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Fabricio Espinoza sentado en un extremo de la cama donde Dora Herrera pasa sus días, a veces sin comer.Vicente Tagle / EXTRA

Drama y dolor en Guayaquil: mujer y su sobrino viven el abandono en extrema pobreza

Ella sufre discapacidad física y está postrada en cama; él, esquizofrenia y 60% de discapacidad  mental. Requieren internamiento.

Aquí viven el dolor, el hambre y el abandono. Huele a orina. Se respira ansiedad y angustia. Y la casa se cae en pedazos, mientras la vida de Dora Herrera y Fabricio Espinoza busca una luz en su camino. Un Papá Noel bastante sucio y con un brazo menos, un pequeño marinero vestido de blanco, los 12 apóstoles con el Jesús de la Última Cena, y un político sonriente son, por ahora, testigos mudos del dolor y la angustia de tía y sobrino.

El primero parece mirarla de reojo. Permanece de pie sobre lo que alguna vez fue una elegante mesa de comedor de madera tallada, hoy llena de tarrinas, sartenes, vasos, frascos, ollas sucias y vacías. El viejito barbón no ha tenido una Nochebuena en esa vieja casa ubicada en las calles Cuenca, entre la 11 y la 12, en el suroeste de Guayaquil

El marinero, una figura de cerámica, descansa sobre un pequeño televisor al que le han adaptado una pluma para poder cambiar de canal. Está frente a la cama donde Dora Herrera, de 65 años, permanece ya hace varios meses, días bien días mal, días sin comer nada y otros queriendo devorarse lo que una pariente lejana le lleva como ayuda cuando puede.

Recostada y a veces como si perdiese el sentido de la existencia, se refleja acabada, como ida... luce, contradictoriamente a lo que significa esta palabra, como una mujer por sobre los 80 años. Está casi todo el día en la cama, debido a su incapacidad física para moverse, a causa de una enfermedad que atrofió sus huesos desde que era niña.

Personal médico enviado por el Municipio evaluó a Dora. Ella requiere traslado a un sitio donde pueda recibir atención digna.Vicente Tagle / EXTRA

Más allá, el Jesús y los apóstoles parecen resignados al olvido. Están arrimados a lo que también alguna vez fue un bonito aparador de madera. Conserva aún sus grandes vidrios, pero una parte de él está carcomido por las polillas y por dentro, vacío. No hay nada que guardar. Unos cuantos ‘adornos’ ya viejos reposan en él. ¿Y el político? Su foto sí está en lo alto, en la misma pared donde está arrimada la TV. Luce elegante y la dentadura blanca resalta en su sonriente rostro. 

Él sí ve de frente la miseria que envuelve a Dora, que permanece acostada en un colchón nuevo -lo único nuevo en toda la casa- al que ni siquiera le han sacado el plástico para no ensuciarlo. Ante ese cuadro está el político que sonríe. Nada más. En el lugar hay ropa y trapos viejos por doquier: los hay sobre la mesa, junto con los trastes y una olla a la mitad de encebollado ya seboso y quién sabe de cuándo; en dos sillas de plástico que por ahí medio sirven; en otra silla de madera a la que le falta una pata; sobre una puerta desvencijada, en un viejo colchón tirado sobre el piso, en el piso mismo... por doquier. 

Casa vieja, ‘refri’ grande

La vieja casa de dos pisos es hoy un peligro para Dora y Fabricio. Parte de la pared de la segunda planta se ha caído. Y lo que alguna vez fue el tumbado de yeso de la planta baja está inservible, es solo huecos y cuando llueve el agua filtra por todos lados. Una fuerte lluvia podría afectar la casa y aplastarlos ahí mismo.

En la parte alta del cuarto, sobre un tronco que hace las veces de viga, está colgado un viejo e inservible ventilador con sus fotos, que no sirven tampoco. Si no es primero el techo, puede ser este el que se les venga encima. De lo que se conoce, esa casa tiene ya al menos tres órdenes de demolición, pero al estar ellos allí no se ha podido cumplir.

