No quieren que se tomen sus nombres porque ellos no son los que están extorsionando en la Amazonía, dicen. Se sienten agraviados. Están molestos porque alguien más está cobrando billete a través de las llamadas ‘vacunas’ a sus nombres. Están indignados porque los hacen quedar mal, porque manchan su “bien” ganado nombre. Así de absurdas están las cosas en este país: los grupos delictivos están ofendidos.

Bajo ese contexto, Ecuador sigue atestiguando en sus ciudades días violentos, de sangre y muerte. Ahora fue en la provincia amazónica de Orellana, donde un grupo delictivo ampliamente conocido salió ofendido a aclarar que hay personas que se toman el nombre de la organización para amedrentar al pueblo, como si ellos estuvieran allí para dar tranquilidad.

Es más, de manera osada, advirtieron que quienes “lleguen de otras organizaciones y que dañen la tranquilidad del Coca serán capturados y ajusticiados por nosotros mismos”. Es decir, son la ley y el orden, son quienes mandan. Para ellos no existen la Policía ni las autoridades.

El país está cansado ya de pedir, insistir y rogar por una mayor seguridad y porque las autoridades enfrenten de una vez por todas, con decisión, a la delincuencia. No lo ha hecho este Gobierno, así que el reto le queda desde ya marcado al próximo mandatario y su equipo de trabajo.