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Crónica
Así es el ‘mate’ de un ‘caneado’
Tres psicólogos cuentan sus vivencias dentro de los centros penitenciarios de Cuenca, Latacunga y Guayaquil, escenarios de la masacre desarrollada el pasado 23 de febrero. ¡Qué difícil es lidiar con los internos!
A finales de 2018, la vida de Carmen cambió y su percepción de las personas privadas de la libertad (ppl) también. Ingresó al Centro de Rehabilitación Social Turi (Cuenca) como estudiante de psicología de la Universidad de Azuay, para hacer la investigación por su tesis de grado.
Ella le daba terapia dos veces por semana a un reo de 24 años, quien presentaba síntomas de ansiedad y estrés. Solo le faltaban tres meses para salir en libertad. Cumplía un año de sentencia por microtráfico.
“Lo vi un martes y en esa misma semana lo mando a llamar y un chico me dijo con frialdad, no va a venir... se colgó. Fui hasta su celda y sus compañeros me contaron que él estaba tan endeudado por su consumo de drogas dentro de la cárcel que lo obligaron a matarse. Lloré, ellos se miraban, no estaban acostumbrados a ver esta emoción. Uno me preguntó: ‘¿por qué llora?’. Porque alguien murió, porque lo obligaron a quitarse la vida. Por unos minutos fueron empáticos conmigo y uno me dijo: ‘La muerte nos pisa los talones, donde nos criamos nunca sabemos si vamos a morir apuñalados o no. Tranquila, no pasa nada’”, rememora.
Por ese motivo decidió quedarse más tiempo, sus tres meses de prácticas se convirtieron en 10 meses, período en el cual trató de descubrir el origen de sus fríos comportamientos. Para ello seleccionó a un grupo de internos.
“En el medio en el que se desenvuelven ser vulnerable no es una opción, por eso su culpa es reprimida, no pueden mostrarla porque allí impera el más fuerte”, expresa.
Carmen afirma que nunca leyó sus expedientes para saber qué delito cometieron, tampoco les preguntaba. “Eso les daba seguridad, los escuchaba y eso provocó cambios”.
Tuvo el caso de un reo esquizofrénico al que nadie le ‘paraba bola’ a sus delirios. Permanecía solo, no se cambiaba de ropa ni se bañaba. “Una vez lo escuché; él hablaba y hablaba, y sorprendido me dice… ¿quiere que siga? Sí, le respondí, su cara era pura felicidad. Todos los días iba al consultorio bañadito. Sus compañeros me llamaban ‘Bruja’, por su cambio, higiene e integración”.
Los traumas
En otros reos, Carmen aplicó la ‘terapia del niño herido’. El interno entra en una relajación total, a través de la cual puede revivir las situaciones traumáticas que pasó cuando era niño y tratar de sanar desde el tiempo actual, el ahora.
Uno le contó que a los 6 años sorprendió a su padre teniendo relaciones con su amante, él se metió debajo de la cama asustado, no sabía qué pasaba. Su progenitor lo pilló, le dio una paliza que lo dejó casi inconsciente, lo insultó y apuntó con un arma, amenazándolo con matarlo si le contaba a su mamá.
“Él regresó a esa escena, lloraba asustado; no era necesario que me contara lo que vivía, pero quiso hacerlo y él se decía a sí mismo de niño: “tranquilo, vas a estar bien, tu papá no va a matarte, yo estoy contigo. Su yo adulto se relacionaba con su niño interior”, relata la psicóloga, quien menciona que el privado de la libertad le pidió de favor que le permitiera permanecer unos minutos más en el sitio, pues no debía mostrar a los otros que había llorado. Él era muy respetado en su pabellón, pues estaba sentenciado por homicidio, secuestro y extorsión.
Otro le confesó que a los 4 años vivió con su madre en la cárcel de mujeres de Guayaquil. Ella cumplía una condena por narcotráfico. Dentro del centro abusaron sexualmente de él, lo prostituían y recibía amenazas de muerte. A los 6 años lo usaban para que él ingresara licor y drogas. “Él solo quería estar con su mamá. Ella le hacía todo esto y él la amaba. Él no escogió ese tipo de vida en su niñez”.
Un recluso le manifestó que salía poco al patio y cuando lo hacía iba ‘soplado’ a coger su esquina para no ser sorprendido por detrás y ser apuñalado; aunque igual él iba con su ‘punta’ (arma blanca) por si le querían hacer ‘la maldad’.
