A Guayaquil nadie le quita lo bailado, especialmente hoy que la ciudad y sus habitantes celebran los 489 años desde su fundación, acogiendo a nacionales y extranjeros como a sus propios hijos. Esta tierra cálida, amable, valiente, emprendedora y alegre continúa atrayendo a quienes echan raíces aquí y contribuyen a su dinámica cultural y económica.

Sin embargo, este ambiente festivo debe motivar a las autoridades a una planificación seria del futuro del Puerto Principal. Guayaquil necesita una visión de desarrollo y orden urbanístico que supere el romanticismo asociado a la miseria y las estructuras antiguas. Urge mejorar su apariencia descuidada y envejecida, que presenta edificaciones vetustas que sirven de depósitos de basura, calles mal iluminadas y problemas de seguridad, además de una movilidad caótica e ineficiente.

Es momento de que Guayaquil asuma un desafío que involucre a todos sus habitantes. Los guayaquileños deben debatir y definir qué ciudad desean para ellos y sus futuras generaciones, y qué identidad aspiran a proyectar. Reinventar el presente no implica olvidar la historia, sino avanzar hacia un desarrollo integral que transforme la realidad urbana. Y esto no se logra solamente con la construcción de algunas ciclovías o parques adicionales.

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