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Saliendo de las drogas: así es la rehabilitación de adictos en un centro especializado
Dramático testimonio de Camilo, quien cayó en las drogas a los 12 años en su colegio. Fue parte del programa de recuperación en el Hospital Bicentenario.
De vez en cuando las palabras que salen de la boca de Camilo trastabillan entre sí. No es tartamudo ni tiene problemas del habla. Él batalla contra el síndrome de abstinencia, una herencia de su desenfreno.
Lleva algunas semanas sin consumir H (heroína mezclada con otros componentes) y son los primeros días lúcidos que tiene desde los 12 años (ahora tiene 21), cuando probó por primera vez esa droga.
En el colegio que estudiaba en el Guasmo, sur de Guayaquil, uno de sus compañeros un lunes perdido en el calendario le ofreció la heroína.
Le enseñó cómo se aspiraba y el pequeño Camilo vio la manera en que se ‘activaba’ su compañero; le explicó que si lo hacía iba a sentirse invencible ante cualquier situación.
Atento, como un gato cazando un ratón, escuchaba el relato de cómo se sentía estar drogado. Estuvo a punto de hacerlo, pero no probó.
El martes, miércoles y jueves la historia fue la misma secuencia. ¿Qué había de malo si era gratis?, le preguntaba su dizque amigo.
Él no encontraba una respuesta. Quería ser invencible, que no le doliera que su padre lo abandonó cuando tenía 6 años y se fue con otra familia; no quería que le siguiera lastimando que lo abusaron sexualmente a los 8 y solo buscaba pensar que los problemas se irían a medida que la sustancia fuese viajando por sus fosas nasales.
Entonces llegó el viernes y cayó igual que un pez en un anzuelo. La carnada sirvió: la falsa promesa de ser inquebrantable ante los problemas y que estos no quemaran tanto.
Los primeros cuatro ‘subidones’ fueron gratis. Cuando ya estaba enganchado no había marcha atrás. Tenía que seguir ‘jalando’, necesitaba sentirse invencible. Ya no era una opción.
Por eso empezó a vender sus zapatos, algunos electrodomésticos de su casa, robar celulares en la metrovía o la ropa de su hermano Esteban, quien fue asesinado el 9 de octubre de 2022.
Si pudiera regresar el tiempo, dice Camilo, no enmendaría haber sido adicto a la H. Lo único que cambiaría sería en no dejar salir a su hermano de la casa el día que lo mataron.
“Él ya no me hacía caso”, comenta Camilo, quien era mayor que Esteban por tres años.
Tantas veces le robó a Esteban que perdió su confianza. A él le lastimaba las noches en que Camilo no llegaba y salían a buscarlo en la calle a la madrugada, levantando a algunos habitantes de calle, quienes se enojaban ante la situación. Luego lo encontraban en cualquier lugar, tirado y drogado.
Sangre
Camilo contemplaba en su casa un video que había subido Esteban cantando salsa hace pocos segundos. Era de madrugada y un frío viento recorría las calles porteñas. Su hermano llevaba un saco color blanco.
¡Pum! Irrumpe la primera detonación. Gritos. Una moto persigue a un hombre que va corriendo por una calle del Guasmo, cerca de La Playita.
El mismo sonido se repite en varias ocasiones. ¡Pum! ¡Pum! Camilo pierde la cuenta. Se asoma por la ventana que da a la calle y ve un denso humo de la pólvora, como si se tratara de una neblina.
Unos segundos después escucha a alguien jadeando, moribundo. Mira al pie de la ventana, en la acera, y escucha cómo Esteban se ahogaba en su propia sangre.
Lo alcanzó una bala perdida y perforó uno de sus pulmones. Agonizó ante sus ojos. Camilo no pudo evitar el dolor, sanar la herida o haber sido un mejor ejemplo, asegura.
En recuperación
La carga de casi una década de adicción la sintió en febrero de 2023. Su madre lo llevó al Hospital Bicentenario, donde está el programa ‘Por un futuro sin drogas’, en el cual hay un equipo liderado por la psiquiatra especializada en adicciones Julieta Sagnay y el doctor Luis Suárez.
Sentado en una de las camillas del lugar, en pantalones cortos y con un frío que cala en sus huesos, Camilo reconoce que quiere ser médico.
