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Ya nadie envía tarjetas de Navidad y pocos entregan calendarios
Cómo se extraña el recibir tarjetas navideñas, que muchos las colocaban al pie del árbol navideño. Pocos mantienen tradición de regalar calendarios.
Alberto Jaramillo aún recuerda cuando su papá mandaba a elaborar calendarios para entregar a los clientes de su taller en época de Navidad y Fin de Año. Eran de bolsillo. Mil en total, que apenas llegaban a sus manos comenzaban a repartirse para entregarlos a sus ‘panas’ de colegio.
“‘Cada uno elija 20, los demás son para los clientes y amigos del local’, nos decía mi ‘viejo’ a mis hermanos y a mí”, recuerda el también mecánico, hoy de 57 años.
. La memoria de esa época le trae nostalgia. Después de la pérdida de su papá, él siguió mandando a imprimir calendarios con el nombre del taller. La modernidad y la crisis económica hicieron que hace dos años desistiera de esta forma de agradecer a sus clientes. “Hay cariño por igual, pero ya no hay billete para dar ese recuerdo que lo guardaban en sus billeteras”, comenta con pena
Y es que en plena Navidad, como Roberto son muchos los que piensan que la tradición de los calendarios ‘la pelea’, pero va camino a extinguirse. Aunque el asunto no es tan fácil, asegura el hombre de imprenta Joffre Morán, quien señala que desde hace varios años a su local no le llega “ni un solo pedido para calendarios, peor para tarjetas navideñas, ya nadie entrega eso”.
Alguien que extraña esa forma de expresar los buenos deseos a través de las tarjetas es Cristina León, de 80 años y nacida en Samborondón. Ella recuerda con cariño las postales navideñas que recibía de sus amigos y familiares, que colocaba en su pared elaborando con ellas un árbol, que tenía un significado emocionante como muestra de cariño de sus amigos y familia. “Eso que llaman tarjetas virtuales me molesta, porque las toman de cualquier lado (aplicaciones) y pierden el sentido. En cambio, en las otras uno escogía las frases que quería poner y uno hasta las guardaba como recuerdo, porque eran muy bonitas o porque eran de alguien especial”, asevera.
Aunque a Jackeline Novillo, guayaquileña que afirma que desde hace aproximadamente dos años no recibe ni una tarjeta, le parece lo mismo. “Incluso es más práctico hacer los envíos virtuales, no se necesita gastar ni papel ni dinero y es la misma emoción”, justifica. En lo referente a los calendarios, nunca le gustaron y le da lo mismo no recibirlos.
No piensa igual Rosa Carvajal, de 70 años y a quien todos llaman Toti. Ella dice extrañar las tarjetas porque se ponía feliz al recibirlas, ya que “se acordaban de uno, eso era muestra de que me tenían cariño y que me tenían presente cada año”. Eso de enviar un mensaje masivo lo ve más como una comunicación de trabajo, “nada de sentimiento y solamente una mera formalidad para cumplir; es una pena que se haya perdido tan linda costumbre y que la tecnología no solamente perjudique a las imprentas, sino que también haga que las personas sean más simples”.
Las ponían en el arbolito
Olga Betancourt, guayaquileña de 73 años, extraña la tarjeta física, porque es un detalle muy bonito “que daba emoción, porque no solo era la tarjeta sino que se escribían deseos de forma personal que llegaban a estremecer los sentimientos. Yo las iba acomodando al pie del árbol navideño”. Asegura que desde hace aproximadamente nueve años que ya no recibe tarjetas.
Yolanda Barahona, quien el viernes pasado entregó juguetes a los niños del mercado donde trabaja en su negocio de comida, gracias a la colaboración de los comerciantes, también extraña esos recuerdos. Mientras ajustaba ciertos detallitos de su árbol de Navidad, recordaba que las tarjetas “eran un detalle bonito, una muestra de afecto entre seres queridos y amigos. Es una pena que ya nadie dé tarjetas navideñas”.
Ganarse al cliente
“Amigo, lleve para su relleno, para que rellene pavo, chivo, chancho...”. El grito de Rosita Mocha, de 40 años, llama la atención y provoca risas entre quienes llegan hasta su negocio de venta de legumbres y frutas en un mercado en el centro de Guayaquil. En realidad, en ese momento ella no ofrece algo específico para aliñar la cena, pero “así me gano a los clientes, con un chiste”, explica la menuda mujer, de no más de 1,50 metros de estatura.“
Esta es una forma de agradecer al cliente, que tiene la paciencia de esperar mientras está con el ‘Rosita, despácheme, despácheme’. Es una forma de reconocer su fidelidad también”, dice la mujer nacida en Colta, provincia de Chimborazo. En los calendarios invirtió (porque esto no es un gasto, aclara muy firme) 90 dólares y en la compra de otros presentes (fundas de galletas, caramelos y más) otro dinerito.
Ángel Núñez y su hija Carmen tampoco quieren dejar que muera la tradición de regalar calendarios a los clientes de su negocio, Muebles Finos Agna. Aunque la situación económica hace que en ocasiones las ventas bajen, ellos son conscientes de que el buen trato y el reconocimiento a quienes confían en sus productos es lo mejor.
“Es una tradición y a la vez se hace publicidad del negocio. Siempre los he entregado, aunque este año solo mandé a hacer 50, ya no como antes que mandaba a hacer hasta 200”, cuenta el artesano, con más de 65 años en esta actividad.
Como ellos, Víctor Pacheco, propietario de una distribuidora de chifles en el cantón Durán, también mandó a producir 100 calendarios abanico, en los que, al igual que Núñez, desea una feliz Navidad y a la vez ofrece los servicios de su negocio y la venta de agua en botellones. Doble utilidad. Así de simple.
Imprentas con pocos pedidos
De pie a la espera de algún cliente en la puerta de su Imprenta ML, ubicada en Esmeraldas y Clemente Ballén, en Guayaquil, Joffre Morán explica que eso de las tarjetas de Navidad y los calendarios es cosa del pasado. “Desde hace algunos años no me ha llegado ni un solo pedido para elaborarlos. Usted va a una casa y ya no se ven calendarios en la pared. Ya no hay nada”, dice el hombre de 52 años.
Con un poquito más de suerte corrió don Zenovio, de la imprenta Micro Luz, en José Mascote y Ballén. Hasta el viernes él realizaba el broquelado de 100 calendarios tipo abanico. “Ya son pocos quienes mandan a hacer estos recuerdos. Con las tarjetas navideñas, a la gente le gustaba que la persona que las enviaba la tenga en cuenta, es una forma de mostrar consideración”, señala
Daniel Dumes, propietario de Imprenta y Publicidad Dumes, en Cuenca y Lorenzo de Garaycoa, tiene en la puerta de metal de su local una serie de muestrarios de calendarios, a fin de atraer a potenciales clientes.
“De los pequeños de bolsillo ya ni los piden desde hace años. Con los de pared aún hay clientes que piensan que es una forma de agradecer a sus amigos o compradores, o en su utilidad, en especial los mayores, porque estos traen las fechas festivas”, explica Daniel, con más de 15 años en la actividad. El costo de los 100 calendarios está entre los 60 y 80 dólares, dependiendo del tamaño.