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Una hacienda para el turismo, la aventura y el aprendizaje en Napo
Este rincón es un destino imprescindible para aquellos que buscan una experiencia auténtica en contacto con la naturaleza.
En medio de un entorno natural exuberante, la finca agroturística El Picaflor, en el cantón Carlos Julio Arosemena Tola, provincia de Napo, ofrece una experiencia única que combina adrenalina y conocimiento.
En este predio, ubicado a 5 kilómetros de la parroquia El Capricho, en la comunidad Alto Ila, se puede aprender sobre la vida rural y la agricultura sostenible. Para recorrer la finca, primero se cruza el río Anzú, no a través de un puente, sino sobre una boya.
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Ramón Pucha, propietario de El Picaflor, adaptó este sistema de transporte fluvial para que los turistas experimenten la aventura y la adrenalina antes de adentrarse en las 4 hectáreas de las 32 que conforman la finca.
En la boya se coloca una tabla y sobre esta se sitúan los turistas, poniendo a prueba su equilibrio y sus nervios. A medida que se acerca a la finca, se puede apreciar un santuario de flora y fauna.
LA TRANSFORMACIÓN
Pucha recuerda que hace 24 años, cuando adquirió la propiedad, esta consistía en pastizales y había escasa vida silvestre, mucho menos flores y árboles. Entonces comenzó un trabajo minucioso: donde veía un área despejada, recolectaba semillas de árboles en peligro de extinción, haciendo lo mismo con las flores y las plantó
Ahora, quien observa la finca no podría creer que hace dos décadas no hubiera selva en ese lugar. El propietario dice que ha perdido la cuenta de cuántos árboles, flores, aves y animales silvestres se pueden encontrar en El Picaflor.
En esta finca, los visitantes también tienen la oportunidad de aprender sobre la agricultura sostenible y el proceso de cultivo de alimentos orgánicos.
Además, se ofrecen talleres educativos sobre apicultura, producción de cacao e importancia de la sostenibilidad en la agricultura.
¿Qué llevar?
Para el recorrido por la selva es recomendable llevar botas, ropa adecuada para caminar, bloqueadores, gorras o sombreros y un chubasquero.
También hay un espacio para que el turista pesque su propio almuerzo en un área de una laguna destinada para la pesca deportiva. Si gusta de la historia ancestral, hay una especie de museo donde se exhiben decenas de piedras talladas por habitantes de las culturas milenarias.
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