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Más de dos millones de extranjeros han ingresado a Ecuador en 2018. La mayoría lo ha hecho atravesando el puente de Rumichaca, frontera con Colombia.Ángelo Chamba / EXTRA

Migrantes venezolanos LGBTI: “Volver sería un suicidio”

Algunos llegaron contagiados de VIH. Aquí los tratan. Poco a poco su salud mejora.

El venezolano Misael Pérez (nombre protegido), de 27 años, escribe una canción en portugués a ritmo de rap. Con su mano izquierda va llenando líneas, casi sin levantar la cabeza. Está en su ‘hogar’, un albergue en Ecuador.

La canción que escribe es una una bitácora o resumen de lo que ha vivido en los últimos años. Él es parte de la población de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales (LGBTI) que ha migrado desde Venezuela hasta Ecuador.

Este colectivo tiene varias vulnerabilidades: sufre discriminación o maltrato por su orientación sexual, por su situación de movilidad y por la falta de recursos. Misael además es portador de Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).

Así llegó el 8 de junio a Quito, luego de recorrer unos 1.600 kilómetros entre Cúcuta y la capital del país, distancia que recorrió muchas veces caminando.

Por ahora se siente seguro en ese albergue de una fundación que le dio la mano y en donde ha empezado su tratamiento.

Pero su tragedia no empezó con la migración, sino mucho antes...

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Tragedia personal

Misael fue militar durante siete años. Allí no vio necesario hacer pública su homosexualidad hasta que su pareja lo visitó en el cuartel.

Un capitán de la Compañía de Artillería se enteró de su orientación y empezó a acosarlo. “Él quería que yo tuviera relaciones con él, a la fuerza”, contó el joven de 27 años.

Poco a poco le fue imponiendo castigos. Hizo que le amarraran de ambos brazos, uno a un poste y el otro a un fusil. Esto le desprendió su extremidad izquierda.

Misael denunció, pero no obtuvo ninguna respuesta. Los castigos fueron aumentando. Un día recibió una paliza de sus propios compañeros que le hicieron perder la consciencia.

Según él, su acosador aprovechó su estado y lo ultrajó. “Sentí las intensas ganas de asesinarlo, pero luego pensé que no valía la pena ensuciarme las manos”, dijo. Afirmó que ese día su abusador le contagió del letal virus del VIH.

Estaba seguro de que en un país caotizado por la pobreza y la crisis no iba a conseguir justicia, por lo que desertó del ejército y huyó para Brasil.

En febrero de este año se salvó de un ataque en la ciudad carioca de Boa Vista. Ocho hombres armados llegaron hasta el sector donde vivía para sacarlo, pero logró huir con ayuda de sus vecinos.

Se trasladó a Cúcuta (Colombia). Luego viajó a Bucaramanga y después de semanas de caminar, llegó a un albergue en Quito.

Allí lo contactaron con una fundación y algunos organismos de derechos humanos para que recibiera ayuda.

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El albergue se dedica a ayudar a las personas de esta comunidad que migran.

“Por su situación de migración han tenido problemas en el país incluso para ser respetados como persona”, explicó Efraín Soria, activista por los derechos LGBTI.

El programa inició con el apoyo de la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur), donde los beneficiarios reciben atención médica, psicológica, acceso a pruebas de VIH, hospedaje y alimentación por siete días.

Además, la entidad los conecta con otras organizaciones que trabajan con migración y diferentes problemáticas sociales.

Ese sitio es un espacio seguro para que los beneficiarios puedan entender y afrontar sus situaciones: el maltrato, la discriminación o el abuso sexual.

Albergue, la esperanza

Para Misael, el albergue es un espacio de liberación que lo equilibra.

Dentro del centro existen reglas para la convivencia. Todos los días, los residentes deben levantarse a las 6:30 para bañarse, prepararse su desayuno, asistir a charlas o hacer trámites para legalizar su situación. “Siempre tienen cosas que hacer”, dijo Soria.

