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Quito: familias salieron a flagelarse por fe en la procesión Jesús del Gran Poder
Más de 250 mil creyentes se reunieron en el Centro Histórico para la ceremonia religiosa. El trayecto fue de tres kilómetros de distancia
Azotarse la espalda con cabresto, enrollarse el cuerpo con alambres de púas, cargar cruces elaboradas con troncos de árboles y arrastrar pesadas cadenas se ha convertido en un ritual para la familia Inaquisa Amahuaña.
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Cada Viernes Santo, varias generaciones de este ‘clan religioso’ madrugan para asistir a la misa que se realiza en la iglesia de San Francisco, en el centro de Quito, y luego peregrinan en la procesión de Jesús del Gran Poder, que el viernes 7 de abril reunió a más de 250 mil feligreses y penitentes.
Stalin amarraba dos cadenas a los talones de sus pies y se colocaba el traje de cucurucho. Era su segunda vez en esta ceremonia y afirmó que su intención era ‘limpiar’ sus pecados, que provocaron malestar en sus padres. “He mentido mucho y quiero remediarlo”.
Cerca de él estaba su primo Jhoel, quien pegaba la foto de una ecografía en la cruz que cargaría durante la procesión. El joven, de 21 años, explicó que era la imagen de su sobrina en la barriga de su hermana. “Casi pierde la vida, pero un milagro de Cristo la salvó y por eso vengo a agradecerle”.
Su tío Juan sacaba el cabresto con el que se iba a flagelar de una botella de agua. Según él, eso es para que no se impregne en la piel con la sangre que brota tras los golpes.
Esta fue la décima ocasión que participa en el ritual que representa el vía crucis. Juan aseguró que la fe en Jesucristo le hizo dejar el alcohol. “Ya son cinco años que vivo sin una gota de trago”.
Una vida de fe
Entre los cánticos religiosos y el sonido de los látigos flagelando pieles, se escuchaba el llanto de María Cajilema, una mujer de 84 años que llegó a San Francisco a pie, desde la Lucha de Los Pobres, en el sur de Quito.
La mujer contó que vive sola y que nunca se pierde la procesión de Jesús del Gran Poder. Ayer fue a pedirle que la ayudara con su pequeño negocio, donde vende ropa usada.
La ceremonia cubrió tres kilómetros de distancia por las principales calles del Centro Histórico con fieles, devotos, cucuruchos, curiosos y hasta sus mascotas, quienes veneraron la imagen de Cristo en el altar móvil.