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¡El duende se pasea en Quito!
Como salido de una leyenda de terror, el personaje asusta, hace shows, se toma fotos y recoge moneditas que lo ayudan a sostener a su familia
Cuenta la leyenda que cuando a un duende le quitan una de sus moneditas de oro, este deja las entrañas de un viejo y robusto árbol y va detrás de aquel que se la robó. Ya lo hizo. Y ahora se pasea por las calles de Quito.
No se trata de una película. Aquel hombrecillo de 1,50 metros camina entre autos tratando de recuperar los centavitos que la pandemia le ‘robó’ de sus bolsillos. Y este Diario lo encontró, no en un cuento de hadas, sino en las avenidas Diez de Agosto y Mariana de Jesús, con una vieja olla.
Luce como un duende de terror. Maligno. Tiene arrugas, dientes negros y usa el típico sombrero verde. Leprechaun le llaman. Pero hay un pequeñísimo detalle. Este no hace maldades. Al contrario, la gente se acerca y hasta se fotografía con él. Porque cuando el semáforo se pone en rojo, este singular personaje hace un show.
Llama la atención de todos
Los conductores lo miran mientras camina de un lado al otro. Y llama la atención. Algunos se ríen, otros lo temen. Pero al fin y al cabo el duende consigue lo que quiere: unas moneditas para llenar la olla de aluminio que carga...
Detrás de ese disfraz se esconde Santos Alexander Albarracín, nacido en Cúcuta (Colombia) hace 35 años. Vive en la capital ecuatoriana desde hace 15. Es optimista, sobre todo porque su personaje lo ayuda a ganar el sustento para su familia en esta época de crisis.
El traje del ‘duende maldito’ le costó 300 dólares. “Más cara es la careta por el diseño que gusta mucho a la gente... soy un duende muy feíto”, dice el artista de la calle, quien habita con su esposa e hijos en el sector de La Mena Dos, barrio Reino de Quito, en el sur.
Eligió al ‘duende maldito’ porque sus amigos le comentaban que es muy llamativo. De él hablan los niños, los adultos, muchos le tienen temor. Incluso hay infinidad de historias y leyendas que envuelven a este personaje de los cuentos.
Detrás del disfraz, un hombre común
La rutina de Albarracín empieza a las 05:30. Desayuna unas arepitas con café y refuerza con un juguito para aguantar el trajín del día. Recoge su careta con sombrero, los guantes, la olla de aluminio, el chaleco, la chaqueta, el pantalón, las medias y sale a las 06:00 a tomar el bus.
Se traslada al sitio que elige un día antes, en donde permanece desde las 07:00 hasta aproximadamente las 14:00, cuando regresa a casa cansado y solo desea alimentarse y descansar para continuar el siguiente día distrayendo y asustando a los ciudadanos.
“Los 15 o 20 dólares que logro recoger durante las horas de mi trabajo me sirven de mucho para cubrir las necesidades de mi hogar”, manifestó Albarracín. (HA)