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Las cartas que los secuestradores enviaban a sus víctimas son hoy parte de las piezas del museo.Gustavo Guamán / EXTRA

¡El delito tiene quién lo recuerde!

Hallamos todo un mundo al margen de la ley: cartas de secuestros, partes policiales que datan de hace un siglo y uniformes, entre otras muchas cosas.

La carta dirigida al Sr. Galo Zurita data de 1998. “Te vamos a matar porque eres un traficante... Queremos 30 millones de sucres a cambio de tu vida. No es un juego, papá. Te estamos vigilando”. Es un ultimátum. Y está firmado por un cártel de Colombia. No se trata de un manuscrito. La esquela está hecha con retazos de revistas y periódicos, y hoy reposa en el Museo de la Policía Nacional, en el centro de Quito.

Cubierta por una pantalla de cristal, la valiosa misiva es una de las más de 500 piezas de la galería, situada en un edificio esquinero de las calles Cuenca y Mideros. Una casona patrimonial que guarda documentos y objetos de incalculable valor. Quizás algunos nunca antes revelados. Por eso están bajo llave. Con una temperatura menor a los 17 grados centígrados que marca el termómetro en los exteriores.

A solo unos centímetros de la carta al Sr. Zurita está otra aún más siniestra. Una en la que aparece el nombre del expresidente de Ecuador, Sixto Durán-Ballén. “El movimiento revolucionario de Colombia FARC les comunica por última vez que usted señor presidente y su esposa no han entregado los $20.000 en billetes de 100 (como lo solicitamos en el primer mensaje) a cambio de sus valiosas vidas...”.

No es todo. Los escritos son parte de las evidencias obtenidas por la antigua Unidad Antisecuestros (Unase). Y en la vitrina donde están expuestas, resalta un frasco con formol. Dentro está la mano izquierda de un hombre. Era la prueba que los delincuentes habían enviado a la familia en esa ‘presentación’ para confirmar que lo tenían.

También hay un cráneo, una mandíbula, cabello, un dedo... Y Diario EXTRA tuvo acceso a estas piezas antes de que el museo hiciera su reapertura al público. Será el próximo 2 de marzo de 2019, el Día de la Profesionalización de la Policía. Por ahora lo siguen repotenciando. Y el general Superior, Jorge Villarroel, está al mando. “Aún faltan colocar las insignias”, “no olvide del uniforme antimotín”...

Se dirige al capitán Stalin Fraga. Y continúa con el recorrido por las salas revestidas con paredes blancas. Llenos de historia, los muros de aquella casona muestran en gráficas el comienzo del “control de la seguridad” desde nuestros aborígenes.

Por ejemplo, los Incas ya tenían un “cuerpo policial” comandado por el Chapac-Camayuc. Estaba constituido por los chapac, palabra en quechua que significa vigilante. Muy parecida a la que hoy se usa para mal llamar a la autoridad: ‘chapas’. ¿Les molesta? No, responde un uniformado.

El general bromea, y sigue. Ya en la Colonia estaba el sereno. Un hombre vestido con poncho y alpargatas. Era el vigilante. Muy similar a la policía nocturna. Solo que en aquella época no había linternas. Debía caminar con un farol, iluminando las calles de la ciudad. Y su representación está en una esquinita de la galería donde, además, cuelgan ilustraciones que datan de 1606 hasta 1811.

Los partes policiales

Luego de ‘atravesar’ el período de la Gran Colombia, donde se expone un reglamento provisional de Policía fechado en 1822, llegamos a la época Republicana. Y en una vitrina, también bajo llave, se encuentra el Libro Diario General de Anotaciones de Presos. Escrito a mano en 1927, en aquel cuaderno desgastado de líneas aparecen los nombres de los detenidos, edad, estado civil, profesión, infracciones, multa, libertad...

El 25 de septiembre de hace un siglo, el vigilante de turno escribió en cursiva con su puño y letra: Javier Vaca. Nacido en Quito y de profesión comerciante. Aprehendido por embriaguez. Lo acusan de haberle roto la ceja a José Carrillo. Multa: 2 sucres. Puesto en libertad el mismo día.

Hay otro renglón más llamativo. El de Rosario Oleasta. Una niña que, según esta especie de parte policial, cometió una infracción: “prófuga de sus patrones”. Tenía cinco años cuando su nombre fue plasmado en este cuadernillo. Nacida en Cangahua y de profesión doméstica, no corrió con la misma suerte de Javier para obtener la libertad. En su lugar dice: “Llevó el patrón”.

