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Los cangrejos tienen su lugar de venta: ¿en qué sector está?
Jefferson, un joven de 24 años, aprendió de su abuelo el comercio de los crustáceos. Ha reído y llorado con los ‘bichos’ de mar, pero los quiere
A Jefferson Jácome, de 24 años, su ocupación le recuerda a su abuelo: desde que tenía 6 o 7 años, escondido en la parte inferior de la carreta de su pariente, gritaba: “¡Cangrejos, cangrejos!”, mientras recorría las plazas del suburbio de Guayaquil.
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“Fui creciendo y aprendí. Ahora me dedico a esto”, comenta el joven que, con mucho estilo, vende atados y planchas del crustáceo en un mercado improvisado a pocas cuadras de las orillas del estero Salado. Su lugar es la esquina de la 39 y Portete, un punto por donde muchos vehículos ingresan al suroeste.
“Esa ventaja se debe aprovechar”, menciona el joven. “Es una ubicación estratégica; de una manera u otra, se debe llamar la atención de la ‘pípol’”, dice bromeando.
Y al parecer, lo logra, pues durante los 25 minutos que EXTRA acompañó a Jefferson, tres diferentes personas le gritaron desde sus carros para saludarlo. “Alguno debe ser mi cliente fijo, esos son los que me salvan el día cuando la venta está baja”, comenta.
Él ya sabe que los meses cercanos a las festividades de diciembre son tiempos en los que no cuenta con mucho efectivo porque “la gente prefiere comprar ropa o hasta pintar su casa en lugar de darse una buena comida”; sin embargo, ha notado que en 2024 la salida de su producto no ha sido la usual. “Obviamente, la gente está baja de dinero y eso nos afecta a todos. Por eso nos toca quedarnos desde las ocho de la mañana hasta las seis o siete de la noche para ganar un poco”.
Aún en los días malos, según Jefferson, sus clientes son lo más importante, por lo que él prefiere ser comprensivo. “Lo que más se les tiene es paciencia (risas) porque por ellos yo como”, detalla.
El muchacho, con entusiasmo, cuenta sus aventuras diarias con los cangrejos. “Me dan de comer, pero también me hacen doler”, dice, refiriéndose a las heridas que le han causado las tenazas de sus ‘mejores amigos’. “¡Qué no me han hecho, sería la pregunta! En los dedos aún tengo algunas cicatrices (muestra el dedo índice de su mano derecha) y esas sí que duelen”, expresa.
¿Qué dice de los comerciantes que trabajan en el sector?
Jefferson se ubica en una zona que otros comerciantes también han tomado como punto de venta de mariscos. Algunos venden pescado, otros conchas y, por supuesto, algunos también cangrejos.
Sin embargo, no hay peleas entre los vendedores, pues han llegado a acuerdos en que el cliente es el que decide a quién comprarle. “Primero sí nos peleábamos, ahora ya no. Decidimos que no vamos a enemistarnos por una venta y, peor aún, llegar a los golpes”.
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