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Crónica
¡Aquí huele a esfuerzo!
Perfumista con discapacidad ‘para la olla’ de su hogar junto a sus padres, adultos mayores. Todos unen sus fuerzas para un solo objetivo: comer
Una ‘fragancia’ de sacrificio envuelve a esta familia guayaquileña, que en medio de las necesidades y disparidades se esfuerza a diario para alimentarse.
Hace 33 años, Fabiola Aymar, de 66, y Jesús Gutiérrez, de 65, recibieron la “bendición” que esperaban, su hijo Édison, el único.
Su alegría era tan grande que no se percataron que el bebé nació con una complicación ocular: catarata congénita. Una especie de ‘tela’ sobre sus ojos negros, que no le permitía ver con nitidez, la misma que les dio otra tonalidad. Su madre pensaba que tenía ojos claros, pero esa coloración era producto de su patología.
A los 2 años el bebé fue operado, pero no se le colocó el lente intraocular que necesitaba. Dicha intervención le permitió ver solo el 10 por ciento. La cirugía fue tardía y eso también complicó la visión de Édison, quien tiene movimientos continuos en sus ojos. Tiene una discapacidad visual del 90 %.
Su padre también tiene cataratas y solo puede ver un 25 %, aproximadamente. Sin embargo, eso no le impide ‘camellar’ haciendo fletes con su triciclo en el mercado de las calles 31 y El Oro, desde la 5 de la mañana hasta el mediodía. Con esos pequeños recorridos reúne 4 dólares al día, solo cuando la jornada es buena. Con ese billete comen en su hogar ubicado en la 30 y Camilo Destruge.
Perfume y música
Doña Fabiola también aporta con su esfuerzo: recicla, hace y vende guaipe (especie de hilos que son utilizados en trabajos mecánicos).
Ella ayuda a su hijo con un emprendimiento que inició hace cinco años: la elaboración de perfumes, desinfectantes y productos para suavizar la ropa, el cual aprendió con la ayuda de amigos químicos.
Édison prepara versiones de fragancias como Paco Rabanne, Lolita Lempicka, entre otros. Todo lo hace bajo pedido, con unos 15 días de anticipación, pues debe macerar las esencias (para que tomen cuerpo). Cada perfume cuesta 20 dólares y su contenido es de 100 mililitros.
Los pedidos no son abundantes, como máximo unos siete frascos puede llegar a vender, aunque hay meses en los cuales ha comercializado solo uno.
Antes de la pandemia, esta familia de cuatro lograba reunir un poquito más de dinero para la ‘jama’ con las clases de piano que Édison impartía. Cobraba $ 5 a sus alumnos principiantes, pero en sus viajes a Milagro, donde también instruía musicalmente, ganaba de 40 a 70 dólares.
“Un día el pastor de una iglesia me escuchó tocar y me pidió que también lo haga en su templo y que a su vez prepare a chicos para que se encarguen de las alabanzas. Esta bendición me representaba 70 dólares por tres días”, expresa el músico-perfumista.