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Migrantes en Ecuador se enfrentan a diario contra la discriminación
La historia de Asleh es reflejo de la situación de miles de migrantes venezolanos
Asleh Díaz es un joven de buenos modales. Trabaja doce horas al día, siete días a la semana, y se le iluminan los ojos con la sola idea de retomar sus estudios y superarse. Es una persona ‘echada para adelante’, diría cualquiera; sin embargo, aseguira que en Ecuador ha sentido algo de desprecio por dos detalles: su nacionalidad y su orientación sexual.
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Él es caraqueño, tiene 30 años y como tantos miles de migrantes venezolanos vino a Ecuador hace cinco años buscando una forma de subsistir y ayudar a sus padres y hermanos en su país.
Cuando salió de Venezuela en 2018, la situación de su familia era crítica. “Vi que repetíamos la misma comida varios días, teníamos que esperar la caja de ayuda del Gobierno, eso me hizo buscar la forma de salir adelante. Tenía amigas del barrio viviendo acá, me ofrecieron apoyo para venir y así llegué a Guayaquil”, relata.
- Discriminación, primer golpe
Cuando inició su trajinar de siete días para llegar desde Caracas hasta Guayaquil, nunca imaginó que la mayor dificultad no sería económica, sino social. La primera barrera fue la homofobia, porque se topó con una sociedad “que es tremendamente machista”, asegura.
El primer incidente, el que le abrió los ojos a lo que le esperaba para progresar en Ecuador, ocurrió apenas llegado, en su primer trabajo como vendedor ambulante de papipollos de a dólar.
“Pasaba por la calle, un señor me llamó para comprar, pero cuando se dio cuenta, imagino por mi manera de hablar, me dijo: ‘¡Sal de aquí, maricón chu...madre!’. No tenía idea que esa era una grosería tan fuerte. Una persona le reclamó por qué me ofendía así. ‘Yo no le compro a estos maricones hijuep..’, le contestó”.
En ese momento, aún sin conocer el calibre del insulto, entendió que había sido víctima de homofobia. Luego consiguió un trabajo fuera de las calles, como encargado de un negocio de venta de especias y frutos secos; sin embargo, aquí tampoco se libró de los prejuicios y altercados.
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“Una vez un hombre vino a comprarme pasas, me volteé para pesar el producto y cuando me di vuelta lo encuentro con el pene afuera. Le di con un cable por abusador. Hace poco también vinieron dos chicos, compraron, cuando les entrego el cambio y me doy la vuelta, me dan una nalgada. Aquí no dice ‘tócame’ (sobre su trasero). Tuve que hacerme respetar”.
La xenofobia también es su pan de cada día. “Es fuerte cuando la gente te pregunta ¿eres veneco? Ese es un término de menosprecio, no va con nosotros, no es la palabra, somos venezolanos”. Además, frases como “chamo ladrón”, “lárgate a tu país”, “vienen a joder todo”, son costumbre en su día a día.
- Familia y sueños frustrados
Han pasado casi seis años desde la última vez que vio a su familia y aunque no planea volver a su país, pues considera que ya hizo vida aquí, quisiera poder visitarlo, pero su situación no se lo permite.
Trabaja de lunes a domingo de 08:30 a 20:30, solo tiene un día libre al mes y con lo que gana apenas le alcanza para subsistir y enviar una pequeña ayuda a los suyos. “La gente piensa que uno acá está facturando y tiene de todo, pero no tengo ni un televisor”, aclara.
Lo único que ocupa su mente más que las dificultades económicas son sus truncados estudios de medicina. “Me faltaban dos años (de seis) que es nada, pero ya no tenía para sustentarme, para comerme algo, mis compañeros me tenían que ayudar para sacar mis libros”.
Pese al esfuerzo de sus padres, llegó un punto en el que la situación se volvió insostenible y tuvo que abandonar la carrera, cuenta con tono melancólico.
“Fue como que me arrancaran una parte de mí. Alejarme de mi sueño estando a punto de cumplirlo. He querido hacer cursos de enfermería o farmacia porque soy muy ágil para esas cosas, pero no los ofrecen en línea y el tiempo y dinero no me dan”.
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Si tuviera la oportunidad de retomar sus estudios no la desaprovecharía por nada en el mundo, por más sacrificado que sea el esfuerzo, asegura.
Su esperanza es conseguir un empleo formal, con los beneficios de ley. Algo que le permita tener más tiempo e ingresos para cumplir su sueño de que lo llamen ‘doctor’, un anhelo al que se niega rotundamente a abandonar.
- Situación legal, clave para progresar
Luis Giménez, presidente de la fundación Manos Venezolanas, la cual brinda asistencia a los migrantes de ese país en Ecuador, explica que el primer paso hacia el progreso es la legalización de la situación migratoria, pues esto les abre las puertas al trabajo formal.
“Sin esto las opciones se ven limitadas a la informalidad o al trabajo bajo condiciones que muchas veces atentan con los derechos laborales”, precisa.
Recalca que estos derechos no son exclusivos de los ciudadanos ecuatorianos y que existen instituciones, como la Defensoría del Pueblo, que les pueden brindar asistencia cuando las normativas son vulneradas.
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