La vida de Stalin Escobar, el famoso peluquero de los futbolistas de Independiente del Valle, Universidad Católica y la Selección, se apagó de manera trágica en Quito, en medio de un enfrentamiento entre grupos durante una fiesta. Un piedrazo en la sien fue suficiente para arrebatarle la vida, dejando atrás sueños y una comunidad que lo amaba profundamente.

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Pero antes de que el silencio invadiera su última morada, sus amigos decidieron darle un adiós único, cargado de emoción y simbolismo. En una cancha de tierra en el barrio La Florida, donde Stalin creció y jugaba en su infancia, se preparaba el escenario para un momento inolvidable.

Sostenido por sus amigos, el féretro de Stalin fue llevado hasta el arco. Frente a ellos, su hijo, con las manos temblorosas por el dolor, le lanzó el balón. Y ahí, con el impacto suave del ataúd, Stalin marcó su último gol.

Ese gol, aunque cargado de dolor, fue también un homenaje a su amor por el fútbol y a la vida que construyó entre amistades, risas y cortes de cabello. “Cuando venía a Esmeraldas, siempre jugaba aquí con los amigos, por eso quisimos despedirlo de esta manera”, confesó entre lágrimas el profesor Miguel Arroyo, quien lo dirigió de niño y ahora entrena a su hijo.

El barrio La Florida se llenó de lágrimas, de recuerdos, de gritos ahogados por el dolor. Fue un acto simbólico que resonó en los corazones de quienes conocieron a Stalin, un hombre que no solo dominaba las tijeras, sino también el balón.

Tras ese último gol, la pelota fue entregada a sus familiares como un recuerdo eterno, una muestra de que, aunque Stalin se fue, su legado permanece.

El cortejo fúnebre continuó hasta Tabiazo, donde fue sepultado junto a su padre, cerrando así un ciclo marcado por el amor, la tragedia y el fútbol.

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