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En la avenida Quitumbe Ñan, un niño se acercó a regalarles chocolates para el frío.GUSTAVO GUAMAN

Quito: Lo que sucede en un turno de vigilancia militar en el toque de queda

Los uniformados no han salido de días libres desde el estado de excepción, los turnos son seguidos y rotativos

Son las 21:00, dos pelotones de 10 militares, cada uno se forman frente al comandante para recibir instrucciones. “Recorreremos los barrios que nos han indicado que son sensibles. Estar atentos a todo lo que pase”, dice el oficial.

Desde el cuartel Epiclachima, ubicado en el sur de Quito, salen los camiones hacia los barrios altos de la zona. La temperatura está en 11 grados y los militares usan ‘buffs’ en el rostro para aguantar el frío. “Todos somos de la Sierra, pero en la madrugada sí pega el viento”, comenta el cabo Édgar Yerbabuena al equipo de EXTRA que se ha sumado al operativo.

El capitán Cristian Rivera, quien está a cargo de estos grupos, cuenta que llevan armas letales y no letales, pero que deben ser utilizadas “solo si hay ataques con armas similares”. Lo demás es disuasión y control.

Ellos van equipados con rifles, chalecos antibalas y casco. Todos van sentados en bancas de tabla –algunas ya rotas– junto a un improvisado basurero: un cartón viejo. “Somos limpios”, bromea uno de ellos.

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Silencio total. Los ojos de los 10 militares van fijos en las calles. Los quiteños cierran sus locales y se retiran a sus casas. En cuanto pasa el convoy, algunos sonríen y hacen sonar los pitos de sus vehículos, como una forma de apoyo a su labor.  “Son sentimientos encontrados. Por un lado, queremos que la jornada sea tranquila por el bien de los ciudadanos, pero por otro también quisiéramos que haya algo de acción”, espeta el cabo.

  • EL PROCEDIMIENTO

El convoy avanza por la avenida Pedro Vicente Maldonado. Un espacio de ventas ambulantes en el barrio Nueva Aurora es la primera parada. Unos jóvenes –comían arroz con pollo– fueron requisados. No se les encontró nada. “Que se lo lleven por rompecorazones”, bromea una de las vendedoras. Los uniformados les recomiendan que recojan ya sus ventas y que vayan limpiando la acera.

El recorrido sigue por otras calles. En la Quitumbe Ñan se vuelven a bajar del camión y corren detrás de un sujeto que intenta huir en medio de la oscuridad. En cuanto lo revisan, le encuentran un cuchillo afiladito.

–¿Y esto?

–No sé, jefe. Yo no hice nada, dice el sujeto.

– Ándate a la casa, ya mismo empieza el toque de queda, le dice otro militar.

Eso sí, le quitaron el arma, aunque no fue detenido. “No estaba cometiendo un delito como para retenerlo, pero es claro que no iba a pelar papas”, dice el cabo primero, Johny Guaña. Los soldados le piden que se quite los zapatos, el pantalón y la camiseta para corroborar que no lleva nada más. Lo suben al camión y lo retienen por un buen rato, pero luego lo sueltan.

A un sujeto que tenía un cuchillo lo retuvieron por varios minutos en el camión.GUSTAVO GUAMAN

El procedimiento dicta que los soldados retengan a los sospechosos y den parte a la Policía Nacional. “Ellos se encargan del resto”, explica Guaña.

  • UN ‘CARIÑITO’

El recorrido sigue a pie. Uno de los soldados lleva, además, un palo con la leyenda “Estamos Rulay”, alusivo a la canción del grupo terrorista Los Tiguerones, que se hizo viral estos días. “No se asuste, solo es disuasión”, dice el uniformado.

“Le pusimos como una forma de ironía, pues justamente estamos luchando contra estos grupos delincuenciales”, explica Yerbabuena.

A un sujeto que tenía un cuchillo lo retuvieron por varios minutos en el camión.GUSTAVO GUAMAN

El operativo sigue a pie. Un niño de unos ocho años –acompañado de su madre– se acerca para entregarles un chocolate. “Recíbame esto”, les dice. Los uniformados agradecen y algunos le acarician la cabeza al pequeño. “Gracias", le responden.

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“El dulce les servirá para el frío”, dice la progenitora. No quiso identificarse, pero sí dijo que apoya la labor del Ejército, que “le tiene más fe que a la policía”.

En cuanto vuelven al camión, todos ‘devoran’ la golosina. “Estos gestos nos hacen saber que hacemos las cosas bien y que contribuimos a que la paz vuelva al país”, comenta Yerbabuena. Los soldados están conscientes de que los recursos de los vecinos no son muchos, pero reciben sus regalos. “No podemos hacerles un desaire. Eso nos motiva”, agrega el capitán Rivera.

  • EL DEBER LLAMA

Los 10 miembros del convoy están concentrados desde el 9 de enero, cuando el presidente Daniel Noboa declaró el estado de excepción. “Mi familia vive por el estadio de Aucas (en Chillogallo) pero no la he podido ver”, cuenta Rivera.  A otros como Yerbabuena les han permitido salir por unas horas, pero los días francos completos no han tenido.

Guaña relata que su familia –incluida su hija de dos años– se ha acercado al cuartel para verlo, aunque sea por unos minutos. “Lo bueno es que hay videollamadas. Así nos mantenemos en contacto”, dice.

Los turnos son rotativos y consecutivos, solo tienen tiempo de comer y descansar. “No importa. Desde antes de que nos convoquen estábamos listos. Veíamos con impotencia lo que pasaba en las calles. Queríamos actuar”, asevera Rivera.

Este grupo tiene asignado el recorrido hasta las dos de la mañana. “Ha estado tranquilo y nos gusta pensar que, mientras ustedes duermen, nosotros les cuidamos”, dice Yerbabuena.

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