Un verdadero tesoro en la historia policial. Así como los uniformes de hace un siglo, las decenas de armas –algunas incluso ejemplares de la Segunda Guerra Mundial–, escudos antimotines, pequeños frascos de gas lacrimógeno, licencias de conducir, un viejísimo aparato de alcocheck...

Enseguida nos adentramos en el mundo de la Criminalística. Una serie de plantillas para reconstruir rostros de delincuentes –identikit– ocupan una mesa ubicada detrás de una escena referencial de un crimen. Y junto a esta se levanta una pared con fondo azul. Cuelgan las fotos de los cuatro asesinos más despiadados de la historia del país.

El Monstruo de los Andes. Su nombre era Pedro Alonso López. Y se le atribuye el asesinato de más de 300 niñas y jóvenes en Colombia, Ecuador y Perú; Daniel Camargo Barbosa. Violó y mató a más de 150 mujeres; Nelson Byron Bedón, el Desdentado del Pichincha. Acusado de violación; y El niño del terror. Se llamaba Juan Fernando Hermosa. Conocido por matar a taxistas y homosexuales. Y fue el general Villarroel el que ayudó en su captura. Lo dice orgulloso.

Testimonio

La historia del museo

En la bibliografía que se expone en la sala principal de la galería se lee que el 3 de septiembre de 1986 se resolvió crear el Museo de la Policía Nacional como un testimonio de su devenir histórico. E inicialmente fue destinado al antiguo Regimiento Quito °1. Pero un año más tarde, en 1988, fue preinaugurado en una casona arrendada en el sector de La Floresta. Después lo trasladaron al Instituto Nacional de Policía (Rancho San Vicente), en el norte de la capital.

Pero con el Acuerdo Ministerial 272 del 6 de diciembre de 1997, la galería pasó a depender directamente del Inehpol, actualmente presidido por el general Villarroel. El 26 de febrero de 1998 fue inaugurado y ocho años más tarde se mudó al actual edificio del Centro Histórico.

Origen antiguo

Desde La Gran Colombia

Los primeros pasos para la conformación de una Policía Nacional, como lo es ahora, se dieron en la Gran Colombia con el reglamento policial que fue expedido por Simón Bolívar, El Libertador. Y fue el guayaquileño y expresidente de Ecuador, Vicente Rocafuerte, el que lo puso en vigencia. Más tarde, cuando Vicente Ramón Roca, también guayaquileño, llegó a la presidencia, la Convención Nacional –lo que hoy es la Asamblea– emitió un decreto el 13 de enero de 1846 delegando funciones a los tres ministerios que había: el Ministerio de lo Interior (llamado así en esa fecha), de Guerra, y de Hacienda.

El primero se encargaría, desde hace casi dos siglos, de la Policía a escala nacional. Tenía las facultades para expedir directrices, reglamentos... Y basado en ello, Ramón Roca –quien fue Jefe de la Policía– dictó el primer reglamento para Guayaquil el 24 de noviembre de 1847. Un año más tarde lo hizo para Quito. “Fue el inicio de la institucionalidad”, dice el general.

“Es de urgente necesidad establecer en toda la República los reglamentos de Policía de Orden y Seguridad bajo la inspección del Gobierno”.

Hasta el 15 de agosto de 1885, cuando el Congreso –presidido por Rafael Quevedo– dictó un decreto para organizar militarmente a la Policía. En ese entonces, el presidente era José María Plácido Caamaño (una foto suya cuelga en el museo). Y fue él quien lo ejecutó. “Le dan una estructura, pero la misión es la misma”. Por ello los oficiales en grado de tenientes, sargentos... Antes tenían rangos, pero eran de celadores, gendarmes.

Posteriormente los que iniciaron la profesionalización fueron el coronel Virgilio Guerrero y el general Alberto Enríquez Gallo. De ellos se hace eco en el museo. Están sus fotografías y hasta objetos personales.

Ambos, participantes de la Revolución Juliana en 1925, buscaban el bienestar del país. Guerrero creó una escuela de Policía en Guayaquil. No duró mucho. Viajó a Quito y fundó otra escuela de formación para oficiales. Pero fue Enríquez Gallo quien creó la Escuela de Carabineros –hoy llamada Escuela Superior de la Policía en Pusuquí– el 2 de marzo de 1938. De ahí la fecha en la que se conmemora la profesionalización y en la que se abrirá el museo.

Con la llegada de Velasco Ibarra al poder se produjo la mal llamada “Revolución” en 1944, dice Villarroel, y en el primer decreto los Carabineros (nombre anterior de los policías) pasaron a ser la Guardia Civil. Hasta 1975 cuando se acordó que el nombre quedaría como Policía Nacional. Hasta hoy.