La fiesta de la ‘virgencita’
Pero no todo fue malo en la experiencia de la psicóloga, también tuvo momentos de diversión, pero siendo ella el centro de las bromas.
Luego de llamarla ‘Bruja’, los ppl la denominaron ‘Virgencita’ por su larga cabellera y su bondad.
Una vez chocó contra la puerta del penal y ellos se enteraron, le compusieron un rap al cual titularon ‘La tumbadora’. Asimismo le festejaron su ‘cumple’ con lo poco que tenían: colas, fundas de pan, etc., que sacaron del economato (tienda de la prisión).
Cuando estaba por finalizar su trabajo en el sitio, ella les avisó con tiempo de su partida. Los reunió en un salón, se sentó en la mitad del grupo y a cada uno le dijo frases positivas. “De ti aprendí esto… la lealtad. Les di valor”, cuenta.
‘Gatos’, ‘tíos’ y el temor de JL
Juan laboró en el Centro de Rehabilitación Social Regional Sierra Centro Norte de Cotopaxi, sitio en el que hay diversos personajes. Están los ‘tíos’, los ppl de mayor poder; los ‘gatos’, quienes les hacen los mandados, dan la vida por los ‘tíos’ con tal de recibir plata, droga u otro beneficio.
De igual manera están los ‘comemuertos’, quienes están dispuestos a matar a cualquiera, entregando su vida perpetuamente al sistema penitenciario. Otros hacen el aseo con tal de que les regalen una llamada o les den el economato.
En el penal, para evitar situaciones peligrosas, algunos reclusos se unen a ciertas organizaciones. “Aquí en la cárcel me hice Latin Kings, Ñeta, pues tenía ‘pitos' con un man y los de mi grupo me cuidan”. Esa es la justificación que dan por ser miembros de estos grupos de los cuales se sale solo si te haces hermanito o te mueres”, precisa Juan.
El fallecido Jorge Luis Zambrano, alias Rasquiña o JL y quien era señalado como líder de Los Choneros, tenía cierto nivel de estrés emocional. Lamentaba no poder salir tranquilo a las calles con sus hijos. “No se sentía bien con el tipo de vida que llevaba. Temía que le pudiera pasar algo y que los suyos sufran o que le quieran hacer daño por medio de ellos”, revela Juan, quien describe a JL como una persona respetuosa y sociable.
Entre amenazas y risas
María trabajó en la Cárcel Regional Zonal 8 Guayaquil. Asegura haberse topado con “mucha gente” psicópata. “Ellos tienen anulada el área de las emociones, no tienen miedo ni dolor. Uno no puede hacer vínculo o empatía con sujetos así porque son muy manipuladores, uno tiene que hacerse respetar”, expresa.
En una ocasión un interno le dijo: “deme la dirección de esa chica”, se refería a una trabajadora social que no cumplía bien sus funciones.
“¿Tienes ganas de matarla porque no hace bien su trabajo? No podemos hacer eso”, le dijo María. Ella intentó bajarle el nivel de agresividad.
“Pensé que lo había superado y al día siguiente me dijo el lugar exacto, manzana y villa, y el horario de su entrada y salida. Revisé los archivos y era la dirección. Comuniqué el hecho y a mi compañera la cambiaron de pabellón”.
También recuerda que a los gais los hacían ‘perolear’, les lanzaban sus ropas para que se las laven y abusaban de ellos sexualmente, por eso se creó el pabellón de prioridad, donde está la comunidad GLBTI y personas vulnerables.
María también ha convivido con las amenazas de muerte. Una vez en el patio se topó con seis reos y no había ningún guardia. Se le acercaban a la vez que le decían: “¿Y ahora?”. Me rodearon, me armé de valor y les dije que no les tenía miedo y que no tenía tiempo que perder, que me abran paso”.
A todas las trabajadoras las sorprendían con gritos por la espalda, muchas lloraban. “Como el exorcista me viraba y le decía: “¡Qué, eres loco! Ni con tu cara fea me asusto, peor con ese grito de niña... Todos se carcajearon en ese rato”.
También les hablaba en su jerga. “¿Cuál te metiste, la chola, la mango, la cripy? (variedad de marihuana) Y ellos me preguntaban si también fumaba”. También se aprendía sus términos y para dialogar con ellos: “Ya están con el arroz con pollo (humo de su consumo). ¿Tú qué tienes, carro chueco (amante) o jugosita (novia)?”.
Nota: Los nombres de los psicólogos fueron cambiados por seguridad.
María, psicóloga