Aún no ha terminado el colegio, pero entre sus planes está hacerlo. Su deseo de ser galeno radica en saber cómo curar a las personas para que nadie más tenga que pasar por la tristeza de perder un ser querido, susurra.
Unos segundos después recapitula. Sabe que hay un error en lo que dijo: toda vida es efímera.
Actualmente se mantiene limpio. Trabaja en una avícola para mantener la mente ocupada. Sus palabras dejaron de trastabillarse, el color de la voz le cambió y sus ojos están más abiertos.
El dolor sigue en su interior, pero ya no lo anestesia con la H. Solo queda sentirlo, concluye.
'Por un futuro sin drogas', una salida de la adicción
En 2018, de la mano de la psiquiatra Julieta Sagnay, quien desde hace casi 10 años investiga la droga H, asegura que es necesario tener espacios adecuados para la rehabilitación de adictos. “No en todas las clínicas hay especialistas que puedan atender este tipo de situaciones”, asegura.
La razón es que debe realizarse una atención integral y comprensión del síndrome de abstinencia. No se trata de dar opioides para evitar los dolores y posteriormente dejarlos ir.
Por ello, la experta diseñó una triada de la H, la cual consiste en lo que genera en las personas que intentan dejar esta droga: dolor, ansiedad e insomnio.
“Los dolores de la abstinencia son similares a una fractura de algún hueso. Puede llegar a dar taquicardia por la ansiedad y el desorden en el sueño, no deja pensar con claridad”, expresa.
Ayuda gratuita
Por su parte, el doctor Luis Suárez, quien dirige el proyecto que recibió el apoyo del Municipio de Guayaquil, acota que es necesario tener una atención basada en el apoyo.
Siendo así, tienen dos metodologías en el programa. Una de ellas es para las personas de escasos recursos o en condición vulnerable.
Para ellos tienen un espacio dentro del Hospital Bicentenario en el que hay 12 camas y el tratamiento dura 10 días.
Es gratuito. En este tiempo, los pacientes son valorados por médicos generales, psicólogos y reciben ayuda con fármacos para alivianar los dolores del síndrome de abstinencia.
Reciben todas las comidas y también tienen actividades grupales, en las cuales se apoyan entre los adictos en recuperación.
“Nadie más nos puede entender. Un adicto no puede recuperarse sin otro adicto porque entre nosotros sabemos lo que se siente. Hemos llorado y en el fondo queremos salir de esta situación, pero es muy complicado”, expresa José.
También hay terapias vivenciales que son realizadas por personas que pasaron por el programa y llevan más de un año limpias.
En estas se lee literatura y también algunos de los internos pueden conocer historias de personas que están en el programa, pero no se encuentran hospitalizadas.
Los días complicados
En cuanto a esta droga, según Sagnay, es mucho más perjudicial y adictiva, dado que la heroína se mezcla con otros elementos como ladrillo raspado, cal, tabaco, ketamina u otros.
De los 10 días que dura el tratamiento, los más complicados suelen ser entre el 3 y el 5, dado que es cuando más dolores se generan.
Los especialistas que dirigen el programa mencionan que una vez que las personas concluyen su proceso, estas tienen controles cada cierto tiempo -según lo consideren-, en el cual hacen pruebas para saber si tiene algún estupefaciente en la sangre.
Completada la rehabilitación, a partir de un año, son apoyados para terminar sus estudios o, incluso, llegar a tener un trabajo con la Alcaldía.
Algunos de ellos son contratados por el mismo Hospital Bicentenario para las labores en el programa municipal.
“Vamos más allá del tratamiento porque no podemos recuperar a los jóvenes y dejarlos, dado que vuelven a caer. Este trabajo debe ser complementario con la prevención, la reinserción laboral y educativa, mediante los talleres de Artes y Oficios. La idea es que ellos tengan una oportunidad de estudiar y aprender oficios certificados que les permitan reinsertarse en el ámbito laboral”, comenta la organización.
Mediante este espacio, en la primera brigada que se realizó, se atendieron a 30 jóvenes, de los cuales 24 tuvieron un resultado positivo.
Con el pasar del tiempo se han logrado atender a más de 3.000 personas, teniendo una recuperación cercana al 70 %.