Con Misael llegaron en total 34 personas a ese albergue, desde agosto de este año. Su director relata que historias como las de este venezolano se conocen casi a diario.

Incluso hace unas semanas tuvieron que internar a dos migrantes de emergencia, pues su salud estaba gravemente afectada por la falta de atención médica frente al VIH.

Atención médica

Esta semana Misael compartió habitación con Fernando, quien llegó al país con un cuadro de Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (Sida) avanzado.

En Venezuela Fernando es médico, pero no logró conseguir empleo dentro del sistema de salud de su país. Tampoco tuvo acceso a los tratamientos necesarios, por lo que su situación empeoró. “Yo ya estaba en la fase tres, pero allá no llegan los antirretrovirales o si llegan son muy caros”, explicó el hombre de 30 años.

Fernando llegó a Quito en enero, consiguió una pieza pero a los pocos meses ya no tuvo con qué pagar y el dueño de casa lo botó. Entonces, acudió al albergue donde lo contactaron con otra persona para que lo ayudara.

Poco antes le dio una fuerte gripe y acudió a un hospital. “Ahí me sinceré con la doctora y le dije mi condición. Estaba muy mal y prácticamente me dio un año de vida”, relató.

En la capital tuvo acceso al tratamiento y su condición ha mejorado notablemente. La sentencia de muerte prácticamente desapareció.

Misael y Fernando tienen claro que no pueden volver a su país, aunque la mayoría del tiempo extrañan su entorno y su familia.

“Mi mamá siempre pregunta cuándo me podrá ver y yo no tengo respuesta para eso. Ella no sabe nada de mi enfermedad”, dijo Fernando.

Por su parte, Misael trata de comunicarse con su familia continuamente, sobre todo porque sabe que en un futuro cercano o mediano no podrá verlos. Además regresar para ambos se convertiría en una sentencia de muerte. “Sería un suicidio volver a Venezuela”, reitera Misael. Él quiere trabajar en Ecuador, para luego migrar a Canadá y ponerse un negocio propio.

Fernando quiere ir a Europa y probar nuevos tratamientos. (DMA)

Ayuda psicológica para comunidad LGBTI

Con el objetivo de responder a las necesidades mentales de la población transexual de la ciudad empezó a funcionar un centro de atención psicológica en el norte de Quito.

Este espacio surgió como una alternativa a la proliferación de centros de rehabilitación que ofrecen servicios de ‘deshomosexualización’ en el país. Con dos consultorios, una recepción y dos cámaras de Gesell -para evitar la revictimización de las víctimas o abuso a causa de sus orientaciones sexuales-, el centro ofrece atención gratuita.

La iniciativa se desarrolló desde hace dos años por la organización Silueta X, que se decidió abrir el centro en la capital.

Al lanzamiento llegaron representantes del Ministerio de Salud Pública del Ecuador, de la Defensoría del Pueblo, miembros del Mecanismo de Coordinación País, Secretaría de Derechos Humanos, así como de asociaciones de defensa de derechos LGBTI.

Diane Rodríguez precisó que una de las aristas más importantes de la organización ha sido promover una campaña para dar a conocer la existencia de estas clínicas y centros de conversión (deshomosexualización y destransexualización).

Dijo además que muchos de ellos cuentan con el aval del Ministerio de Salud, mientras que otros operan en la clandestinidad, bajo el falso argumento de que son centros de rehabilitación, a los que las familias acuden para revertir a sus allegados homosexuales o transexuales. “Incluso han existido violaciones correctivas, en la Costa tuvimos el caso de un compañero trans que fue violado por el director de uno de estos lugares y quedó embarazado”, explicó Rodríguez.

Las personas que requieran de atención psicológica podrán acercarse a las instalaciones ubicadas en las calles Vasco de Contreras y Luis Cadena, en el sector de Iñaquito Alto, norte de Quito.

Por ahora no se contempla la posibilidad de albergar a personas en situación de vulnerabilidad, sino de brindar consultas externas. (DMA)