El sitio apesta a comida dañada, esa que no hay y que, cuando la hay, de nada les sirve una refrigeradora gigante de dos puertas -comprada hace pocos años por un familiar que les mandó el billete, cuentan- pero que ya no sirve. Llegar a esa casa y ver la ‘refri’ causa asombro en medio de tanta pobreza. Se la mandaron a comprar y ahí quedó todo.

Por ahora Dora no ha sido tocada por el ‘bicho’ del coronavirus, aunque ni siquiera usa mascarilla y se expone cada día al ir y venir de su sobrino que, como ella mismo se queja, suele salir “a veces a las seis de la mañana y no regresa hasta las cinco o seis de la tarde. Me deja botada, encerrada con candado”. ¿Y a dónde sale Fabricio? A buscar comida, a pedir que le regalen ropa o algo. Deambula y regresa con basura: llantas viejas e inservibles, un esqueleto de un aire acondicionado, ropa sucia. 

Lo que antes fue el tumbado de yeso hoy luce destruido. De lo que fue el piso superior de la csa solo quedan paredes y el techo no sirve, por lo que cuando llueve el agua les filtra.Vicente Tagle / EXTRA

Y es que al problema de la pobreza y el mal estado del sitio donde habitan se suma la enfermedad. Ella, resignada a la cama o a la silla de ruedas -adaptada una silla de plástico al lugar donde debe sentarse- cuando se la dejan cerca y puede, haciendo el mayor esfuerzo, treparse a esta. Y él, tratando de superar la esquizofrenia que sufre y que sin la medicación respectiva se le agrava.

Registra 60% de discapacidad y ya dos veces ha estado internado en el psiquiátrico, por eso le tiene terror cuando le dicen que lo quiere examinar un médico. “¿Pero no me van a encerrar, verdad? Estoy bien. No estoy haciendo nada malo, me estoy portando bien”, dice como niño que trata de justificarse cuando llegó personal médico enviado por el Municipio de Guayaquil para revisarlo a él y a Dora. Los galenos y otro equipo de ayuda social del Cabildo les dejaron cartones con comida (fideos, atunes, galletas, leche) y medicinas.

Pero aquí otro problema. Al parecer, según comentó Dora, él se habría comido todo y llevado parte de las medicinas, se cree que para venderlas. Y aún con todo este panorama en sus vidas, la luz de la esperanza parece no irse de ellos. Lo refuerzan con 23 pegatinas (stickers) pegados en la vieja ventana a la que le faltan varios vidrios y por la cual, en días pasados y cuando Fabricio había salido un hombre observa con “mala cara y le hacía señas” a Dorita, según contó ella misma. El tipo había forzado la puerta e ingresado, pero ella gritó y como en ese momento llegaba la pariente lejana a llevarle comida, el sujeto se fue. 

En la ventana de la casa aparecen pegados sticker de fe.Vicente Tagle / EXTRA

“Con todas mis fuerzas te alabaré, señor Jesús”, y “Todo lo que respira alabe a Dios”, se lee en dos de ellas que resumen el sentir de Dora y Fabricio. Las primeras asistencias las han recibido “como una bendición”, dice ella. Y cuando sea necesario la hora de la limpieza, el Papá Noel, el marinero de cerámica, los apóstoles y el Jesús de la Cena y el político sonriente deberán mudarse. Algunos quizá a la basura. Otro al olvido sonriente. Y otros talvez a seguir guardando la esperanza de la salud, de poder comer cada día... de vivir con dignidad. 

En espera del apoyo de las instituciones

Una luz de esperanza se abre para doña Dora Herrera. La dirección de Comunicación del Distrito Salud D09D04 indicó que un equipo de Atención Integral realizará, esta mañana, una valoración médica de la adulta mayor. De ello dependerá si es derivada a una casa asistencial o recibe asistencia ambulatoria, tomando en cuenta que es una persona con discapacidad.

El departamento de prensa de la Coordinación del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) Zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón) señaló que analizan la situación de la paciente. También se comprometió a que personal se movilice hasta ese sector del sur de Guayaquil. Hace dos semanas, un equipo de la Dirección de Salud Municipal visitó a doña Dora para realizar una valoración. Además de un espacio seguro, la adulta mayor requiere en lo posible de ropa, alimentos y medicina.