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Drama

Diocelina quiere atender a Julio, pero no puede ni cocinarle. Su tembladera puede hacer que se queme con agua u otro accidente.Christian Vásconez

¡Enfermos y abandonados! Pareja de adultos mayores pasa penurias en Mapasingue

Viven solo de pan, agua y máchica. Ella sufre de párkinson y él de desnutrición. Están desprotegidos en su casa y podrían ser víctimas del hampa

Han compartido cinco décadas de sus vidas. Y aunque no estén casados, han cumplido el pacto matrimonial: estar juntos en la salud y en la enfermedad, en las buenas y en las malas...

Julio Lema sostiene la temblorosa mano izquierda de Diocelina Tixi Cunduri. Ella no está nerviosa por nuestra visita, sino por el párkinson que padece hace tres años.

Ambos tienen 78 años y no salen de su casa, ubicada en Mapasingue Oeste (norte de Guayaquil); no lo hacen solo por cuidarse del coronavirus, ellos permanecen en su vivienda porque no tienen fuerzas ni estabilidad para caminar.

“Él no es asegurado y hace 15 días le duele la espalda, los hombros, no puede mantenerse mucho tiempo de pie, creo que es debilidad, pues ha bajado bastante de peso. Puede ser porque hace tres días solo comemos pan, agua y máchica”, cuenta entre lágrimas la septuagenaria.

Don Julio afirma que viven de la generosidad de su comadre María Quispillo, quien reside cerca de la Penitenciaría del Litoral, en la vía a Daule, pero se ‘pega el cruce’ cada 7 o 15 días para visitarlos y llevarles algo de comida.

La pareja asegura que nadie más los visita y que de repente reciben un bocadito de unas vecinas. “Nosotros no exigimos y comprendemos que todos estamos apretados de dinero, pero no me quejo, porque Dios todavía nos sostiene a los dos”, manifiesta el adulto mayor.

Don Julio y su compañera se dedicaban a la venta ambulante. Ella ofrecía maduro asado y papas con cuero en las calles Pedro Pablo Gómez y Machala, pero por su enfermedad tuvo que retirarse.

Él vendía ropa usada en ferias de la P y la 24, en el suburbio, pero el negocio bajó desde la pandemia. Nadie le compraba, pues creían que las prendas eran de los muertos por la COVID-19.

No le quedó de otra a don Julio que reciclar. Empezó a recoger las botellas plásticas por su zona. Llenar dos sacos y caminar 10 cuadras le permitían ganar un dólar, con ese dinero aseguraban el pan de cada día, literal. Sin embargo, hace dos semanas ya no ‘camella’ porque no se siente bien; subir y bajar de Mapasingue le cansa.

Botellas ‘apiladas’ permanecen en su patio. En el fondo se puede ver el cerco dañado.Christian Vásconez /EXTRA

Desprotegidos

A don Julio le duele no poderle comprar el andador que su amada requiere. Pero ella, ante la necesidad, a ratos coge un banco de plástico y lo desplaza hacia adelante, con el riesgo de que este se rompa y ella se caiga.

Es más, su rostro y brazo derecho muestran los moretones de su último ‘suelazo’, ocurrido hace cinco días. Son tantos que ya perdió la cuenta de cuántos se ha dado.

“Le doy gracias a Dios porque me caigo y no me quiebro un brazo o pierna, solo me golpeo. Él me salva”, expresa Diocelina, quien rememora la vez en la que se cayó del baño y de no ser por un balde plástico no se estampa contra un muro. “En el balde entró mi cabeza, me quedó como casco”, relata mientras se apoya en su bastón regalado (un palo de escoba con un pedazo de tubo PVC).

Este banco plástico es su andador improvisado.Christian Vásconez / EXTRA

Para completar sus pesares, ambos están desprotegidos, pues en el patio de su casa el cerco de caña está incompleto y cualquier antisocial o drogodependiente puede ingresar. Revelan que no tienen qué robarles, pero sí pueden pasar un susto y afectarles más a su salud. Julio no tiene ni billete ni fuerzas para arreglarlo.

Comparten las lágrimas

“Pido a Dios que no le pase nada a ella ni a mí, que la atiendo. Que no nos faltemos para poder ayudarnos el uno al otro, así sea que comamos pan y agua. Si la muerte aparece... que nos lleve juntos”, dice entre lágrimas el septuagenario.

A ratos recuerdan sus afligidas infancias. Él conoció a su padre a los 12 años y ella fue “vendida” por el suyo cuando tenía 6; por 300 sucres (moneda antigua) fue entregada a una señora, en Riobamba, para que sea su empleada. Fue explotada laboralmente, asegura.

“Si nuestra niñez fue triste que nuestros últimos días no lo sean”, concluye Diocelina, esperando que alguien les brinde ayuda...

Para que su amada no se caiga la salir del baño, Julio le puso de pasamanos unos palos viejos.Romina Almeida /EXTRA

Apadrínalos: Si deseas ayudar a la pareja ofreciendo tus servicios médicos; facilitando fármacos, suplementos de nutrición, alimentos o reparando su cerco, puedes comunicarte directamente al 0980816272.