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Alud en Alausí: Tres meses de la tragedia y las historias de dolor siguen
Algunos de los parientes de los desaparecidos del 26M (26 de marzo) se han enfermado; otros no quieren salir a las calles. Sienten impotencia por el cese de la búsqueda de los cuerpos
El pasado 22 de junio, las esperanzas de María Mishqui (52 años), Álex Quito (27) y María Vargas (27) fueron sepultadas. Ellos son parientes de 9 de las 10 personas desaparecidas en el alud que se produjo en el cantón Alausí, provincia de Chimborazo, el 26M (26 de marzo).
La semana pasada, el jueves 22, en un chat de medios que comparten noticias de la urbe chimboracense, se informaba de manera oficial la terminación del ciclo de búsqueda de los cadáveres en la zona cero, norte alauseño.
La suspensión de las excavaciones fue recomendación de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos y el informe técnico de la Mesa Técnica 3 (MTT3). Por eso, de manera unánime, el plenario del COE cantonal llegó a tal resolución, decía el documento.
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Para tres familias, la noticia fue recibida con dolor e impotencia. Ellos esperaban hallar por lo menos algún resto de sus consanguíneos, para enterrarlo y tener una tumba donde llorar.
- ‘ELEGIDAS’ PARA SUFRIR
Para los Caranqui Mishqui su pesar es más grande que las 24,3 hectáreas afectadas por el derrumbe, sobre todo para María Mishqui, quien perdió a cinco familiares ‘de una’: a su esposo y a sus cuatro vástagos, los menores.
“Ese día yo estaba en el campo con mis hijos, entregando leche. Me dijeron: ‘Nos vamos mamita, ya sale el carro a Alausí y mañana hay colegio’. No estuve en la desgracia, hubiera preferido irme con ellos, enterrarme con ellos”, dice mientras no para de llorar.
Ella cuenta que al día siguiente del derrumbe estuvo en la zona cero. Estaba pendiente de las excavaciones. Cuando el personal rescatista identificaba un cuerpo sin vida o algún resto, este daba aviso al puesto de mando (cerca del puente negro, a unos 30 o 50 metros). Entonces María ‘volaba’ para acercarse, con la esperanza de que fuera uno de los suyos. Alcanzó a encontrar a dos de sus cuatro hijos; Marlon Kevin, de 13 años de edad y a Jeissi, de 8.
Junto a su esposo, Telmo Caranqui (55), de oficio albañil, ‘construyó’ un hogar. Él fue su compañero de vida por 38 años, tuvieron nueve hijos, de los cuales cinco están vivos y tienen sus compromisos.
Ese día, un hijo de Telmo, quien vive en Machachi, hablaba con él por teléfono. “El padre decía: ‘¡Ya baja el derrumbe, corran guambras!’ y se apagó el celular”. La señal se cortó, pero no el sollozo de María, cuyo nombre significa ‘la elegida’. Pero elegida por el desconsuelo, al parecer.
Ella tiene a una tocaya, María Vargas (27 años), quien perdió al padre de su hijo de tres años, a su suegra y dos cuñados.
Vargas también se salvó de morir por estar en el campo. Los suyos encontraron todos los cuerpos, menos el de Jesús Guamán, madre de su pareja, Ángel Soldado.
María quería que aparecieran todos los cuerpos, en especial el de su pareja. Todos los días le pedía a Dios hallarlo, para enseñarle a José, su retoño, el lugar donde descansaría el progenitor. Lo llevaron a su natal Achupallas, parroquia de Alausí, a petición de Ángel, en vida.
Luego del entierro, el pequeño José se enfermó. No quería comer y lloraba. Como su madre no cuenta con ingresos, pues Ángel era quien la mantenía con su sueldo de profesor, ella lo tuvo que curar con plantas.
“Cuando sepultamos a su papá, él no quiso oír nada. Solo expresó: ‘Papito Dios, cuídanos, porque nos quedamos solos mi mami y yo. Ya no hay quien nos dé comprando un helado’. Por dentro me decía: ‘Yo te lo voy a dar, mijo’”, manifiesta con voz entrecortada.
- EL ÁNGEL QUE LOS CUIDA
Vargas retornó a su parroquia, Sibambe. Solo vuelve a Alausí para las clases de estimulación de José. Llegan el miércoles y regresan el viernes a su comunidad. Familiares le ayudan a pagar un cuarto, le proveen de $ 70, pero como son de escasos recursos económicos, solo cancelarán hasta este 5 de julio.
Cuando está en Alausí, afirma que no sale a la ciudad, permanece encerrada en el inmueble. Para ella es doloroso ir por las calles de la urbe. Es más, aún sin encontrar el cuerpo de su suegra, se salió del chat de búsqueda, pues estar en él le hacía recordar el sufrimiento.
Sin embargo, José a ratos le dice: “No llores, mamita... mi papi desde arriba nos está cuidando”. Él sabe que ese ángel está como soldado velando por ellos.
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