben licor. Comparten dulces, galletas y repiten palabras de tribus del sur de África. Las más usadas son ‘sawabona’ y ‘shikoba’, que significan “te respeto, te valoro, porque eres importante para mí” y “yo soy bueno y existo para ti”, respectivamente.

Los fieles adornan el colorido altar con todo tipo de ofrendas, desde botellas de licor hasta arreglos florales.Cortesía

A las invocaciones suelen llegar de veinte a treinta personas, regularmente. Algunos lo hacen en autos de lujo, otros caminando o en transporte público. La gran mayoría son católicos, a pesar de que la Iglesia rechaza a la Santa Muerte por considerarla idolatría e incompatible con la esperanza de la resurrección, según explica el sacerdote católico José Ruiz.

Libia cuenta que las personas llegan desesperadas, en busca de cualquier tipo de apoyo, una familia o una palabra de aliento. Muchos los juzgan por adorar a una imagen lúgubre y aterradora, una imagen que les da paz y un espacio en el cual no se sienten juzgados.

Para la gran mayoría, la Santa Muerte es su único apoyo frente a un mundo que los ha olvidado. Para otros, es su protección, en un mundo donde la muerte es parte del día a día.

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