Exclusivo
Actualidad
Un duelo sin cuerpo y sin tumba
Dentro de un contenedor, en el Laboratorio de Criminalística y Ciencias Forenses se almacenan los cuerpos de 60 personas, quienes no han sido identificadas. También existen cinco urnas con cenizas que fueron exhumadas por órdenes judiciales y tampoco se sabe a quiénes pertenecen.
Para 41 familias el tiempo parece haberse detenido y el dolor eternizado. Han transcurrido 19 meses del deceso de sus seres queridos, durante el período de mayor contagio por COVID-19 en Guayaquil, y aún no tienen una tumba dónde llorarlos o llevarles flores. Calman su tristeza viendo sus fotografías y evocando los momentos que compartieron junto a ellos.
Este Diario recoge la historia de los parientes de Norma Alicia Engracia García, William Asisclo Carpio Castro y Omar Iván Yosa Baque, tres personas que engrosaron la lista de los muertos durante la última semana de marzo y los primeros días de abril de 2020, cuando en el Puerto Principal los cuerpos aparecían botados en las calles y en hospitales ya no habían camas para tantos contagiados por el virus originado en China.
Roberto Farías es el segundo de los dos hijos de Norma Alicia, de 69 años, fallecida el 30 de marzo. Él nos relata cómo la partida de su progenitora ha trastocado su existencia y más el hecho de no haber hallado su cadáver para darle sepultura.
“Mi mamá presentó los síntomas dos días antes, tenía fiebre, no podía respirar. Conseguimos hospitalizarla, pero falleció esa misma noche en el Hospital del Día. Su cuerpo fue llevado al Teodoro Maldonado Carbo y allí se perdió. Pasamos días buscándolo. No hemos perdido la esperanza de hallar sus restos”, expresa.
Confiesa que encontrar a su madre se ha convertido en una odisea, porque se ha sometido a varias pruebas y que, incluso, en más de cuatro ocasiones le ha tocado acudir al Laboratorio de Criminalística y Ciencias Forenses de Guayaquil para verificar si uno de los 60 cuerpos que aún permanecen apilados en un contenedor pertenecen al de la mujer que le dio la vida.
“Primero fui para el reconocimiento, este fue por medio de la ropa y huellas, luego para la prueba de ADN (genética), después para el cotejamiento y entrevistas con peritos, pero no he podido dar con su cadáver. El fiscal que sigue el caso nos dice que debemos esperar cuatro años, porque los van a desenterrar y luego cotejar si esos cuerpos son familiares de las personas que estamos en esta agonizante búsqueda”, manifiesta mirando hacia el contenedor donde hasta hace 8 meses pensó que podía encontrar el cadáver de su madre.
Los parientes de William Asisclo, de 73 años, viven el mismo calvario. Él murió el 2 de abril y su cuerpo se extravió en el hospital del Guasmo Sur, donde fue llevado por sus allegados debido a las dificultades que tenía para respirar.
Se metió a los contenedores
Su sobrino, Luis Carpio, relata el viacrucis que viven por su deceso. “Mi hermana acudió por 14 días consecutivos al hospital, rogaba para que le devolvieran el cuerpo de nuestro tío, incluso pagó 300 dólares para que la ayudaran a buscarlo. Como no pudieron localizarlo, ella se metió a los contenedores. Le decíamos que parara la búsqueda, porque se podía contagiar”, confiesa.
Mientras Luis narra el calvario en que se ha convertido su vida por la incesante búsqueda de los restos de su tío, sus manos sostienen un papel con la siguiente leyenda:“mientras los muertos no sean tus muertos nunca entenderás la gravedad de lo que estamos viviendo”.
Su rostro se torna triste, y antes de expresar otra palabra mira la fotografía del hombre que lo crio como un padre.
Comenta que hace más de 10 meses a su abuela le extrajeron una muestra genética, que fue cotejada con cada uno de los cuerpos que permanecen en el contenedor ubicado en el Laboratorio de Medicina Legal. “Aún esperamos una respuesta por parte del Gobierno. Se ha hecho todo lo que demanda la ley, pero no nos dicen nada”, afirma.
En esos días en que Guayaquil era el epicentro de la pandemia, la familia Carpio Castro enfrentó otra pérdida. El 3 de abril el virus le arrebató la vida al hermano menor de William, Luis Alberto, de 63 años.
“Mi tío Alberto era médico, nos suplicó que no lo lleváramos a un hospital y que prefería morir en casa, de lo contrario hubiéramos tenido dos cuerpos extraviados. A mi abuela no le hemos podido decir que el cuerpo de mi tío William no aparece, no podemos incrementar su dolor, ella tiene 90 años y no soportaría saber que no tiene una tumba donde visitarlo”, menciona.
Pero el mismo suplicio de estas dos familias también lo padecen los parientes de Omar Iván Yosa Baque, de 35 años. Él falleció el 30 de marzo en el hospital Teodoro Maldonado Carbo, donde fue ingresado dos días antes por presentar los síntomas del virus.
Su hermana Sully Mariela recuerda que su ñaño ya no podía respirar. Su desesperación se incrementó porque los hospitales estaban saturados y nadie quería recibirlo, ya que su ñaño estaba contagiado con el mortal virus de la COVID-19.
“No quería separarme de él, pero los doctores me dijeron que podía contagiarme. Hemos padecido tanto por su muerte que ya no tenemos lágrimas y tampoco una tumba para visitarlo”, expresa la joven, mientras en sus manos sostiene flores como las que un día anhela poner en el sepulcro del tercero de sus hermanos.
Identificación
Fabiola Robalino, jefa de la Zona 5 y 8 del Servicio Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, explica que después de un largo proceso de identificación en tres ramas: dactiloscopia, antropología y genética forense, se logró reconocer a 168 de los 229 cuerpos que en abril de 2020 fueron derivados desde los hospitales al Laboratorio de Criminalística y Ciencias Forenses.
“De ellos, 95 fueron identificados antropológicamente, 59 por genética y 14 por huellas dactilares (dactiloscopia), pero aún tenemos 60 cuerpos en contenedores y 5 cenizas que están ingresadas en el Centro de Acopio de Medicina Legal para las pericias correspondientes”, sostiene.
Medicina Legal y Ciencias Forenses
Aclara que a todos los familiares que aún buscan los cuerpos de sus seres queridos se les tomaron muestras del perfil genético para cotejar si los cadáveres almacenados en los contenedores son de sus allegados.
“La información genética y antropológica de cada uno de los cuerpos está debidamente guardada. Si aparece un familiar que no haya venido a tomarse la muestra no es necesario sacar los cadáveres. Estos ya debieron ser inhumados porque son un foco de contaminación, pero aún esperamos la orden fiscal”, añade.